Tanto para los sacerdotes que leen el blog (algunos hay, ¡incréíble!, y hasta algún diácono) como para los fieles laicos, vendrá bien recorrer algunos textos litúrgicos para ser usados casi diariamente en la Cuaresma. La repetición de unos mismos textos o fórmulas da un marcado carácter de unidad a un ciclo litúrgico diferenciándolo netamente de otros tiempos.
Hay una serie de fórmulas en las que domina una idea que debe resonar ampliamente en la liturgia y en la espiritualidad de la Iglesia: la conversión; es tiempo de volver a Dios, de redirigir el corazón a Dios, ajustando la vida al Corazón de Cristo que vence al pecado. El saludo inicial de la Misa, propuesto por el Misal para el tiempo de Cuaresma, parece una exhortación profética en medio del desierto:
"El Señor, que nos llama a la conversión,
esté con vosotros".
La invitación al acto penitencial de la Misa , entre las que ofrece el Misal, podría ser la que más marcado carácter penitente posee, uniendo la conversión y la reconciliación tanto con Dios como con los hermanos:
"Al comenzar esta celebración eucarística,
pidamos a Dios que nos conceda
la conversión de nuestros corazones;
así obtendremos la reconciliación
y se acrecentará nuestra comunión
con Dios y con nuestros hermanos".
Siguiendo esta pauta, es conveniente que todos los días de Cuaresma, incluidos los domingos, la fórmula del acto penitencial sea el "Yo confieso..." y las aclamaciones cantadas "Señor, ten piedad" o el tono más sencillo de canto para el "Kyrie, éléison".
Añadamos como una constante litúrgica para toda la Cuaresma responder los fieles en la Oración universal a cada petición: "Señor, ten piedad" o "Kyrie, éléison".
La preparación de los dones en absoluto silencio, como prevé el Misal, recitando el sacerdote en silencio las fórmulas sobre la patena y el cáliz. ¡Necesitamos tanto del silencio en la Misa!
Tras la consagración, la aclamación de los fieles (¡nunca del sacerdote ni de los concelebrantes, sino de los fieles!), si se pudiera:
V/ Cristo se entregó en nosotros.
R/ Por tu cruz y resurrección
nos has salvado, Señor.
La invitación al Padrenuestro, breve, concisa, una sola frase en el rito romano (nunca un discurso catequético) encuentra una fórmula apropiada para la Cuaresma en aquella que recuerda la dimensión de reconciliación del sacramento eucarístico:
"Antes de participar en el banquete de la Eucaristía,
signo de reconciliación
y vínculo de unión fraterna,
oremos juntos como el Señor nos ha enseñado".
Y la fórmula diaconal para invitar a los fieles al sobrio intercambio del saludo de paz da un valor cuaresmal y reconciliador a este signo tan denostado (y puesto en este lugar por san Gregorio Magno):
"En Cristo, que nos ha hecho hermanos con su cruz,
daos la paz como signo de reconciliación".
¡Qué difícil es entonces darse la paz con autenticidad! ¡Signo de reconciliación, de perdón, de rehacer aquello que por el pecado hemos roto con los demás!
En Cuaresma es preceptivo recitar después de la postcomunión la oración sobre el pueblo antes de la bendición en lugar de la bendición solemne trimembre, y aconsejable hacerlo en las misas diarias de Cuaresma, siguiendo la costumbre antigua recogida y mantenida por el Misal del Beato Juan XXIII en su última edición.
Un ejemplo de esta oración super populum nos ilustra del sentido cuaresmal que posee el impetrar la bendición de Dios (los fieles se inclinan profundamente, el sacerdote extiende las manos sobre el pueblo y reza):
"Dirige tu mirada, Señor,
sobre esta familia tuya
por la que nuestro Señor Jesucristo
no dudó en entregarse a los verdugos
y padecer el tormento de la cruz".
Éstos son los textos apropiados y las fórmulas aconsejadas para todos los días de Cuaresma. Rezarlas e interiorizarlas nos ayudarán espiritualmente en el camino de conversión... porque la liturgia es vida y Espíritu, profunda espiritualidad en sus textos, oraciones y ritos, sin esteticismo.
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