Una lectora habitual, "Desde Sevilla", con sus comentarios enjundiosos, nos regaló el otro día una perla de san Juan Crisóstomo que no me gustaría que pasase desapercibida. Es de san Juan Crisóstomo y relaciona la Eucaristía con la adoración de los Magos ante el Señor.
No es el único que aborda esto. Ya el papa Benedicto XVI en la JMJ de Colonia, 2005, trazó una relación similar. Este texto me parece luminoso. Lo empecé a dar como materia de formación con la Adoración Nocturna de mi parroquia y creo que es un tema precioso aunque un tanto inexplorado.
Primero el Crisóstomo:
San Juan Crisóstomo, Homilía 24, sobre la primera carta a los Corintios (4: PG 61, 204-205)
Cristo nos dio su carne para saciarnos, invitándonos a una amistad cada vez más íntima. Acerquémonos, pues, a él con fervor y con una ardiente caridad, y no incurramos en castigo. Pues cuanto mayores fueren los beneficios recibidos, tanto más gravemente seremos castigados si nos hiciéramos indignos de tales beneficios.
Los magos adoraron también este cuerpo recostado en un pesebre. Y siendo hombres irreligiosos y paganos, abandonando casa y patria, recorrieron un largo camino, y al llegar, lo adoraron con gran temor y temblor. Imitemos al menos a estos extranjeros nosotros que somos ciudadanos del cielo. Ellos se acercaron efectivamente con gran temor a un pesebre y a una gruta, sin descubrir ninguna de las cosas que ahora te es dado contemplar: tú, en cambio, no lo ves en un pesebre, sino sobre un altar; no contemplas a una mujer que lo tiene en sus brazos, sino al sacerdote que está de pie en su presencia y al Espíritu, rebosante de riqueza, que se cierne sobre las ofrendas. No ves simplemente, como ellos, este mismo cuerpo, sino que conoces todo su poder y su economía de salvación, y nada ignoras de cuanto él ha hecho, pues al ser iniciado, se te enseñaron detalladamente todas estas cosas. Exhortémonos, pues, mutuamente con un santo temor, y demostrémosle una piedad mucho más profunda que la que exhibieron aquellos extranjeros para que, no acercándonos a él temeraria y desconsideradamente, no se nos tenga que caer la cara de vergüenza.
Digo esto no para que no nos acerquemos, sino para que no nos acerquemos temerariamente. Porque así como es peligroso acercarse temerariamente, así la no participación en estas místicas cenas significa el hambre y la muerte. Pues esta mesa es la fuerza de nuestra alma, la fuente de unidad de todos nuestros pensamientos, la causa de nuestra esperanza: es esperanza, salvación, luz, vida. Si con este bagaje saliéramos de aquel sacrificio, con confianza nos acercaríamos a sus atrios sagrados, como si fuéramos armados hasta los dientes con armadura de oro.
¿Hablo quizá de cosas futuras? Ya desde ahora este misterio te ha convertido la tierra en un cielo. Abre, pues, las puertas del cielo y mira; mejor dicho, abre las puertas no del cielo sino del cielo de los cielos, y entonces contemplarás lo que se ha dicho. Todo lo que de más precioso hay allí, te lo mostraré yo aquí yaciendo en la tierra. Pues así como lo más precioso que hay en el palacio real no son los muros ni los techos dorados, sino el rey sentado en el trono real, así también en el cielo lo más precioso es la persona del Rey.
Y la persona del Rey te es dado contemplarla ya ahora en la tierra. Pues no te presento a los ángeles, ni a los arcángeles, ni a los cielos, ni a los cielos de los cielos, sino al mismo Señor de todos ellos. ¿Te das cuenta cómo en la tierra contemplas lo que hay de más precioso? Y no solamente lo ves, sino que además lo tocas; y no sólo lo tocas, sino que también lo comes; y después de haberlo recibido, te vuelves a tu casa. Purifica, por tanto, tu alma, prepara tu mente a la recepción de estos misterios.
Y también la preciosa homilía del papa Benedicto XVI:
Aunque otros se quedaran en casa y les consideraban utópicos y soñadores, en realidad eran seres con los pies en tierra, y sabían que para cambiar el mundo hace falta disponer de poder. Por eso, no podían buscar al niño de la promesa sino en el palacio del Rey. No obstante, ahora se postran ante una criatura de gente pobre, y pronto se enterarán de que Herodes -el rey al que habían acudido- le acechaba con su poder, de modo que a la familia no le quedaba otra opción que la fuga y el exilio. El nuevo Rey ante el que se postraron en adoración era muy diferente de lo que se esperaban. Debían, pues, aprender que Dios es diverso de como acostumbramos a imaginarlo.
Aquí comenzó su camino interior. Comenzó en el mismo momento en que se postraron ante este Niño y lo reconocieron como el Rey prometido. Pero debían aún interiorizar estos gozosos gestos.
Debían cambiar su idea sobre el poder, sobre Dios y sobre el hombre y así cambiar también ellos mismos. Ahora habían visto: el poder de Dios es diferente del poder de los grandes del mundo. Su modo de actuar es distinto de como lo imaginamos, y de como quisiéramos imponerlo también a él. En este mundo, Dios no le hace competencia a las formas terrenales del poder. No contrapone sus ejércitos a otros ejércitos. Cuando Jesús estaba en el Huerto de los olivos, Dios no le envía doce legiones de ángeles para ayudarlo (cf. Mt 26, 53). Al poder estridente y prepotente de este mundo, él contrapone el poder inerme del amor, que en la cruz -y después siempre en la historia- sucumbe y, sin embargo, constituye la nueva realidad divina, que se opone a la injusticia e instaura el reino de Dios. Dios es diverso; ahora se dan cuenta de ello. Y eso significa que ahora ellos mismos tienen que ser diferentes, han de aprender el estilo de Dios.
Habían venido para ponerse al servicio de este Rey, para modelar su majestad sobre la suya. Este era el sentido de su gesto de acatamiento, de su adoración. Una adoración que comprendía también sus presentes -oro, incienso y mirra-, dones que se hacían a un Rey considerado divino. La adoración tiene un contenido y comporta también una donación. Los personajes que venían de Oriente, con el gesto de adoración, querían reconocer a este niño como su Rey y poner a su servicio el propio poder y las propias posibilidades, siguiendo un camino justo. Sirviéndole y siguiéndole, querían servir junto a él a la causa de la justicia y del bien en el mundo. En esto tenían razón. Pero ahora aprenden que esto no se puede hacer simplemente a través de órdenes impartidas desde lo alto de un trono. Aprenden que deben entregarse a sí mismos: un don menor que este es poco para este Rey. Aprenden que su vida debe acomodarse a este modo divino de ejercer el poder, a este modo de ser de Dios mismo. Han de convertirse en hombres de la verdad, del derecho, de la bondad, del perdón, de la misericordia. Ya no se preguntarán: ¿Para qué me sirve esto? Se preguntarán más bien: ¿Cómo puedo contribuir a que Dios esté presente en el mundo? Tienen que aprender a perderse a sí mismos y, precisamente así, a encontrarse. Al salir de Jerusalén, han de permanecer tras las huellas del verdadero Rey, en el seguimiento de Jesús..."Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron" (Mt 2, 11). Queridos amigos, esta no es una historia lejana, de hace mucho tiempo. Es una presencia. Aquí, en la Hostia consagrada, él está ante nosotros y entre nosotros. Como entonces, se oculta misteriosamente en un santo silencio y, como entonces, desvela precisamente así el verdadero rostro de Dios. Por nosotros se ha hecho grano de trigo que cae en tierra y muere y da fruto hasta el fin del mundo (Jn 12, 24). Está presente, como entonces en Belén. Y nos invita a la peregrinación interior que se llama adoración. Pongámonos ahora en camino para esta peregrinación, y pidámosle a él que nos guíe" (cf. (Benedicto XVI, Homilía en la vigilia de oración, Colonia, 20-agosto-2005).
Al adorar a Cristo en la celebración eucarística y prolongar esa adoración en el culto fuera de la Misa (el Sagrario, la exposición del Santísimo), la actitud interior verdadera es el estupor, la admiración, el amor y el reconocimiento de su Presencia Real. Es Él. Él, que fue el buscado, el deseado, el soñado de todos; Él, el Logos, el Creador, la Palabra vivificadora; Él, el Camino, la Verdad, la Vida. Es Él. Simplemente Él.
¿Cómo acercarse a la sagrada comunión sino con el mismo deseo e idéntica adoración que los Magos tuvieron ante el Niño?
¿Cómo postrarse de rodillas ante Cristo en el Sagrario o en la Custodia sino ofreciendo nuestros dones, ofreciéndonos nosotros como el mejor don al Señor?
Es Él. Él, que fue el buscado, el deseado, el soñado de todos; Él, el Logos, el Creador, la Palabra vivificadora; Él, el Camino, la Verdad, la Vida. Es Él. Simplemente Él.
ResponderEliminarEs Él, realmente que viene a nuestro encuentro y se nos muestra como el Amor de los amores, nada hay en este mundo que se le pueda comparar, nada. Su Amor por nosotros no tiene igual. En un instante el cielo y la tierra se unen, se puede degustar aquí y ahora la Vida, la Vida Eterna, las lágrimas de felicidad no se pueden contener. Y a partir de ese momento sólo se puede desear estar con Él, amarle a Él:
Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas.
Graba estas palabras como señal en las palmas de tus manos, como memorial entre tus ojos, en las jambas de tu casa y en las puertas.
Y surge el amor al Señor, el deseo de adorarle y darle la vida entera: dar por este Amor todos los bienes de la casa sería despreciarlo.
Hay una vida distinta que el mundo no conoce y ni se imagina, llevar este Amor a los demás es la consecuencia de haberse encontrado con Él.
¿Qué quiere que le diga después de toda esta belleza?
ResponderEliminarQue lo deseo con todas mis fuerzas para adorarle y servirle eternamente.
Gracias, gracias a los dos.
...La no participación en estas místicas cenas significa el hambre y la muerte. Pues esta mesa es la fuerza de nuestra alma, la fuente de unidad de todos nuestros pensamientos, la causa de nuestra esperanza: es esperanza, salvación, luz, vida.
ResponderEliminarSi con este bagaje saliéramos de aquel sacrificio, con confianza nos acercaríamos a sus atrios sagrados, como si fuéramos armados hasta los dientes con armadura de oro.
Ir por el mundo tras participar en la Eucaristía, es ir con armadura de oro.
Así es ... esta mesa es la fuerza de nuestra alma... la causa de nuestra esperanza...
ResponderEliminar...no es una historia lejana , El está ante nosotros y entre nosotros... HOY
precioso
Maria M.
Hola D.Javier,es Él.Sencillamente Él. Y está en la Eucaristía, ahora sé como acercarme mejor, sin hacer tanto ruido.
ResponderEliminarEl Epifanía es un episodio repleto de sugerencias y de profundidades. Pero esto es algo lógico. ¿Podíamos esperar menos de la revelación del Verbo? Seguro que Magos y Pastores recogieron tantas gracias, que su vida a partir de ese momento fue totalmente otra.
ResponderEliminarY nosotros, ¿Cómo podemos salir tan campantes del sacramento Eucarístico? Vaya duro corazón cargamos...
Que Dios le bendiga
Haces un blog muy espiritual de solo leerte se siente y muestras eso, felicidades por eso, estoy en blogs buscando que tal se llevan estos temas con el contratar mago para comunion ya que mi mi sobrina hara la comunion y su madre no esta muy convencida
ResponderEliminar