domingo, 11 de julio de 2010

Parábola cristológica del Buen samaritano

Me han felicitado por la homilía de hoy: ¿por qué? ¿Tan buen orador he sido, tan magníficamente he conmovido los corazones? ¡Qué va! Simplemente porque un servidor ha expuesto la parábola del Buen samaritano leída en el contexto de la Tradición de la Iglesia, es decir, una lectura cristológica del pasaje; como no lo habían escuchado así nunca, les ha llamado la atención. Pero no es para tanto. Es vivir de la Tradición y que la Tradición sigue siendo elocuente.

Vamos a la parábola. Y lo siguiente es un extracto de mi tesina de licenciatura (donde marginalmente he de explicar al Buen samaritano porque así se denomina a Cristo en los textos litúrgicos).

La imagen de Jesús como buen samaritano expresa e ilustra con claridad el misterio de la redención de los hombres. Esta parábola el evangelio de san Lucas cobra una nueva luz cuando se la interpreta cristológicamente, cuando se ve en el buen samaritano una imagen, una figura, del mismo Salvador nuestro que cura las heridas de quien se encuentra caído y herido por los salteadores.

    Este hombre asaltado, apaleado y que ha quedado en el camino herido y medio muerto es cada hombre, cada persona, es el género humano: ¡es Adán!, que se ha alejado de Jerusalén -Dios, el mundo de lo divino, de la santidad- y baja a Jericó, desciende a lo mundano, a la gentilidad, habiendo perdido el paraíso. El Enemigo del hombre, el Maligno, y los pecados han abatido a la humanidad, la han dejado herida, maltrecha, imposibilitada. Yace en el camino. No puede caminar ni levantarse.

  
 ¿Quién salvará a este hombre? ¿Quién socorrerá al género humano? El Verbo de Dios se compadeció y bajó –encarnándose- para pasar al lado del hombre y ejercitar con él la misericordia. La Misericordia movió al Verbo a asumir la naturaleza humana, para haciéndose hombre, poder acercarse a su semejante, el hombre herido, tocarlo, abrazarlo, curar sus heridas.

    La misericordia mueve a Cristo, la compasión dirige su alma. Ve la postración de la humanidad, asaltada por bandidos y enemigos, y su misericordia le hace ponerse en camino para rescatar a la humanidad. 
"No fue otra la causa de venir el Señor sino la salvación de los pecadores. Quita las enfermedades, suprime las heridas, y no hay razón alguna para la medicina. Si del cielo vino el gran Médico, es porque yacía en todo el mundo el gran enfermo. El enfermo es el género humano” (S. Agustín, Serm. 175,1).

    Más aún, el hombre caído y asaltado es el mismo Adán, y en Adán estamos todos nosotros pues de él descendemos.

“Así pues, Adán descendió y cayó en manos de los ladrones, porque todos somos Adán. Pasó el sacerdote, y no hizo caso; pasó el levita, y no hizo caso, porque la ley no puede curar. Pasando el samaritano, no nos menospreció: nos curó, nos cargó en sí mismo, en su carne nos llevó al hostal, es decir, a la Iglesia, y entregó al hostelero dos denarios: la caridad de Dios y el amor al prójimo” (S. Agustín, Epist. 155,28; PL 33, 218).

    El sacerdote del Antiguo testamento nada podía ofrecer; el culto antiguo no tenía eficacia para perdonar el pecado. Tampoco la ley de Israel, representada por el levita, podía hacer algo. La ley era pedagógica, señalaba el pecado, pero no confería la Gracia para vivir. Había de ser el samaritano, Cristo el Hombre nuevo, quien sí tenía capacidad de sanar, salvar, santificar.

    Su misericordia curó nuestras heridas. Vino y aceite: abundancia, bendición, Eucaristía, unción y Espíritu. El vino de su sangre derramada y entregada hoy en la Eucaristía; el aceite de las unciones sacramentales, (Bautismo, Confirmación, Unción de enfermos, Ordenación sacerdotal) el bálsamo del Espíritu Santo derramándose en el alma, impregnándonos de su Gracia.

    ““Y vendó sus heridas untándolas con aceite y vino”. Este médico tiene infinidad de remedios, mediante los cuales lleva a cabo, de ordinario, sus curaciones. Medicamento es su palabra; ésta, unas veces, venda las heridas cuando expresa un mandato de una dificultad más que regular; suaviza perdonando los pecados, y actúa como el vino anunciando el juicio” (S. Ambrosio, Exp. In Lc., 7, 75; CCL 14, 239).

    El buen samaritano nos cura y en su cabalgadura nos lleva a la posada. Nos lleva consigo, porque para eso se hizo hombre; nos carga sobre su cruz, con la que nos conduce y somos llevados. Él no nos deja caídos en el camino: quiere que nos repongamos, seamos atendidos en la convalecencia para recuperar la plena salud y la fortaleza. Extrema su delicadeza e interés por nosotros. No nos deja solos, y para ello nos lleva a la posada, lugar seguro y en el que vamos a ser atendidos siempre, sin ser juzgados ni señalados; el mesón, casa abierta, imagen de la Iglesia que recibe a los hombres por mandato de Cristo para curar las heridas del pecado y expresar así la acogida misericordiosa de su Señor, buen samaritano; prolongar la acción curativa de Cristo en las almas de los hombres, ayudarlos en su recuperación-conversión hasta alcanzar la salud plena, ¡la salvación!


“El Señor Jesucristo, médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos, que perdonó los pecados al paralítico y le devolvió la salud del cuerpo (cf. Mc 2,1-12), quiso que su Iglesia continuase, en la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación y de salvación, incluso en sus propios miembros” (CAT 1421).

La Iglesia continúa hoy ejerciendo la sanación que Cristo trajo, comunicando hoy la salvación que Cristo ofrece por su cruz y resurrección. La parábola del buen samaritano –parábola que gustamos cristológica, que es referida a Cristo- es el resumen del Misterio de Cristo y de nuestra propia sanación; con palabras de san Agustín:

    “Pasando el buen Samaritano por allí, se compadeció, nos curó las heridas, nos levantó y sentó en su carne; y después nos llevó al mesón de la Iglesia, poniéndonos al cuidado del hostelero, conviene a saber, de los apóstoles” (S. Agustín, Enar. In Ps., 125,15).

Muchos textos litúrgicos, preces, oraciones de diferentes rituales, denominan a Cristo buen samaritano. Incluso un prefacio de reciente composición, el Común VIII, se titula "Jesús, el Buen Samaritano", con una rúbrica que aconseja usarlo precisamente en este domingo XV del Tiempo Ordinario:

Es deber nuestro alabarte,
Padre santo, Dios todopoderoso y eterno,
en todos los momentos y circunstancias de la vida,
en la salud y en la enfermedad,
en el sufrimiento y en el gozo,
por tu siervo, Jesús, nuestro Redentor.
Porque él, en su vida terrena, pasó haciendo el bien
y curando a los oprimidos por el mal.
También hoy, como buen samaritano,
se acerca a todo hombre
que sufre en su cuerpo o en su espíritu,
y cura sus heridas con el aceite del consuelo
y el vino de la esperanza.
Por este don de tu gracia,
incluso cuando nos vemos sumergidos en la noche del dolor,
vislumbramos la luz pascual
en tu Hijo, muerto y resucitado.


Lo dejo ya. Ya creo que se ha expuesto suficientemente el sentido cristológico.

Pero, quien quiera completarlo, que acuda al libro "Jesús de Nazaret" de Josef-Ratzinger (ed. castellana, pp. 240-243).

9 comentarios:

  1. Crisóstomo
    También derramó el vino (esto es, la sangre de su pasión), y el óleo (esto es, la unción del crisma), para que se nos diese el perdón por medio de su sangre y se confiriese la santificación por medio de la unción del crisma. El Médico celestial liga las heridas abiertas, que reteniendo en sí mismas la medicina, por sus efectos saludables se restituyen a su salud primera. Derramado que hubo el vino y el óleo, lo colocó sobre un jumento; por ello sigue: "Y poniéndole sobre su jumento", etc.

    San Agustín, De quaest. Evang., lib. 2, cap. 19
    Su jumento es la carne en la que se dignó venir a nosotros. Ser puesto sobre el jumento es creer en la encarnación de Cristo.

    ResponderEliminar
  2. ¡Muchas gracias D. Javier!, por exponer esta visión tan bonita de esta parábola. No la conocía y me anima en el día de hoy, que estaba de bajón por la fiebre. No puedo desarrollar mucho la entrada, pero me deja un poso en el alma que iré rumiando y comprenderé aún mejor más adelante. De momento, me devuelve la esperanza.
    Un abrazo.
    Paloma.

    ResponderEliminar
  3. Anónimo:

    Gracias por las citas. Pero, si pudiera, ¿me podría indicar el lugar exacto de la cita del Crisóstomo?

    Paloma:

    Ánimo. Cristo viene a curarnos... pero la convalecencia siempre es larga. Para eso está la Iglesia que nos cuida mientras nos vamos restableciendo.

    ResponderEliminar
  4. No sé el lugar exacto de la cita del Crisóstomo, yo la he tomado de la Catena Aurea de santo Tomás.

    ResponderEliminar
  5. Paloma, te encomendamos a las manos de este Médico que nos cura con el vino de su Sangre, en la Eucaristía, y con el aceite de su Espíritu Santo que se derrama en nosotros en la unción con el Crisma en los sacramentos.

    Y aprovecho para pedir a don Javier un post sobre la Unción de los enfermos, los requisitos requeridos para recibirla, sus efectos, etc. Y algo que no tengo claro: ¿perdona los pecados a aquellos que por su situación de enfermedad ya no pueden confesar, incluso aunque hubiesen debido hacerlo antes?
    ¿Debería la Iglesia ser algo menos restrictiva para realizarla en personas que se encuentran física y moralmente muy cansadas y débiles, que, como el samaritano, no pueden ponerse en pie por ellas mismas?

    ¿Será por esa excesiva restricción que han surgido las oraciones de sanación entre los carismáticos, en las que a veces se dan verdaderos milagros?
    Son demasiados interrogantes. Conteste sólo a lo que quiera. Gracias.

    ResponderEliminar
  6. Aprendiz:

    La Unción de Enfermos efectivamente perdona los pecados; quien pueda confesar debe hacerlo antes, pero si no puede, este sacramento ya perdona.

    Hay que pensar que este es un Sacramento y no simplemente un sacramental; su sentido es el de los Enfermos, por peligro de muerte, o por las limitaciones ya graves de una avanzada edad, etc. Pero hoy se está abusando en exceso de la Unción: parece simplemente sacramento de la ancianidad, en celebraciones comunitarias, con personas que -gracias a Dios- están frescas como una rosa. Este Sacramento es algo más.

    Para los enfermos no tan graves, o como Vd. alude, física o moralmente cansados, está en el Bendicional la Bendición para los enfermos como un sacramental. ¿Por qué no aprovecharlo así?

    Por ahora creo que es suficiente respuesta. Tiempo habrá de explicar paso a paso la mistagogia del Sacramento de la Unción, efectos, etc.

    ResponderEliminar
  7. D.Javier, Aprendiz, muchas gracias.
    Paloma.

    ResponderEliminar
  8. Gracias Javier por ser tan buen -posadero-. Vino y aceite, que buenas medicinas, mi esperanza: que las heridas que curó no se abran nunca, que las cicatrices desaperezcan de la piel y de la memoria.

    ResponderEliminar
  9. Carmen Hdez.:

    Eso es lo que san Juan de la Cruz en sus libros Subida al Monte Carmelo llamaba la "purificación de la memoria", porque si ésta no se purifica -al modo que Vd. citaba- es imposible la libertad y vivir la virtud teologal de la esperanza.

    ResponderEliminar