miércoles, 25 de agosto de 2010

Visita a Santiago Apostól o la experiencia de los orígenes

 Cada vez que visito Santiago de Compostela, me maravillo de la realidad de la fe católica al verla tan universal, tan integradora, tan variada. Es cierto que en Santiago se pueden encontrar diversos motivos por los que acuden los peregrinos, desde los meramente turísticos a los culturales, pasando por la sinceridad de la fe que impulsa a ir a celebrar el Año Santo y rezar al Apóstol, tras un Camino. Sí, un Camino, porque la fe es camino -peregrinos de la fe, caminando al cielo-, un continuo progreso ("caminan de baluarte en baluarte hasta ver a Dios en Sión", Sal 83), progresar de "gracia en gracia". Nunca la fe está acabada, ni plena, ni completada. Nunca el proceso de conversión de las estructuras del corazón está hecho, sino que siempre el dinamismo creyente necesita ser purificado y otra vez elevado. La experiencia del Camino en la fe es saludable. Recordemos la peregrinación en la carta a los Hebreos (11, 13ss).

Se llega a Santiago de Compostela. Es una ciudad que parece un mosaico de nacionalidades, razas y lenguas. Muchos, muchísimos católicos, que se les nota: el rostro alegre y cansado, una cruz al cuello, o una camiseta con algún lema cristiano, o alguna pancarta del grupo...; van muchos con sus sacerdotes, o con alguna religiosa...

Santiago de Compostela se convierte en una ciudad universal, mostrando hasta qué punto la Iglesia misma es universal, ¡y eso significa Católica!

Entonces queda pasar por la puerta santa -"Yo soy la puerta, el que entre por mí se salvará" (Jn 10,9)-, subir para abrazar la imagen del Apóstol y luego bajar a la cripta a venerar su cuerpo en la urna de plata.

En el nivel de la fe, que es el que nos debe mover siempre, habría que destacar algunos puntos.

1) La experiencia personalísima y única de estar ante un Apóstol, amigo del Señor. En su sepulcro, después de dar el abrazo a la imagen del Apóstol, rezar en un rinconcito de rodillas y saludarle como Amigo del Señor. ¡Qué suerte, qué grandeza! Fue realmente "amigo del Señor": compartió sus momentos de intimidad con Pedro y Juan en la resurrección de la hija de Jairo, en la Transfiguración, en el Monte de los Olivos. Estamos pues ante quien estuvo muy cerca del mismo Señor, el Verbo encarnado. A él le podemos suplicar que interceda ante su Amigo; a él le podemos rogar ser también nosotros "amigos del Señor".


2) Estar ante el Apóstol es volver a nuestro Padre en la fe. Lo mismo que San Pablo es padre de la fe de muchas comunidades (Éfeso, Corinto...) y les escribió sus cartas y puede afirmar: "Pues aunque tengáis diez mil tutores en Cristo, no tenéis muchos padres; porque en Cristo Jesús yo os engendré por medio del Evangelio" (1Co 4,15); o como Pedro es el gran apóstol de Roma, o Andrés en Grecia, nuestro padre en la fe es Santiago, el que nos dio lo mejor y más precioso: conocer a Cristo, plantar la Iglesia en esta tierra. Es, pues, la experiencia de volver a los orígenes. De aquí nace el agradecimiento por el don de la fe, por haber conocido a Cristo en nuestro vida y nuestra experiencia de vida cristiana, sinceramente, lo mejor que nos haya podido pasar nunca.

La experiencia de volver a los orígenes, nos habla de frescura, de radicalidad, de entrega absoluta y sin condiciones a Cristo, de fidelidad a la Tradición, de apostolado y testimonio. Esta experiencia, bien vivida, es gratificante y beneficiosa para nuestro catolicismo, en ocasiones, tibio o adormecido.

3) La eclesialidad: se ven allí muchas personas... y entre ellas se notan católicos que van movidos no por turismo o veraneo o cultura, sino por la fe católica: rezan, van con fe y con distintas sensibilidades y espiritualidades, de distintos grupos, movimientos, formación católia y países. ¡Qué grande y hermosa es la Iglesia! ¡Cuántos católicos somos, eso sí, dispersos por todos los rincones! Hay que gozar de sentirse católico y gozar de ver que la Iglesia de verdad está viva y es joven.
Me impresionaron especialmente algunas cosas.

Una tarde del domingo, sobre las 5 de la tarde, había un amplio grupo de jóvenes (de 20-30 años) que terminando el Oficio de Lecturas, estaban cantando el Te Deum, presididos en el presbiterio por sus sacerdotes. Eran italianos. Al terminar el Oficio, con melodía suave, contemplativa, cantaban "Cantare, amare e ringraziare Dio", "Cantar, amar y dar gracias a Dios", acompasado con suaves palmadas en el canto. Se percibía fe. Sé que algunos verán como irrespetuoso la sencillez del canto acompañado con palmas (nada brusco, insisto, sino melodioso); sé que lo verán una expresión de modernimos... pero quienes estábamos allí veíamos sus rostros orantes y nos dejábamos envolver por la melodía, el canto y la adoración. Terminado el canto, dieron gracias unos cinco minutos de rodillas. Me pareció maravilloso aunque yo no dé palmadas en los cantos, o no sea precisamente mi estilo. Era otro modo de expresar la misma fe católica, la plegaria y la adoración a Cristo.
Pero... Pero lo que tal vez no hay en mi parroquia (comunidad, diócesis) lo hay en otra; los bienes espirituales de otra parroquia, de otra diócesis, enriquece lo mío por la catolicidad de la Iglesia. Nos pertenece.  Y que, tal vez, no vea jóvenes ni mi comunidad, ni matrimonios jóvenes, no significa que no los haya, que no estén en la Iglesia. Significa tan sólo -aunque sean minoría- que no estén allí donde yo vivo la fe, sino que están en otra parte, en otras parroquias, en otras diócesis o en otros países, pero que ellos me pertenecen como yo -y los míos y mi parroquia- les pertenezco.

Se ve la fe. En la Misa de la tarde me encantó ver parejas de novios en Misa, de rodillas en la consagración, rezando el Credo en su momento; me encantó ver matrimonios que en el Padrenuestro discretamente extendieron sus manos para orar; me encantó ver un pueblo cristiano donde matrimonios, niños, jóvenes, novios, religiosas, participaban realmente de la Misa. Me encantó ver que los confesionarios de la Catedral, con sus letreros señalando los idiomas para poder confesar, estaban siempre con penitentes...

¡Qué grande es la Iglesia!
¡Cuán hermosa!
Y sí, está viva, la Iglesia está viva y es joven. 
¡¡Que brote la esperanza!!

3 comentarios:

  1. YO TAMBIEN HE IDO A SANTIAGO CON PARTE DE MI FAMILIA.SOLO QUIERO DECIR QUE ME UNO A ESE SENTIMIENTO QUE EXPRESA Y QUE YO NO PORDIA EXPLICAR CON TANTA CLARIDAD ,PERO QUE SENTIDO,Y HA LLENADO MI CORAZON DE GOZO.QUE DIOS LE BENDIGA.PQUI

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  2. La semana pasada intenté hacer el Camino desde Sarria. No pudo ser, y acabé llegando al Apóstol sobre la borrica motorizada familiar. Allí me acordé de todos los amigos (incluidos curas cordobeses).
    Un abrazo, páter.

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