jueves, 18 de agosto de 2011

Recto sentido del martirio

Desde los principios de la vida de la Iglesia los mártires han sido honrados con especial veneración, depositados sus cuerpos al pie del altar, admirados e imitados. Sus nombres se recitan en los dípticos de la liturgia y cuando esos dípticos se desplazaron, se integraron en lo que llamamos hoy el Canon romano: Esteban, Matías, Bernabé, Ignacio, Alejandro, Marcelino y Pedro, Perpetua y Felicidad, Águeda, Inés, Lucía... y son preciosos los sermones de san Cipriano y de san Agustín en la fiesta de los mártires, en su dies natalis (el día en que nacieron al cielo).


Pero ¿qué es un mártir? ¿Un héroe? ¿Cualquiera que muere de forma violenta? Es evidente que no y debemos conservar la originalidad y belleza del martirio. El mártir es "testigo" (etimología griega) y es testigo no de una ideología o filosofía, sino testigo de la Verdad y de la Persona de Jesucristo al que amaron más que a su propia vida. "Tu gracia vale más que la vida" (Sal 62): esa es la experiencia de los mártires.

El lenguaje periodístico y profano ha vulgarizado la palabra "mártir" a cualquier causa (política, ideológica...) desvirtuándola. Pero el mártir vive del amor a Cristo y no de las ideas.


Recibamos una catequesis completa sobre el martirio de manos del Papa Benedicto XVI para tener siempre conceptos claros:

¿En qué se basa el martirio? La respuesta es simple: en la muerte de Jesús, en su sacrificio supremo de amor, consumado en la Cruz para que pudiéramos tener la vida (cf Jn 10,10). Cristo es el siervo sufridor del que habla el profeta Isaías (cf Is 52, 13-15), que se ha dado a sí mismo en rescate por muchos (cf Mt 20,28). Él exhorta a sus discípulos, a cada uno de nosotros, a tomar cada día la propia cruz y seguirle en el camino del amor total a Dios Padre y a la humanidad: “el que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará (Mt 10,38-39). Es la lógica del grano de trigo que muere para germinar y llevar vida (cf Jn 12,24). Jesús mismo “es el grano de trigo venido de Dios, el grano de trigo divino, que se deja caer en la tierra, que se deja quebrar, romper en la muerte y, precisamente a través de ello, se abre y puede llevar fruto a la inmensidad del mundo” (Benedicto XVI, Visita a la Iglesia luterana de Roma [14 de marzo de 2010]. El mártir sigue al Señor hasta el fondo, aceptando libremente morir por la salvación del mundo, en una prueba suprema de fe y de amor (cf Lumen Gentium, 42).
Una vez más, ¿de dónde nace la fuerza para afrontar el martirio? De la profunda e íntima unión con Cristo, porque el martirio y la vocación al martirio no son el resultado de un esfuerzo humano, sino la respuesta a una iniciativa y a una llamada de Dios, son un don de Su gracia, que hace capaces de ofrecer la propia vida por amor a Cristo y a la Iglesia, y así al mundo. Si leemos las vidas de los mártires, quedamos estupefactos por la serenidad y el coraje al afrontar el sufrimiento y la muerte: el poder de Dios se manifiesta plenamente en la debilidad, en la pobreza de quien se confía a Él y pone sólo en Él la propia esperanza (cf 2Cor 12,9). Pero es importante destacar que la gracia de Dios no suprime o sofoca la libertad de quien afronta el martirio, sino que al contrario la mejora y la exalta: el mártir es una persona sumamente libre, libre frente al poder, al mundo; una persona libre, que en un único acto definitivo da a Dios toda su vida, y en un supremo acto de fe, de esperanza y de caridad, se abandona en las manos de su Creador y Redentor; sacrifica su propia vida para ser asociado totalmente al Sacrificio de Cristo en la Cruz. En una palabra, el martirio es un gran acto de amor en respuesta al inmenso amor de Dios.

Queridos hermanos y hermanas, como decía el miércoles pasado, probablemente nosotros no estamos llamados al martirio, pero ninguno de nosotros está excluido de la llamada divina a la santidad, a vivir de una manera elevada la existencia cristiana y esto implica tomar la cruz de cada día sobre uno mismo. Todos, sobre todo en nuestro tiempo en que parecen prevalecer egoísmo e individualismo, debemos asumir como primer y fundamental compromiso el de crecer cada día en un amor más grande a Dios y a los hermanos para transformar nuestra vida y transformar así también nuestro mundo. Por intercesión de los Santos y de los Mártires pidamos al Señor que inflame nuestro corazón para ser capaces de amar como Él nos ha amado a cada uno de nosotros (Benedicto XVI, Audiencia, 11-agosto-2010).

Del testimonio de los mártires, cruento, inmolado, brotará también nuestro martirio de lo cotidiano: el ser testigos de la Verdad, el ser testigos de ese mayor Amor de Cristo.

Veneremos pues a los mártires y adoremos al Dios de los mártires.


6 comentarios:

  1. Buenos días don Javier.Procuraré no ser tan quejica en el martirio de lo cotidiano y mejor testigo recordando más a menudo la vida de tantos comenzando por san Esteban.Un abrazo.

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  2. Ciertamente, querido D. Javier, como bien explica, el mártir lo es por ser testigo de la Verdad, no de una ideología o una opinión.

    Qué bien traído el salmo 62: "Tu gracia vale más que la vida".

    Llegan tiempos de martirio, amigo mío. Cruento e incruento. Tiempos en que todo lo que hagamos ha de ser testimoniante.

    No se me ocurre otra definición más grande de la felicidad que la de León Bloy, referida al testimonio de Cristo en su Diario espiritual de septiembre de 1895:

    ""La felicidad, he gritado, es el Martirio, la dicha suprema en este mundo, el sólo bien enviable y deseable. ¡Ser cortado en trozos, ser quemado vivo, tragar plomo derretido... ¡por amor a Jesucristo!"

    Un abrazo muy fuerte

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  3. Y no olvidemos que ese recto sentido del Martirio que dice d. Javier lo aprendemos de la Iglesia.

    Es la Iglesia la que nos envía, nos convoca al testimonio, y sólo somos testigos en cuanto participamos del testimonio de la Iglesia, testigo ella misma de la verdad. Por eso la Iglesia no es testigo de las opiniones ni de unos ni de otros. Sino de Cristo, y nosotros participamos de ese testimoniar por la gracia.

    Así lo enseña De Lubac en un pasaje precioso:

    ""La Iglesia está, en efecto, desprendida tanto de los unos como de los otros. Ella es la Iglesia de Dios. Es testigo entre los hombres de las cosas divinas y habita desde ahora en la eternidad” ( Meditación sobre la Iglesia, pag. 174).""

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  4. Buenos días don Javier. "Quien pierda su vida por mí, la salvará". Son palabras muy fuertes, tan fuertes que hacen temblar y decir en voz bajita: no soy capaz, pero es el único Camino.

    Al tiempo que oigo al Papa a su llegada a Madrid, le agradezco a Vd. y a todos los sacedotes la entrega de su vida al servicio del Evangelio ¡Qué Dios le bendiga!

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  5. Me pareció, al escribir hace meses esta catequesis, que era importante señalar lo específico del martirio. A veces, a cualquier caído por cualquier causa ideológica, se le llama "mártir" y nosotros callamos, olvidando qué es el martirio cristiano que dieron -y dan- tantos hermanos nuestros.

    Feliz día a todos y disfrutad, el papa ¡¡ya está aquí!!

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  6. Tal vez el Señor nos conceda traer a esta sociedad la semilla de la Gracia, y nos haga mártires cruentos o incruentos.

    Porque esta sociedad apóstata y tenebrosa lo que necesita es de la potencia fecunda del martirio, semilla de cristianos.

    Así que pidamos al Señor nos haga mártires testigos de su Gracia y su verdad. Tal vez tenga a bien concedérnoslo si se lo pedimos,

    confesando nuestra cobardía, nuestra indigencia, nuestra nulidad, nuestra esperanza total en la Gracia, tal y como nos pide en 1 Pe 1, 13:

    "Poned toda vuestra esperanza en la Gracia"

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