sábado, 14 de agosto de 2010

Asunción de la Virgen, Pascua de María

La Asunción de la Virgen María a los cielos es el culmen de su misterio, de su docilidad al Espíritu Santo. Ella, arca santa que contuvo, no ya las tablas de la ley, sino al mismo Verbo y autor de la ley, entra en el cielo. Ella, que fue llena y plenificada por el Espíritu Santo que formó en su carne al Hijo de Dios, ahora se ve totalmente traspasada por el Espíritu. Es el Espíritu Santo el que pneumatiza su cuerpo, el que le permite una asociación perfecta a la Pascua de su Hijo y no sólo su alma sino también su cuerpo santo y bendito entra en el cielo.

¡Es la Pascua de la Virgen!
¡Es el Misterio Pascual completado en María!
¡Es la acción del Espíritu Santo que transforma el cuerpo de la Virgen de terrenal en celestial, de mortal en inmortal!

"Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte" (LG 59).


La Iglesia celebra con júbilo y manifiesta solemnidad esta Pascua, incluso con doble Misa: un formulario completo para la Misa de la Vigilia con sus lecturas, y otro formulario con sus lecturas para la Misa del día. Así "en Ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la Redención y la contempla gozosamente, como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser" (SC 103).

La Asunción de María, la entrada de su cuerpo y alma en los cielos, en la inmensidad y esplendor de la Gloria, es para la Iglesia señal de esperanza. Esa es nuestra meta: la vida eterna y la resurrección de la carne; ese el destino último: la Vida, la Comunión de los santos, la alabanza de Dios. Y así, con esta fiesta pascual, se reaviva la esperanza: ¡levantemos el corazón! No lo apeguemos a la tierra, ni a las cosas de la tierra, ni a las circunstancias concretas que tal vez oprimen y aprisionan nuestra vida tantas veces. ¡Nuestra patria es el cielo! Y nuestro cuerpo, que sufre, que enferma, que envejece, que padece los embistes de las pasiones y se mortifica, recibirá también su galardón.

Pascua de María: ¡levantemos el corazón!
Pascua de la Virgen: ¡suba nuestro corazón hasta Dios!


5 comentarios:

  1. Ricardo Moreno Gómez15 agosto, 2010 23:33

    Querido Javier,
    con que pudieramos absorver y asumir una décima parte de tus enseñanzas y de tu amor a la Virgen, nos iría a todos mucho mejor. un abrazo.

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  2. Me gusta pensar que, en Cristo en primer lugar, luego en María y también en muchos santos, parece cumplirse la palabra del salmo: No dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

    Creo que, si todos deberíamos dar infinitas gracias al Señor por su misericordia, por cargar con nuestros pecados en la cruz para que queden perdonados, María es la que debe agradecer aún más, pues, como intuye en el Magnificat, la obra de Cristo en ella ha sido mayor que en los demás, tan grande que la ha preservado del pecado desde su concepción, la fue conduciendo sin pecado a lo largo de su vida y la culminó en la Asunción.
    Si era consciente de ésto, ¿qué sentiría cuando estaba al pie de la cruz?

    Por eso me parece que en el cielo, cuando cantemos eternamente las misericordias del Señor, María será la primera en hacerlo junto a nosotros.

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  3. Aprendiz: correctísima la interpretación del salmo 15. En Cristo y en la Virgen se ha cumplido ya: "no dejó a su fiel conocer la corrupción"; en nosotros hay que esperar a la resurrección delúltima día, cuando Cristo venga con gloria para juzgar a vivos y muertos.

    En el cielo, María es la primera en cantar el magníficat, así como ahora en Vísperas cada día, María canta con nosotros -la Iglesia- al final de la jornada la misericordia eterna de Dios.

    Ricardo:

    ¡¡No exageres...!!

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  4. D. Javier, muchas gracias por contestar. Parece que esta vez ha sido Vd. el que ha llegado un poco tarde, je,je.
    Si ha sido por unos dias de descanso, pues, estupendo.

    "... en nosotros hay que esperar a la resurrección del última día, cuando Cristo venga con gloria para juzgar a vivos y muertos".

    En su frase, hay dos cosas que nunca he tenido muy claras, aunque tal vez sea demasiado contestarlas en un blog:

    - No sé cómo están los que mueren, en ese tiempo entre la muerte y la resurrección del último día.
    - Tampoco sé cómo "se casan" estas dos cosas que decimos en el credo: "creo en el perdón de los pecados" y que "Cristo vendrá a juzgar a vivos y muertos", o como dice en la Biblia, vendrá para "dar a cada uno según sus obras".
    Sobre todo ahora que me parecía ir entendiendo más la misericordia del Señor pues es lo que más necesito...

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  5. Aprendiz:

    Cierto, llego tardísimo... después de estar unos días por Galicia para ver al Apóstol y encomendarme a él. ¡¡No me dejan ustedes ni unos días libres!! Me alegro: señal de que lo que aquí se dice les ayuda.

    Contesto (en parte) a su pregunta.

    -Los que mueren antes de la resurrección: su cuerpo está a la espera de la resurrección para que el cuerpo reciba premio o castigo; el alma recibe su juicio particular o su autojuicio ante Dios. La venida de Cristo hará que "todos resuciten del polvo" que dice la Escritura, y de nuevo el hombre sea completado, el cuerpo resucitado para gozar de la visión de Dios o del castigo.

    -Creer en el perdón de los pecados es claro: lo recibimos en el Bautismo y en la Penitencia. Al final de la existencia hay un juicio total de la persona, de su biografía, de su correspondencia a la gracia. Dios da el ciento por uno al bien realizado por nosotros. ¿No es grande esa Misericordia?

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