lunes, 5 de julio de 2010

Cristo revela el hombre al hombre


Jesucristo es la respuesta, la clave, la solución.

Jesucristo es la luz que vence toda tiniebla.

Jesucristo es el agua que calma toda sed.

Jesucristo es el pan que sacia toda hambre.


Jesucristo es la Verdad que corresponde a lo razonable.


Jesucristo es la Vida que anula nuestras muertes.

Jesucristo es la Fortaleza que sostiene nuestra debilidad.

Jesucristo es el Amor que responde a nuestro deseo.

Jesucristo es el Salvador que expía nuestro pecado.


Jesucristo, ¡bendito Nombre!, es el Camino, la Verdad, la Vida, y quien lo descubre halla el verdadero tesoro enterrado, la perla escondida, por los que vale arriesgarlo todo para adquirirlos.


¿Dónde están los obstáculos para entregarse a Él? El impedimento fundamental, la dificultad radical que nos puede retener es pensar que Cristo en la propia vida limita la existencia, le quita pasión, la coarta con preceptos o normas, convirtiéndose en un fardo pesado con el que hemos de cargar sin que nadie ayude ni con un dedo; el prejuicio radica en pensar que Jesucristo recorta mi propia humanidad, mis posibilidades, mi desarrollo, limitándome o convirtiéndome en alguien tan abrumado por un peso superior a mí, que la vida se hace amarga porque Cristo acaba quitándole sabor a la vida; es pensar que en lugar de potenciar mi humanidad, lo que yo soy, me va estrechando, hundiendo, y que realmente, para ser hombre, Cristo no me es necesario sino superfluo.

¡Pero “Cristo revela el hombre al hombre” (GS 22), Cristo da la medida de lo que es ser hombre! “Cristo, Redentor del mundo, es Aquel que ha penetrado, de modo único e irrepetible, en el misterio del hombre y ha entrado en su «corazón»” (Juan Pablo II, Redemptor hominis, n. 8). El hombre encuentra su dignidad, su vocación y su destino en Jesucristo, más aún, todo lo halla en Jesucristo porque Él es la plena realización de la humanidad verdadera: “En realidad, ese profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del hombre se llama Evangelio, es decir, Buena Nueva. Se llama también cristianismo. Este estupor justifica la misión de la Iglesia en el mundo” (Id., n. 10).


Por eso, convenzámonos: “quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera... ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno” (Benedicto XVI, Homilía en la inauguración del ministerio petrino, 24-abril-2005).


¡Éste es el feliz anuncio que hemos de proponer!

¡Ésta, la gozosa noticia que renueva el mundo!

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