Tú te sientas en el trono a la derecha del Padre
en el reino de su eterna gloria
como Palabra de Dios desde un principio.
Tú gobiernas en el altísimo trono
también en transfigurada forma humana
después de haber consumado tu obra en la tierra.
Así creo yo, porque tu Palabra me lo enseña,
y porque lo creo me siento feliz,
y de ahí florece una dichosa esperanza:
Pues donde estás tú allí están también los tuyos,
el cielo es mi maravillosa patria,
yo participo contigo el trono del Padre.
El Eterno, que todo ser creó, Él, tres veces santo, que abarca todo ser,
tiene su propio reino silencioso.
El habitáculo más íntimo del alma humana
es el más querido lugar de la Trinidad,
su trono celestial en la tierra.
Para redimir este reino celestial de las manos del enemigo
ha venido el Hijo de Dios como hijo del hombre,
y dado su sangre en rescate.
En el corazón de Jesús, que fue atravesado,
el reino celestial y la tierra están unidos,
aquí está para nosotros la fuente de la vida.
Este corazón es el corazón de la Trinidad divina
y centro de todo corazón humano,
que nos da la vida de la Divinidad.
(Edith Stein, “Yo estoy con vosotros”,
en Obras completas, vol. 5, Burgos 2004, pp. 799-803).
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