En ti solo, Jesús, mi afición pongo,
corro a tus brazos, a esconderme en ellos.
Como un niño pequeño quiero amarte, como un bravo soldado luchar quiero. Como un niño, te colmo de caricias,
y de mi apostolado en la palestra como un guerrero a combatir me lanzo...
Tu corazón divino,
que guarda y que devuelve la inocencia,
no es capaz de frustrar mis esperanzas.
En ti, Señor, reposan mis deseos: después de este destierro,
¡al cielo a verte iré!
Cuando la tempestad se alza en mi alma, levanto a ti mis ojos,
y en tu tierna mirada compasiva
yo leo tu respuesta: “¡Hija mía, por ti creé los cielos!”
Yo sé que mis suspiros y mis lágrimas
ante ti están y te encantan, mi Señor.
Los serafines forman en el cielo tu corte,
y sin embargo tú vienes a buscar mi pobre amor...
Quieres mi corazón, aquí lo tienes,
te entrego enteros todos mis deseos.
Y por ti, ¡oh mi Rey y Esposo mío!, a los que amo seguiré yo amando.
(Sta. Teresa de Lisieux, Poesía n. 39, “Sólo Jesús”).
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