sábado, 24 de julio de 2010

El Evangelio en nuestra oración


“Bien meditado, el Evangelio es todo él una oración. El Evangelio es Jesús hablando con su Padre en nombre de los hombres o con éstos en nombre de su Padre, o son los hombres hablando con el Padre por medio de Jesús y el Padre hablando con los hombres por medio de su Hijo. Siempre en diálogo afectuoso expresado por medio de palabras, de obras, de miradas, de gestos, de lágrimas, de alabanzas, de acciones de gracias, de bendiciones...

Y bajo este aspecto, ¡qué gran maestro de oración, y de oración en todas sus formas y en todos sus grados, es el Evangelio! Leyendo despacio el Evangelio, necesariamente se aprende a orar de todos los modos en que se puede orar.

Por sus páginas se ven desfilar, ante la Misericordia infinita del Corazón de Jesús, representaciones de todas las miserias humanas desde las más materiales y groseras hasta las más espirituales; desde el leproso, condenado al aislamiento y al asco de los hombres, hasta Dimas, pidiendo el cielo en el cadalso; desde los niños hebreos cantando el ¡Hosanna! del triunfo de Jesús, hasta el aullido de los endemoniados pidiendo libertad.


¡Cuántas miserias de rodillas y con los brazos suplicantes ante el amor misericordioso del dulce Nazareno que pasaba, nos presentan las páginas el Evangelio! Y ¡cuántas veces se enternece nuestro corazón ante el Sí grande, majestuoso, omnipotente, con que responde y se pone a mirar al afligido y confiado suplicante!

¡Ah! ¡Cómo ante las caricias de esa Misericordia tan propicia y tan para nosotros, se vienen ganas de pasarnos la vida orando y casi, casi de tener más miserias que contar y que exponer para tener más ocasión de vernos envueltos en aquellas miradas de bondad y atraídos por aquellas preguntas de curiosidad tan de padre y bañados y ungidos en la virtud de aquellas manos, de aquellos ojos y hasta de aquella orla de su vestido!

Si san Agustín, en un santo atrevimiento de amor, pudo exclamar: “¡Oh feliz culpa que mereció tener tan grande Redentor!”, la gratitud del corazón humano puede prorrumpir en este grito: “¡Feliz miseria, que hace probar y gustar a los desgraciados hijos de Eva las dulzuras de las misericordias del Padre que está en los cielos y del Hijo que vive en los Sagrarios de la tierra!”.

Beato D. Manuel González, Oremos en el sagrario,
en O.C., Vol. I, nn. 898-899.

1 comentario:

  1. Regularmente leo su Pagina y me gusta muchisimo es la primera vez que le escribo y me fascina D. Manuel Gonzalez y veo que a Usted tambien pues siempre hay reflexiones suyas en su Pagina, quiero saber mas de el,me ha gustado especialmente esta sera porque hoy 3 de Agosto he orado con el Evangelio de la Natividad del Señor cuando se manifiesta a los pastores, tambien yo me he sentido envuelta en la Misericordia infinita de mi Dios que se hizo hombre para redimirme. Gracias Padre por todo el bien que hace a sus lectores.

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