Contemplarla dilata el corazón. Ella es la Viña fecunda, la nueva Jerusalén, la Esposa de Cristo, el Templo del Espíritu Santo. Ella se embellece con sus santos, sus mejores hijos. Y para cada uno de nosotros es un gozo saberse y sentirse miembro de esta Iglesia.
El rito de dedicación de iglesias y altares muestra en sus textos y ritos el Misterio de la Iglesia en el que estamos insertados por los Sacramentos de la Iniciación.
Pero tal vez, al desconocer el Misterio de la Iglesia, nos fijamos únicamente en su aspecto humano, en la fragilidad de quienes somos sus miembros, en sus debilidades y pecados. A veces se echa de menos una sólida catequesis que nos abra los ojos al horizonte eclesial.
La liturgia canta el Misterio de la Iglesia. Fijémonos en la belleza de un canto de comunión de la Iglesia armenia (ni punto de comparación con las vulgaridades que a veces entonamos en Misa pensando que así se participa más; ¡cuánto queda por aprender y hacer respecto al canto litúrgico!):
Madre de la fe, tálamo de sagradas nupcias, celeste cámara nupcial,
Hogar de tu Esposo inmortal, quien te ha aderezado para siempre.
Eres un segundo cielo admirable, ensalzado de gloria en gloria.
Tú nos partas el Pan sin mancilla y nos das a beber la Sangre pura.
Tú nos elevas a una morada que se eleva por encima de los ángeles.
Venid, pues, vosotros, hijos de la nueva Sión, salid en santidad al encuentro de nuestro Señor.
Gustad y ved cuán suave y poderoso es nuestro Señor.
El antiguo tabernáculo era sólo una figura tuya, y tú eres una imagen superior.
Aquél forzaba puertas de piedra; tú destruyes y aniquilas las puertas del infierno.
Aquél dividió en dos el Jordán; tú partes en dos el mar del pecado universal.
El guía de aquél fue Josué, el capitán; el tuyo es Jesús, el Hijo Unigénito del Padre.
Esta Pan es el Cuerpo de Cristo; este cáliz es la Sangre de la Nueva Alianza.
Se nos ha sido revelado el más grande de todos los Misterios, el mismo Dios se nos revela aquí.
Este Misterio es el mismo Cristo, el Logos divino, que está sentado a la diestra del Padre.
Y aquí, inmolado entre nosotros, borra el pecado del mundo.
Es bendito para siempre con el Padre y el Espíritu.
Ahora y siempre para el Eón venidero y para el mundo que jamás termina".
¡Cuán agradecidos habremos de estar a la Iglesia que nos lo da todo, porque nos da a Cristo, su Gracia y su Vida eterna!
Buenos días don Javier. ¡Bendita sea nuestra madre! para salir al encuentro en santidad como miembros del cuerpo de Cristo menudo gran canto es como entrar en un río de vida, sosiego y gloria.Además este Melón descubrió lo que es "eón".Un abrazo.
ResponderEliminarNuestra sociedad ha perdido el sentido de la belleza. Belleza que es más que me apariencia bonita. Belleza que es profundidad, mensaje, lugar dónde habitar y sorprenderse. La belleza me hace pensar en el episodio evangélico de la transfiguración, con la sorpresa, plenitud y admiración que llenó a los cuatro apóstoles presente.
ResponderEliminarNuestra sociedad sólo comprende la "estética". Lo bonito sin profundidad. Lo aparente sin sentido que trasciende. En todo caso, la estética se alía con la funcionalidad y la utilidad. De ahí que la Iglesia se vea azotada por vientos que la llevan a cumplir "funcionalmente" su cometido, dejando profundidad, trascendencia, sentido y belleza, en cuarto plano. Dios nos ayude.
Que Dios les bendiga a todos :)
Qué bella entrada, d. Javier.
ResponderEliminarEs un goce leer que se ama tanto a la Iglesia.
El amor a la Iglesia es signo de verdad.
Donde vemos amor al Cuerpo de Cristo, pensamos que detrás de ese amor hay alguien que ama la verdad, porque la Iglesia es el Sacramento de la Verdad y por eso es bella,
porque la belleza es la forma de la verdad.
La belleza de la Iglesia procede de su santidad.
La Iglesia es hermosa porque es santa.
No son los bautizados con su comportamiento los que hacen santa a la Iglesia, sino la Iglesia la que hace santa a los bautizados, con la Vida santificadora de su Hijo.
Por eso el pecado de los bautizados no merma la santidad objetiva de la Iglesia, que procede del Logos, que es su Cuerpo, norma de toda belleza.
Un abrazo
¡Que hermosura de entrada, Don Javier!
ResponderEliminarEstoy muy agradecida de ser hija de Iglesia.
Todo lo bueno que recibo y que tengo en mi
vida ha venido de Ella, donde habita la
Santísima Trinidad.
¡Muchas gracias!
Bendiciones para todos!!!
¡Qué gozo sentirse y saberse miembro de la Iglesia! Algo estalla en nuestro interior con sólo pensarlo.
ResponderEliminarEste año he tenido el enorme privilegio de vivir la Semana Santa en Tierra Santa y asistí a una celebración en rito armenio ¡Qué belleza!
¡Qué bien lo expresa Alonso! No somos nosotros los que hacemos santa a la Iglesia, es ella la que nos santifica con la vida en Jesucristo.
ResponderEliminarNIP:
ResponderEliminarEl objeto de esta catequesis era ensanchar el alma y caer en la cuenta de lo bella y santa que es nuestra Madre y que además somos una partecita de ella. ¡Objetivo logrado!
Además, de pasada, lo de "eón" y "nuevo eón". Es una categoría teológica determinante. En estos días estoy programando muchísimas catequesis, y llevo ya varias dedicadas a la nueva creación y al "nuevo eón". Serán catequesis programadas para Pascua en 2014,2015 y 2016.
Miserere:
ResponderEliminarImposible estar más de acuerdo con Vd.
La Belleza se ha sustituido por la estética, que yo prefiero definir como esteticismo. Pero en la liturgia, exactamente igual, hemos suprimido Belleza por el esteticismo de unas formas concretas, a las que identificamos con la "Tradición"... ¿Más claro? Creo que se me entiende.
Alonso:
ResponderEliminarMaravillosa su precisión: es la Iglesia santa la que nos santifica, no nosotros los que hacemos santa a la Iglesia por la santidad personal.
Es belleza del Misterio, de la eclesialidad. Y la norma última, el Logos mismo, encarnado, glorificado hoy.
Marián y Julia María:
ResponderEliminarSiempre me ha impresionado, y yo lo repito muchísimas veces, la última frase antes de expirar de Santa Teresa de Jesús: ¡Al fin, Señor! Muero hija de la Iglesia.
¿Será esa nuestra última y definitiva expresión? ¿Será ese el resumen de nuestra existencia? ¡Hijos de la Iglesia!