Ayer recordábamos las tres normas para predicar o dar catequesis: rezar, estudiar y amar. ¡Qué buena síntesis!
Tal vez alguien -de los "superocupados", de los que son "muy pastorales ellos"- pensará que lo de "orar" no es para tanto, ni es tan importante: lo importante son las reuniones, el estar en el bar para estar con la gente, organizar una "chocolatada" y un teatrito... y verán pérdida de tiempo tanto el estudiar como el orar. Una lástima, claro, porque luego se nota y repercute en todo.
Centrémonos hoy en un punto: la oración. ¿Tan difícil es? ¿Nos cuesta tanto conversar con Cristo en el Sagrario? ¿Tanta "pastoral" hay que luego no hay tiempo de estar "con el Señor de toda pastoral", con el Buen Pastor?
Pues para todos vendrá bien -empecemos por los sacerdotes "tan pastoralistas"- la sencillez de la oración.
"¿No es cosa difícil? ¿No está vedado a los rudos, a los ocupados, a los activos? ¿No es de sólo los escogidos o de los moradores de los claustros? ¿No ha menester estudios o preparativos prolijos? ¿Cómo se ora?...
La simple exposición de esos cuadros convencerá a los que los contemplen de dos cosas: la primera, que el orar es hablar a Dios con el corazón, y, por tanto, cosa sumamente fácil y al alcance de todos, ilustrados y rudos, mayores y chicos, buenos y malos, pues todos tienen boca y corazón; y la segunda, que toda oración se compone de dos elementos: uno humano, el conocimiento de nuestra indigencia absoluta en cuanto al alma y en cuanto al cuerpo, y otro divino, la fe y la confianza sobrenaturales en el amor misericordioso y omnipotente de Dios que quiere y puede y ha prometido socorrer nuestra indigencia; o, más breve: oración es la fe y la confianza poniendo en comunicación y en curación la gran miseria humana con la gran misericordia divina.
Eso es toda oración: la miseria de rodillas, con las manos extendidas y la boca abierta, ante la Misericordia omnipotente del Corazón de Dios. Ésa es, en la esencia, la oración del santo más contemplativo como la del cristiano más vulgar e interesado”.
Tal vez alguien -de los "superocupados", de los que son "muy pastorales ellos"- pensará que lo de "orar" no es para tanto, ni es tan importante: lo importante son las reuniones, el estar en el bar para estar con la gente, organizar una "chocolatada" y un teatrito... y verán pérdida de tiempo tanto el estudiar como el orar. Una lástima, claro, porque luego se nota y repercute en todo.
Centrémonos hoy en un punto: la oración. ¿Tan difícil es? ¿Nos cuesta tanto conversar con Cristo en el Sagrario? ¿Tanta "pastoral" hay que luego no hay tiempo de estar "con el Señor de toda pastoral", con el Buen Pastor?
Pues para todos vendrá bien -empecemos por los sacerdotes "tan pastoralistas"- la sencillez de la oración.
"¿No es cosa difícil? ¿No está vedado a los rudos, a los ocupados, a los activos? ¿No es de sólo los escogidos o de los moradores de los claustros? ¿No ha menester estudios o preparativos prolijos? ¿Cómo se ora?...
La simple exposición de esos cuadros convencerá a los que los contemplen de dos cosas: la primera, que el orar es hablar a Dios con el corazón, y, por tanto, cosa sumamente fácil y al alcance de todos, ilustrados y rudos, mayores y chicos, buenos y malos, pues todos tienen boca y corazón; y la segunda, que toda oración se compone de dos elementos: uno humano, el conocimiento de nuestra indigencia absoluta en cuanto al alma y en cuanto al cuerpo, y otro divino, la fe y la confianza sobrenaturales en el amor misericordioso y omnipotente de Dios que quiere y puede y ha prometido socorrer nuestra indigencia; o, más breve: oración es la fe y la confianza poniendo en comunicación y en curación la gran miseria humana con la gran misericordia divina.
Eso es toda oración: la miseria de rodillas, con las manos extendidas y la boca abierta, ante la Misericordia omnipotente del Corazón de Dios. Ésa es, en la esencia, la oración del santo más contemplativo como la del cristiano más vulgar e interesado”.
Beato D. Manuel González, Oremos en el Sagrario,
en O.C., Vol. I, nn. 892-893.
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