El arte y el mismo artista, pueden ser leídos en clave cristiana. La belleza expresada en el arte manifiesta la Belleza del Misterio, y tanto más Bello cuanto más el artista esté imbuido de la fe, de la experiencia del Acontecimiento de Cristo, expresada en sus obras.
Una lectura así nos la ofrece el Papa Pablo VI. Con ocasión del IV centenario de Tiziano escribió una carta que es una lectura creyente del arte y una interpretación de la Belleza. Sirva de ejemplo entre otros muchos discursos o cartas.
"Un sentimiento de profunda gratitud nos impulsa a intervenir enlas celebraciones del cuarto Centenario de la muerte de Tiziano Vecellio, particularmente considerando la extraordinaria felicidad de las imágenes con las que él ha enriquecido el patrimonio iconográfico de la fe cristiana.
Desde los primeros siglos, a través de los grandes ciclos de los mosaicos paleocristianos, la Iglesia ha educado a sus hijos para considerar el arte figurativo como un precioso instrumento para hacer accesible y casi sensible el mundo del espíritu. En el complejo entramado de las formas representativas, Ella no ha dejado de seguir esta atenta disposición que, mientras valora el poder evocativo de la imagen religiosa, le reconoce los carismas con los que el Señor ha colmado el corazón y la mente de los artistas.
Esta disposición no ha venido a menos ni siquiera cuando la cultura figurativa del renacimiento descubrió otros horizontes a las expresiones plásticas, sino que se ejerció incluso con mayor fervor, y no es un mérito secundario de la Iglesia el haber hecho que la nueva iconología cristiana se convirtiese en un hecho popularmente devocional, convocando artistas como Bellino, Cima y Carpaccio para expresar con imágenes inéditas las antiguas emociones religiosas.
Insignes estudiosos han ilustrado el significado y la importancia de Tiziano en el momento en que él vivió en la historia de la pintura veneciana. A Nos nos bastará recordar, para común edificación, como él estuvo especialmente dedicado, desde sus años juveniles y bajo la enseñanza de sus maestros, al estudio atento y devoto del repertorio sacro; atención y estudio que se renuevan en los frescos de Padua, donde, adoptando un lenguaje más personal y articulado, narra a los religiosos de la Escuela del Santo los prodigios obrados por él.
A pesar de los reclamos de la cultura humanista entonces en el vértice de su prestigio, la temática del período inmediatamente posterior, del Tiziano aún joven, continúa manifestando un prevalente interés religioso. En esta fase de su actividad los estudiosos ascriben las numerosas Sagradas Conversaciones, la celebración muchas veces renovada del misterio de Cristo y del misterio de la Asunción, de éste último justamente famoso, el gran óleo de Santa María Gloriosa dei Frari, en el que el artista, ya en la plena posesión de la autonomía expresiva y de los medios estilísticos, instaura una nueva visión del arte sagrado.
De muy pocos pintores, como él, se puede decir que no pasó un año o mes o quizás un día en que, incluso al consolidarse unas costumbres de vida que iban poco a poco ejemplificándose sobre el modelo pagano, no llamase la propia atención y la de sus contemporáneos a la realidad y vitalidad del acontecimiento religioso vivido por él cotidianamente y afrontado en las obras, como la piedad pública y privada le pedía.
Sirve para indicarlo la presentación de los temas más consustanciales a su espíritu, sí que de por sí solo constituyen casi una suma pictórica de la experiencia del gran artista candorino: de la Natividad a la Adoración de los Magos, de la Circuncisión a las Tentaciones, de la escena del Pecado original a la del Tributo al César, de la Transfiguración a la última Cena, de la Flagelación al encuentro en el camino de Emaús, de la Sepultura a la Resurrección, de Cristo escarnecido a Cristo muerto, a Cristo bendiciendo, a Cristo glorioso, a Cristo en los numerosos “Noli me tangere”.
Con mucho frecuencia no dudó en modelar decenas de rostros de María Santísima, el rostro de la Madonna de la Academia de Carrara, de la Madonna de san Rocco, de tantas Anunciaciones, de la Mater dolorosa, de la Madonna de las lágrimas sobre Cristo yacente, o radiante de alegría ante el Hijo resucitado. En la Sepultura de 1559, encargada por Felipe II, junto al rostro lacrimoso de María Santísima, los expertos reconocen el autorizado retrato de Tiziano en la figura de José de Arimatea. Podría ser un testimonio emblemático de la fe del gran artista en la obra de la salvación realizada por Cristo redentor y de reverencia filial hacia la Virgen, Madre de Dios.
Tal vez no es del todo casual que las imágenes sagradas del último decenio, las que más frecuentan su fantasía, sean las imágenes de Cristo cargado con la cruz, del Ecce Homo, de la Magdalena penitente, y que las dejó incompletas, al igual que Miguel Ángel, la última Piedad, la Piedad de la Academia, donde en lo particular del exvoto él se esculpió a sí mismo con el hijo Oracio, ambos arrodillados delante de la Virgen.
Con tales documentos altísimos y dolorosos que traslucen la firmeza de su piedad cristiana, Tiziano concluye la intensa y tal vez contradictoria experiencia humana y a ellos confía el extremo mensaje de su arte como mensaje de fe y de esperanza.
Bien sabemos que la herencia pictórica de Tiziano no es solamente religiosa y cristiana, el renacimiento profano y pagano recibió de él célebres homenajes. No podemos negar la potencia de la copiosa producción pictórica de tema profano y pagano de Tiziano, ni tampoco negaremos nuestra admiración a los célebres retratos y otras figuraciones humanísticas que forman gran parte del tesoro artístico dejado por el incomparable Maestro; pero ninguno podrá discutir nuestra consideración de la apasionada preferencia por las celebérrimas obras maestras que dejó como testimonio de la exquisita y vigorosa religiosidad personal y como perenne soplo reconfortador tanto de la piedad iniciada por la visión contemplativa de la doctrina católica, como de la devoción popular educada sin embargo en la expresión estética del renacimiento del sentimiento religioso.
Así recogiendo la herencia del sumo Artista fijaremos nuestros ojos encantados, y más aún nuestros corazones conmovidos en la insuperable iconografía religiosa del gran Pintor, y nos sentimos felices de dar ferviente voz a nuestra plegaria ante las estupendas imágenes sagradas que Tiziano nos dejó, documentos no sólo de su arte, sino también de la fe que él profesó y honró, la cual a nosotros hoy aún, como la de un genio del color y de la figura y como la de un maestro de inspiración religiosa y cultural, nos la hace cercana y presente.
Un arte religioso de tanto esplendor y de tanto fervor sobrevive a la usura de los siglos, y habla hoy aún con voz sonora para el sufragio mismo del tiempo y de la inconclusa celebridad.
Nuestro deseo por eso no puede ser otro sino que la celebración del centenario de Tiziano haga siempre dignos a los hijos de su tierra, y su tierra hoy es el mundo, de honrar la religión con la belleza del arte, y de conservar a la presente y a las futuras generaciones la estima vital de los verdaderos y de los sumos valores del espíritu humano y cristiano expresados y representados por el arte mismo”
(Pablo VI, Carta por el V centenario de Tiziano, 14-julio-1976)
¡Impresionante!
¡Cuánto dice la belleza verdadera, qué plasmación del Misterio, qué expresión de la fe!
Buenos días don Javier. Fue Pablo VI el que permitió que se realizara el Friso de los apóstoles de Jorge Oteiza en el santuario de Aránzazu, hasta entonces yacían por las cunetas de subida.¡Qué importante es saber apreciar la belleza!.Un abrazo.
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