Tranquilidad: me refiero no a un retorno del latín a la liturgia de manera absoluta, sino al título enjundioso de un artículo de "Liturgia y espiritualidad" sobre la manera de leer y pronunciar los textos litúrgicos y las lecturas de la Palabra de Dios en la acción litúrgica.
Desgraciadamente damos por hecho -¡craso error!- que "participar" es sinónimo de "intervenir" y por tanto se procura que intervengan muchas personas para que parezca más "participativa". Este error desemboca al final en el precipicio y, claro, nos caemos a lo hondo del barranco y matamos la liturgia. Hacemos -¡¡el que lo haga!!- que lea cualquiera en bodas, primeras comuniones y celebraciones varias.
Cuando se me presentan situaciones en que me lo dan todo por hecho, suelo preguntar a los presuntos lectores: "¿Sabes leer?". Cara de asombro... "¡pues claro!". Y ya pongo la sonrisa maliciosa...: "Me refiero a lo siguiente: ¿Sabes leer en público?" Ahora la cara se le cambia al presunto lector que ya balbucea una respuesta para salir del atolladero. Y comienzo a leer la lectura con la persona varias veces en voz alta, entonación, pausas, tono, frases... a veces con éxito y otras muchas sin él, pues al subir al ambón, como no se tiene costumbre alguna y a veces ni se suele ir a la Eucaristía, atropella y destroza la lectura por el nerviosismo o la mala pronunciación.
Como participar no es intervenir, los lectores deben tener suficientes cualidades y preparación, así como los mismos sacerdotes al rezar los textos litúrgicos. La liturgia se celebra generalmente en la propia lengua para que sea comprensible; Dios mismo se ha revelado en palabras humanas y se ha encarnado para que lo oigamos. Las oraciones dirigidas a Dios se pronuncian en la propia lengua para ser inteligibles y todos, los más cultos y los más sencillos, las entiendan y respondan con fervor.
Pero, ¿se entiende lo que leemos, se pronuncia con claridad cada texto de la liturgia?
González Padrós, en un "flash litúrgico" de la revista "Liturgia y espiritualidad" nos ofrece, con lenguaje no exento de humor, algunas pistas.
"Sí, a veces uno, después de participar en una acción litúrgica, se pregunta para qué se habrán traducido a las lenguas de los pueblos los textos litúrgicos. Y no porque la teoría no se vea clara, sino porque los efectos son tan escasos, que la pregunta de si habrá valido la pena tanto esfuerzo surge como sin querer.
Lo decimos, porque, a menudo, los textos litúrgicos (y también los bíblicos) son pronunciados de forma tan irrelevante, tan plana, tan cansina, sin la más mínima pasión o énfasis, que si lo leído fuese en arameo o en alguna de las lenguas urálicas sería exactamente lo mismo.
Algunos ministros sagrados –o sin sagrados– parece que te están diciendo: disculpa que no alce la voz un poco más, que no ponga más nervio en la proclamación, que no me deje conmover por el texto, porque si lo hago… me rompo.
En este plan, es evidente que da lo mismo que la lengua sea el latín o el ruso. Nadie se entera de nada, nadie se impacta por nada, nadie se impregna de nada. O sea… resultado de tanto Concilio, tantos grupos de reforma, tantas revisiones, tantos libros nuevos: ¡Nada! Y todo a causa de unos ministros pusilánimes.
Da mucha pena, por ejemplo, escuchar a algunos obispos pronunciar la oración de ordenación como si leyesen su propia condena a muerte; a presbíteros recitar la plegaria eucarística como al borde de la extenuación; a diáconos o lectores proclamar las páginas bíblicas como un niño recita, enojado, por enésima vez el poema de Navidad.
¡Señores, un poco de pasión!Lo decimos, porque, a menudo, los textos litúrgicos (y también los bíblicos) son pronunciados de forma tan irrelevante, tan plana, tan cansina, sin la más mínima pasión o énfasis, que si lo leído fuese en arameo o en alguna de las lenguas urálicas sería exactamente lo mismo.
Algunos ministros sagrados –o sin sagrados– parece que te están diciendo: disculpa que no alce la voz un poco más, que no ponga más nervio en la proclamación, que no me deje conmover por el texto, porque si lo hago… me rompo.
En este plan, es evidente que da lo mismo que la lengua sea el latín o el ruso. Nadie se entera de nada, nadie se impacta por nada, nadie se impregna de nada. O sea… resultado de tanto Concilio, tantos grupos de reforma, tantas revisiones, tantos libros nuevos: ¡Nada! Y todo a causa de unos ministros pusilánimes.
Da mucha pena, por ejemplo, escuchar a algunos obispos pronunciar la oración de ordenación como si leyesen su propia condena a muerte; a presbíteros recitar la plegaria eucarística como al borde de la extenuación; a diáconos o lectores proclamar las páginas bíblicas como un niño recita, enojado, por enésima vez el poema de Navidad.
Ya sé, querido lector, que no es así en todas partes. ¡Faltaría más! Pero si queremos avanzar en lo mejor hay que corregir lo peor. Un médico no puede contestar a su paciente: “no se preocupe si se encuentra mal; la mayoría de sus vecinos se encuentran bien”. ¡Pues vaya consuelo!
El núm. 38 de la Institutio del misal y las rúbricas del mismo, nos dicen cómo debemos pronunciar los textos, para evitar la monotonía. Y nuestro estimado Ordo de las lecturas de la misa, advierte que la misma forma que tienen los lectores de declamar, cuando en voz alta, con claridad e inteligencia, leen la palabra de Dios, contribuye mucho a comunicarla a la asamblea (cf. núm. 14).
Pues venga… a ponerse las pilas, todos y todas. De arriba abajo, y de abajo a arriba. Así será verdad que, realmente, es una maravilla orar en la propia lengua" (LyE, 2011/4, pp.260-261).
Muchas personas desconocen que existe un ministerio específico de proclamación de la Palabra de Dios. Tal como indica D. Javier, leer la Palabra de Dios es un acto importante y hasta sacramental, por lo que no debería entenderse como algo accesorio o marginal dentro de la Liturgia.
ResponderEliminarQue Dios le bendiga D. Javier y también a todos los demás.
Efectivamente, así es, como describes en tu artículo. Muchas veces se atropellan las palabras a la hora de leer. Está muy descuidado el arte de la lectura.
ResponderEliminarHola Don Javier! Es tan cierto ésto, en mi país desgraciadamente cuesta encontrar algún ministro que ponga pasíon a las lecturas,a veces hasta para la Misa misma... y ni hablemos de los que pasan a leerlos... en fin... por eso es tan necesario la oración para los sacerdotes!!! Un gran abrazo desde Paraguay.
ResponderEliminarProclamar la PALABRA DE DIOS; es actualizarla.
ResponderEliminarDios nos habla por este momento.Por eso tanto
respeto, Amor,y preparación.
No vale la buena voluntad, no todos sabemos
proclamar la.
En comunión de oraciones.
Dios les bendiga.
Miserere:
ResponderEliminarEs verdad, la proclamación de la Palabra es "sacramental", ya que hay una materia humana y un contenido divino; un mal lector destroza esa sacramentalidad.
Lo malo -ahondando en los otros comentarios de Álvaro, Magda y Marián- es que prevalece el criterio del "intervencionismo" por parte de sacerdotes que se las dan de muy "pastorales". Cualquiera sirve para leer porque eso es muy pastoral, e impiden que todos oigamos con asentimiento religioso y el obsequio de la fe, la Palabra divina pronunciada.
Álvaro:
Ese arte de la lectura, tal vez, se podría solucionar haciendo de vez en cuando, anualmente dos tardes, una "Escuela de lectores".
Y Magda:
La situación en Paraguay como en España: ¡qué triste! Todo eso forma parte de los miles de pequeños abusos que se cometen y de una mentalidad muy extendida, la de confundir "participar" con "intervenir muchas personas".
Saludos a todos
Hoy soy yo la que se ha reído con ganas, don Javier. Empezadas mi vacaciones, he comenzado a leer su blog desde su inicio; me incorporé tarde a su comunidad virtual. Agradezco profundamente a Quién le ha inspirado esta labor de evangelización ¡es un trabajo enorme!
ResponderEliminar¡Qué Dios le bendiga! ¡y a todos los demás!