2ª Estación. Jesús carga con la cruz.
La majestad y el señorío de Jesús aquí quedan demostrados. Había venido, se había encarnado, para esta hora, la hora de la salvación de los hombres, buscaba sólo que “tuvieran vida y vida abundante” (Jn 10,10) y Él había venido “para dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10,45). Ya ha llegado su hora, comienza a caminar, empieza su Via Crucis, su camino de cruz. Esa cruz, el travesaño horizontal, pesadísimo, lo colo-can los soldados sobre sus hombros. La muchedumbre -¿quién se fiará de las muchedumbres?- mira el espectáculo curiosa, divertida, entretenida. Nadie, nadie va a ayudarle, nadie mueve un dedo. A nadie parece importarle el sufrimiento del Redentor, ni descubren su valor, ni piensan en su sentido. Son espectadores de la vida, al margen de todo, inactivos de brazos cruzados, corazones duros e insensibles que incluso –alguno habrá- pensará que “algo habrá hecho”, “se lo tenía merecido”. Son ese tipo humano grandilocuente que hablan de todo, que embelesan cuando se les escucha, con discursos muy comprometidos, que pronuncian muchas palabras, que hasta quieren parecer católicos muy bien formados, entregados y apostólicos... pero que jamás harán nada; seguirán en la fila de los que miran, nada más que miran, únicamente miran... mientras el Señor sigue cargado con la cruz; mientras la Iglesia en su misión ante el mundo sigue cargada con la cruz; mientras cada creyente sigue cargado con la cruz.
Jesús cumple y realiza lo que predica: “el que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lc 9,23). Carga con su cruz: ahora sigamos sus huellas y carguemos cada cual con su cruz todos los días, cada día. Mas ¿cómo habremos de hacerlo? ¿De qué forma hay que cargar con la cruz? ¿Acaso es posible? ¿Cómo acogerla y llevarla? Y no menos terrible y fascinante a un tiempo la pregunta por el sentido de la cruz: ¿Por qué? ¿Para qué sirve? ¿Posee alguna utilidad?
Ante nosotros se abre el capítulo sugestivo de la espiritualidad de la Cruz y comenzamos a leerlo mirando a Cristo en su Viacrucis: desde el instante en que la cruz de Jesús es instrumento de redención, la cruz diaria de cada cristiano es su pequeña contribución a la redención del mundo; unidos a la cruz del Salvador, cada pequeña cruz llevada sobre nuestros hombros tiene valor salvador y santificador, expía, repara, salva, redime. Se actualiza aquello que escribía san Pablo: “completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo a favor de su Cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24), y que cada uno de nosotros, igualmente, podría repetir hoy.
Pues sabiendo esto, en absoluto resultará difícil deducir cómo llevar la cruz: como el mismo Cristo, con dignidad, abrazándola, asumiéndola, es decir, aceptándola sin cuestionar el concreto plan de Dios sobre ti ni renegar de ella ni exigirle cuentas a Dios ni considerar que es injusta porque nada malo hemos hecho –nada hizo Cristo que era el Justo, el Inocente, y sin embargo cargó con su cruz-. Así pues, cada mañana haremos con renovador amor y conciencia plena nuestro ofrecimiento de obras; al iniciarse la jornada y rezar un rato ante Dios, le ofreceremos el día, el trabajo, las obras, las dificul-tades y los logros, lo adverso y lo favorable: todo para tu gloria, Señor, y en cuanto a mí, “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gal 6,14).
Jesucristo nunca nos abandonas aunque lo creamos
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