¡Ven, Padre supremo, a quien jamás ha visto nadie,
y Tú, Verbo del Padre, Cristo, y Espíritu, de bondades lleno!
¡Oh esencia y poder único de aquesta Trinidad, Dios eterno salido de Dios, Dios que de uno y otro procede!
Pasó el trabajo del día y la hora del reposo torna; el sueño suave, por su parte, desata los cansados miembros.
El alma, entre borrascas agitada y herida de mil cuitas, la copa del olvido bebe por sus entrañas toda.
La fuerza del Leteo se desliza por todo el cuerpo y no consiente que el sentimiento del dolor difícil embargue el corazón a los que sufren.
Por voluntad de Dios se dio esta ley a los mortales miembros: que el placer saludable del descanso alivio traiga a sus trabajos.
Nos basta que con dulce sueño podamos reparar el cuerpo fatigado,
nos basta si las sombras vanas no cubren de siniestras amenazas nuestras almas.
Siervo de Dios, recuerda siempre que de la fuente bautismal el santo rocío recibiste en otro tiempo y con el crisma señalado fuiste, cuando te llame el sueño y al lecho casto te dirijas, la señal de la cruz sobre la frente y sobre el corazón hacer procura.
La cruz aparta todo crimen, ante la cruz rehúyen las tinieblas, con este signo consagrada el alma vacilar no sabe.
¡Lejos, oh, lejos ya los monstruos de los errantes sueños! ¡Aléjate, impostor demonio, con tu obstinada astucia!
¡Oh tortuosa sierpe que por meandros miles y engaños retorcidos el corazón dormido agitas, apártate; Cristo está aquí; aquí está Cristo, desaparece!
El signo que tan bien conoces derrota tus confusas tropas. Aunque el cansado cuerpo por breve tiempo se recline, bajo los sueños mismos en Cristo pensaremos”.
Prudencio, Himno para antes del sueño, vv. 1-24. 121-152.
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