¿Qué es la alegría? ¿La alegría cristiana? ¿Aquella alegría que el mundo no conoce y que es propia de los discípulos del Señor resucitado?
¿Cómo vivir alegres? ¿Es posible?
¿Y cuál será su fuente, su venero profundo, su manantial? ¿De qué forma podremos mantenernos realmente alegres?
"Señor, danos paz y alegría".
2. Dios es la fuente de la verdadera alegría
En realidad, todas las alegrías auténticas, ya sean las pequeñas del día a día o las grandes de la vida, tienen su origen en Dios, aunque no lo parezca a primera vista, porque Dios es comunión de amor eterno, es alegría infinita que no se encierra en sí misma, sino que se difunde en aquellos que Él ama y que le aman. Dios nos ha creado a su imagen por amor y para derramar sobre nosotros su amor, para colmarnos de su presencia y su gracia. Dios quiere hacernos partícipes de su alegría, divina y eterna, haciendo que descubramos que el valor y el sentido profundo de nuestra vida está en el ser aceptados, acogidos y amados por Él, y no con una acogida frágil como puede ser la humana, sino con una acogida incondicional como lo es la divina: yo soy amado, tengo un puesto en el mundo y en la historia, soy amado personalmente por Dios. Y si Dios me acepta, me ama y estoy seguro de ello, entonces sabré con claridad y certeza que es bueno que yo sea, que exista.
Este amor infinito de Dios para con cada uno de nosotros se manifiesta de modo pleno en Jesucristo. En Él se encuentra la alegría que buscamos. En el Evangelio vemos cómo los hechos que marcan el inicio de la vida de Jesús se caracterizan por la alegría. Cuando el arcángel Gabriel anuncia a la Virgen María que será madre del Salvador, comienza con esta palabra: «¡Alégrate!» (Lc 1,28). En el nacimiento de Jesús, el Ángel del Señor dice a los pastores: «Os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor» (Lc 2,11). Y los Magos que buscaban al niño, «al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría» (Mt 2,10). El motivo de esta alegría es, por lo tanto, la cercanía de Dios, que se ha hecho uno de nosotros. Esto es lo que san Pablo quiso decir cuando escribía a los cristianos de Filipos: «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca» (Flp 4,4-5). La primera causa de nuestra alegría es la cercanía del Señor, que me acoge y me ama.
En efecto, el encuentro con Jesús produce siempre una gran alegría interior. Lo podemos ver en muchos episodios de los Evangelios. Recordemos la visita de Jesús a Zaqueo, un recaudador de impuestos deshonesto, un pecador público, a quien Jesús dice: «Es necesario que hoy me quede en tu casa». Y san Lucas dice que Zaqueo «lo recibió muy contento» (Lc 19,5-6). Es la alegría del encuentro con el Señor; es sentir el amor de Dios que puede transformar toda la existencia y traer la salvación. Zaqueo decide cambiar de vida y dar la mitad de sus bienes a los pobres.
En la hora de la pasión de Jesús, este amor se manifiesta con toda su fuerza. Él, en los últimos momentos de su vida terrena, en la cena con sus amigos, dice: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor… Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud» (Jn 15,9.11). Jesús quiere introducir a sus discípulos y a cada uno de nosotros en la alegría plena, la que Él comparte con el Padre, para que el amor con que el Padre le ama esté en nosotros (cf. Jn 17,26). La alegría cristiana es abrirse a este amor de Dios y pertenecer a Él.
Los Evangelios relatan que María Magdalena y otras mujeres fueron a visitar el sepulcro donde habían puesto a Jesús después de su muerte y recibieron de un Ángel una noticia desconcertante, la de su resurrección. Entonces, así escribe el Evangelista, abandonaron el sepulcro a toda prisa, «llenas de miedo y de alegría», y corrieron a anunciar la feliz noticia a los discípulos. Jesús salió a su encuentro y dijo: «Alegraos» (Mt 28,8-9). Es la alegría de la salvación que se les ofrece: Cristo es el viviente, es el que ha vencido el mal, el pecado y la muerte. Él está presente en medio de nosotros como el Resucitado, hasta el final de los tiempos (cf. Mt 28,21). El mal no tiene la última palabra sobre nuestra vida, sino que la fe en Cristo Salvador nos dice que el amor de Dios es el que vence.
Esta profunda alegría es fruto del Espíritu Santo que nos hace hijos de Dios, capaces de vivir y gustar su bondad, de dirigirnos a Él con la expresión «Abba», Padre (cf. Rm 8,15). La alegría es signo de su presencia y su acción en nosotros.
3. Conservar en el corazón la alegría cristiana
Aquí nos preguntamos: ¿Cómo podemos recibir y conservar este don de la alegría profunda, de la alegría espiritual?
Un Salmo dice: «Sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón» (Sal 37,4). Jesús explica que «El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo» (Mt 13,44). Encontrar y conservar la alegría espiritual surge del encuentro con el Señor, que pide que le sigamos, que nos decidamos con determinación, poniendo toda nuestra confianza en Él. Queridos jóvenes, no tengáis miedo de arriesgar vuestra vida abriéndola a Jesucristo y su Evangelio; es el camino para tener la paz y la verdadera felicidad dentro de nosotros mismos, es el camino para la verdadera realización de nuestra existencia de hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza.
Buscar la alegría en el Señor: la alegría es fruto de la fe, es reconocer cada día su presencia, su amistad: «El Señor está cerca» (Flp 4,5); es volver a poner nuestra confianza en Él, es crecer en su conocimiento y en su amor. El «Año de la Fe», que iniciaremos dentro de pocos meses, nos ayudará y estimulará. Queridos amigos, aprended a ver cómo actúa Dios en vuestras vidas, descubridlo oculto en el corazón de los acontecimientos de cada día. Creed que Él es siempre fiel a la alianza que ha sellado con vosotros el día de vuestro Bautismo. Sabed que jamás os abandonará. Dirigid a menudo vuestra mirada hacia Él. En la cruz entregó su vida porque os ama. La contemplación de un amor tan grande da a nuestros corazones una esperanza y una alegría que nada puede destruir. Un cristiano nunca puede estar triste porque ha encontrado a Cristo, que ha dado la vida por él.
Buscar al Señor, encontrarlo, significa también acoger su Palabra, que es alegría para el corazón. El profeta Jeremías escribe: «Si encontraba tus palabras, las devoraba: tus palabras me servían de gozo, eran la alegría de mi corazón» (Jr 15,16). Aprended a leer y meditar la Sagrada Escritura; allí encontraréis una respuesta a las preguntas más profundas sobre la verdad que anida en vuestro corazón y vuestra mente. La Palabra de Dios hace que descubramos las maravillas que Dios ha obrado en la historia del hombre y que, llenos de alegría, proclamemos en alabanza y adoración: «Venid, aclamemos al Señor… postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro» (Sal 95,1.6).
La Liturgia en particular, es el lugar por excelencia donde se manifiesta la alegría que la Iglesia recibe del Señor y transmite al mundo. Cada domingo, en la Eucaristía, las comunidades cristianas celebran el Misterio central de la salvación: la muerte y resurrección de Cristo. Este es un momento fundamental para el camino de cada discípulo del Señor, donde se hace presente su sacrificio de amor; es el día en el que encontramos al Cristo Resucitado, escuchamos su Palabra, nos alimentamos de su Cuerpo y su Sangre. Un Salmo afirma: «Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo» (Sal 118,24). En la noche de Pascua, la Iglesia canta el Exultet, expresión de alegría por la victoria de Jesucristo sobre el pecado y la muerte: «¡Exulte el coro de los ángeles… Goce la tierra inundada de tanta claridad… resuene este templo con las aclamaciones del pueblo en fiesta!». La alegría cristiana nace del saberse amados por un Dios que se ha hecho hombre, que ha dado su vida por nosotros y ha vencido el mal y la muerte; es vivir por amor a él. Santa Teresa del Niño Jesús, joven carmelita, escribió: «Jesús, mi alegría es amarte a ti» (Poesía 45/7)" (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud, 2012, nn. 2-3).
Releer este texto del Papa siempre resulta nuevo, quiero decir actual. Aunque no es directamente Palabra de Dios, es El el que habla y actua; el sentido de la vida: aceptación, acogida, amor de Dios... y dejarnos llevar por El, que SABE además de AMAR.
ResponderEliminarSi pudiéramos gritar al mundo que no tenga miedo de El (cfr. J.P. II), que prueben, y serán felices... "el Señor sería su delicia, el miedo desaparecería, los hombres desearían más su cercanía y la alegría se contagiaría".
Pero también esto es obra de Dios. Pidámoslo insistentemente cada día con fe, aunque sea como un granito de arena: CRECERÁ...
Perdón por pretender iluminar lo que ya LUCE de por sí...
“También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar”, pone en boca de Jesús el Evangelio de san Juan. Vuelve a vernos en la Liturgia, se quedó con nosotros en la Eucaristía, y así ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos puede quitar la alegría (amor en san Pablo) porque nuestra alegría es el amor de Dios en Cristo Jesús. San Juan de la Cruz con la audacia de los místicos se dirige a Dios en estos términos: “No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu único Hijo Jesucristo, en que me diste todo lo que quiero”.
ResponderEliminar¡Qué Dios les bendiga!
Me parece una manera muy sabia la de este Papa, la de dirigirse a los jóvenes mostrándoles donde está la verdadera felicidad y la verdadera alegría.
ResponderEliminarHace referencia al evangelio de S. Juan, la parte preferida por mí, creo que va del cap 14 al 17, lo que yo llamo la noche "iluminada", donde se encuentran las últimas palabras de Jesús a sus discípulos antes de su Pasión:
"Yo les he dado a conocer tu Nombre
y se lo seguiré dando a conocer
para que el Amor con que Tú me has amado esté en ellos
y Yo también en ellos".
Para mí, ese Amor es el Espíritu Santo y sólo recordar esta frase trinitaria, que resume todo el evangelio, me causa gran alegría.
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"La alegría cristiana nace del saberse amados por un Dios... que ha dado su vida por nosotros"
Hubo un tiempo, (demasiado tiempo) en que, como otra mucha gente,
yo no tenía gran conciencia de pecado y este dar la vida de Cristo por nosotros, por mí, lo veía casi exclusivamente en relación al pecado original y eso era algo que me quedaba muy lejos, de nuestros primeros padres nada menos, y en lo que yo no había tenido ni arte ni parte. Entonces no podía entender el anuncio del angel:
«Os anuncio una Buena Noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador..."
Cuando no se tiene conciencia de pecado, no se necesita un Salvador, ni ésto es motivo de alegría.
La alegría es amar a Jesús: qué gran verdad.
ResponderEliminarHoy no contestaré uno a uno.
ResponderEliminarPero, digo yo, estas alegrías sbrenaturales y espirituales, deben ir transformando poco a poco nuestra psicología humana, convirtiéndonos en personas profundamenta alegres.
Creo yo que un signo de esta alegría honda debe ser el buen humor, la ironía fina (nunca hiriente), el tono agradable y sonriente, etc .
A todos feliz noche. ¡Siempre alegres en el Señor! ¡Alegraos, el Señor está cerca!
Por supuesto, la verdadera alegría origina el buen humor y una actitud importantísima en un cristiano: la capacidad de reírse de uno mismo sin entristecerse ni deprimirse. No tengo tan claro que la alegría origine la ironía aunque sí da lugar a la broma cariñosa (las distingo por la intención), ni tampoco que el tono agradable y sonriente sea producto en sí mismo de la alegría pues en él puede infuir mucho una buena educación (urbanidad). ¿Les suena?: "al suelo que vienen los nuestros" o ¿de los buenos me libre Dios que de los malos me libro yo?
EliminarFeliz noche
A lo que dice añado yo (y matizo): entendía ironía por la traducción que vd. ofrece, la de "broma cariñosa".
EliminarPero sí creo que, a parte de que la sonrisa amable puede ser fruto de haber interiorizado la urbanidad, para llegar a sonreír pacífica y amablemente a todos, siempre, es necesario que haya algo más que urbanidad, tendrá que haber una alegría honda y pacífica. Se reflejará en la sonrisa, en la palabra cordial, en el gesto agradable y sobre todo en la mirada, luminosa, capaz de transmitir algo al otro; nada que ver con la sonrisa forzada del vendedor, del comercial o del político delante de la cámara de fotos.
Por eso subrayo que junto a la urbanidad (la caridad no es maleducada, ergo la urbanidad es buenísima), la alegría permitirá un tono distinto en el trato con el otro y será sobre todo la mirada la que delate la verdad de esa alegría y de esa serenidad.
¡Y sí! "De las aguas mansas me libre Dios, que de las bravas ya me libraré yo": ¡¡cuántas veces en mi vida he tenido que decirlo!! (jejej)