Es legítimo preguntarse quién es aquél que se revela y habla con Moisés, si el Padre, el Hijo o el Espíritu Santo. El icono representa una cabeza con cuello, pero un rostro joven al carecer de barba; si fuera Dios Padre, la iconografía lo representaría con una barba larga. Es, entonces, una imagen del Logos, del Verbo quien comunica los misterios, el Verbo quien dialoga con Moisés, porque conviene más al Logos la revelación y el diálogo, que al Padre mismo (que habla por medio del Logos) o que al Espíritu (cuya acción es invisible e interior). Esta razón de conveniencia se une además al deseo de la Tradición de subrayar la divinidad del Verbo que se encarnará en María Virgen frente al arrianismo y la demostración palpable de su preexistencia y su actuación progresiva –incluso digamos propedéutica, como señalaría san Ireneo- en la historia de la salvación, en la revelación de Dios, gradual, hasta hablarlo todo en su Hijo encarnado.
El primero, san Ireneo de Lyon, con su densa teología del Misterio y del Logos:
“7,3. Uno y el mismo es el Dios que llamó a Abraham y le dio la promesa. Es el Creador que por medio de Cristo prepara la ley para el mundo, que son aquellos de entre los gentiles que creen en él. Dice: «Vosotros sois la sal del mundo» (Mt 5,14), esto es, como las estrellas del cielo. Así pues, éste es de quien hemos afirmado que no es por nadie conocido, sino por el Hijo y por aquéllos a quienes el Hijo se lo revelare. Y el Hijo revela al Padre a todos aquellos de quienes quiere ser conocido; y ninguno conoce a Dios sin que el Padre así lo quiera y sin el ministerio del Hijo. Por eso el Señor decía a los discípulos: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Ninguno viene al Padre sino por mí. Si me conocieseis, también conoceríais a mi Padre; pero ya lo habéis visto y conocido» (Jn 14,6-7). De donde es claro que se le conoce por el Hijo, o sea por el Verbo.
7,4. Por eso los judíos se alejaron de Dios, al no recibir al Verbo, creyendo poder conocer al Padre sin el Verbo, esto es, sin el Hijo. No sabían que Dios era quien en figura humana había hablado a Abraham, y luego a Moisés, diciendo: «He visto el sufrimiento de mi pueblo en Egipto, y he bajado a liberarlos» (Ex 3,7-8). Esto es lo que el Hijo, que es el Verbo de Dios, había preparado desde el principio; pues el Padre no había necesitado de los ángeles para la creación ni para formar al hombre, por el cual había hecho el mundo; ni necesitó de su ministerio para hacer lo que realizó para llevar a cabo el designio (de salvación) en favor de los hombres, sino que tenía ya determinado un misterio rico e inefable. Pues se ha servido, para realizar todas las cosas, de los que son su progenie y su imagen, o sea el Hijo y el Espíritu Santo, el Verbo y la Sabiduría, a quienes sirven y están sujetos todos los ángeles” (Adv. Haereses IV, 7, 3-4) .
Para san Ireneo, toda locución o comunicación en el Antiguo Testamento ha sido pronunciada por la boca del Padre dándose por el Verbo, luego es el Verbo quien habló a Abraham y es el Verbo el que se dirigió a Moisés en la zarza:
“45. Ciertamente, no es el Padre del Universo, invisible al mundo y creador de todo, quien dice: “El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies; ¿qué casa vais a edificarme o qué lugar para mi descanso?” (Is 66,1-2, Hch 7,49), y, “¿quién sostiene la tierra en un puño y el cielo en la palma de la mano?” (Is 40,12); no era ciertamente Él el que estaba de pie en un pequeño espacio y conversaba con Abraham, sino el Verbo de Dios que, siempre presente en medio del género humano, nos daba a conocer anticipadamente lo que había de suceder e instruía a los hombres sobre las cosas de Dios.
46. Fue Él quien en la zarza ardiente conversó con Moisés y dijo: “He visto los sufrimientos de mi pueblo en Egipto y he bajado para liberarlo” (Ex 3,7-8). Él subía y bajaba para liberar a los oprimidos arrancándonos del poder de los Egipcios, es decir, de toda clase de idolatría e impiedad; salvándonos del mar Rojo, es decir, liberándonos de las turbulencias homicidas de los Gentiles y de las aguas amargas de sus blasfemias. Estos acontecimientos eran continua repetición de lo que a nosotros se refiere en el sentido que el Verbo de Dios mostraba entonces anticipadamente en tipo las cosas futuras, mientras ahora nos arranca de veras de la servidumbre cruel de los Gentiles. Y en el desierto hizo brotar con abundancia un río de agua de una roca. Y la roca es Él. Y produjo doce fuentes, esto es, la doctrina de los doce apóstoles. Y a los recalcitrantes e incrédulos los hizo morir y desaparecer en el desierto. Y a los que creían en Él, hechos niños por la malicia, los introdujo en la herencia de los Padres que recibió y distribuyó no Moisés sino Jesús; todavía más, nos ha liberado de Amaleq extendiendo sus manos, y nos condujo e hizo subir al reino del Padre” (S. Ireneo, Demostración apostólica, 45-46).
El primero, san Ireneo de Lyon, con su densa teología del Misterio y del Logos:
“7,3. Uno y el mismo es el Dios que llamó a Abraham y le dio la promesa. Es el Creador que por medio de Cristo prepara la ley para el mundo, que son aquellos de entre los gentiles que creen en él. Dice: «Vosotros sois la sal del mundo» (Mt 5,14), esto es, como las estrellas del cielo. Así pues, éste es de quien hemos afirmado que no es por nadie conocido, sino por el Hijo y por aquéllos a quienes el Hijo se lo revelare. Y el Hijo revela al Padre a todos aquellos de quienes quiere ser conocido; y ninguno conoce a Dios sin que el Padre así lo quiera y sin el ministerio del Hijo. Por eso el Señor decía a los discípulos: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Ninguno viene al Padre sino por mí. Si me conocieseis, también conoceríais a mi Padre; pero ya lo habéis visto y conocido» (Jn 14,6-7). De donde es claro que se le conoce por el Hijo, o sea por el Verbo.
7,4. Por eso los judíos se alejaron de Dios, al no recibir al Verbo, creyendo poder conocer al Padre sin el Verbo, esto es, sin el Hijo. No sabían que Dios era quien en figura humana había hablado a Abraham, y luego a Moisés, diciendo: «He visto el sufrimiento de mi pueblo en Egipto, y he bajado a liberarlos» (Ex 3,7-8). Esto es lo que el Hijo, que es el Verbo de Dios, había preparado desde el principio; pues el Padre no había necesitado de los ángeles para la creación ni para formar al hombre, por el cual había hecho el mundo; ni necesitó de su ministerio para hacer lo que realizó para llevar a cabo el designio (de salvación) en favor de los hombres, sino que tenía ya determinado un misterio rico e inefable. Pues se ha servido, para realizar todas las cosas, de los que son su progenie y su imagen, o sea el Hijo y el Espíritu Santo, el Verbo y la Sabiduría, a quienes sirven y están sujetos todos los ángeles” (Adv. Haereses IV, 7, 3-4) .
Para san Ireneo, toda locución o comunicación en el Antiguo Testamento ha sido pronunciada por la boca del Padre dándose por el Verbo, luego es el Verbo quien habló a Abraham y es el Verbo el que se dirigió a Moisés en la zarza:
“45. Ciertamente, no es el Padre del Universo, invisible al mundo y creador de todo, quien dice: “El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies; ¿qué casa vais a edificarme o qué lugar para mi descanso?” (Is 66,1-2, Hch 7,49), y, “¿quién sostiene la tierra en un puño y el cielo en la palma de la mano?” (Is 40,12); no era ciertamente Él el que estaba de pie en un pequeño espacio y conversaba con Abraham, sino el Verbo de Dios que, siempre presente en medio del género humano, nos daba a conocer anticipadamente lo que había de suceder e instruía a los hombres sobre las cosas de Dios.
46. Fue Él quien en la zarza ardiente conversó con Moisés y dijo: “He visto los sufrimientos de mi pueblo en Egipto y he bajado para liberarlo” (Ex 3,7-8). Él subía y bajaba para liberar a los oprimidos arrancándonos del poder de los Egipcios, es decir, de toda clase de idolatría e impiedad; salvándonos del mar Rojo, es decir, liberándonos de las turbulencias homicidas de los Gentiles y de las aguas amargas de sus blasfemias. Estos acontecimientos eran continua repetición de lo que a nosotros se refiere en el sentido que el Verbo de Dios mostraba entonces anticipadamente en tipo las cosas futuras, mientras ahora nos arranca de veras de la servidumbre cruel de los Gentiles. Y en el desierto hizo brotar con abundancia un río de agua de una roca. Y la roca es Él. Y produjo doce fuentes, esto es, la doctrina de los doce apóstoles. Y a los recalcitrantes e incrédulos los hizo morir y desaparecer en el desierto. Y a los que creían en Él, hechos niños por la malicia, los introdujo en la herencia de los Padres que recibió y distribuyó no Moisés sino Jesús; todavía más, nos ha liberado de Amaleq extendiendo sus manos, y nos condujo e hizo subir al reino del Padre” (S. Ireneo, Demostración apostólica, 45-46).
«Vosotros sois la sal del mundo» (Mt 5,14), por eso nosotros debemos seguirle, sin rechistar, como vemos en el evangelio de hoy.
ResponderEliminar"Ilumina, Señor, a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte"
Que el Señor le bendiga.
«He visto el sufrimiento de mi pueblo en Egipto, y he bajado a liberarlos» (Ex 3,7-8). Esto es lo que el Hijo, que es el Verbo de Dios, había preparado desde el principio...
ResponderEliminarEsto es lo que mil años más tarde se realizó en Jesús.
Hola D.Javier,¿es legítimo preguntarse quién de los 3? ¿no sería lo propio considerar que fueron los 3 en todos los movimientos del Otro y que siempre son los 3? y que forma didáctica hablamos del uno y el otro descuidando asombrosamente los movimientos de los otros dos en cada acto, ¿por parecernos uno solo ya suficiente para colmar nuestro asombro?.
ResponderEliminarSubiré hacia el Oriente y me sentaré en una piedra del monte Tabor,¿se alcanzará a ver desde allí el Sinaí o el Hermón ó aquel monte al que subió nuestro obediente padre en la fe y felizmente encontró con un cordero atrapado en una zarza? No sé, voy espeso para hacer tiendas, así que mejor subiré al Carmelo a que me dé un poco la suave brisa.
NIP:
ResponderEliminarComprendo que quiere decir e incluso yo le daría la razón... si no fuera porque la pregunta de los Padres llega a una conclusión en un ambiente gnóstico y después arriano: el Hijo es Dios porque habló en la zarza. Claro que en las operaciones ad extra actúan los Tres, pero al ver al Hijo en la zarza se confiesa su divinidad cuando era discutida por los gnósticos (época de Ireneo) o por los arrianos (época de Agustín).
El resto de su comentario es una hermosa metáfora de los montes. Yo, sobre todo, me quedo con el Tabor, lo que pasa que al final, el Tabor es provisional... y hay que salir pál Calvario y por último al Monte de los Olivos para ascender.
Gracias por su perseverancia y sus comentarios. Pax.