jueves, 15 de octubre de 2009

Teresa de Jesús, Madre de orantes, mujer cabal


“Madre de orantes”: así es llamada Santa Teresa, e igualmente se la podría calificar de Maestra de orantes. Sus escritos son una sana pedagogía, una introducción, una mistagogia, que invita a la oración, nos educa en ella, nos acompaña en el camino dificultoso al principio de recorrer los caminos interiores para llegar a la comunión con Dios vivo. No habla desde un pedestal, sin contaminarse con el mundo, ni mancharse los pies de barro. Antes de ser madre, antes de ser maestra, hubo de recorrer ella un larguísimo camino.

Joven, coqueta, alegre, extrovertida, entra en el Monasterio de la Encarnación de Ávila y tras los fervores iniciales, con enfermedad grave, pasa por un período de casi veinte años sin apenas oración. Dios la cuestionaba y ella se apartó de Él, se encerró en sí misma al par que descubría que algo fallaba en su ser, que su alma gritaba por un deseo de Dios al que ella no quería acceder; por ahora quería compaginar, y no podía, “oración y regalo”, oración y vida descansada, a gusto consigo misma y sus caprichos y sus afectos. Cantó muchas veces el “Veni Creator”, a ver si el Espíritu Santo la sacaba de su situación existencial de postración, y Dios tuvo misericordia: la cuaresma de 1554 es el momento determinante de su conversión al ver la imagen de un Ecce Homo, el “
Cristo muy llagado” en su celda, ante el cual ella se arrodilló, rezó y lloró. Dios se apiadó. Comienza Teresa a ser, no de ella misma, sino completamente “de Jesús”. Se entregará a Cristo incondicionalmente, seguirá el camino que Él le trace fundando un convento carmelita de mayor rigor y contemplación, San José de Ávila (26 de agosto de 1562) y partirá por los caminos de España fundando Carmelos donde se ame mucho a Cristo y se inmolen por la Iglesia y los sacerdotes, en contemplación, amor y penitencia.

Sus obras, pensadas para sus hijas carmelitas, son hoy una joya de la literatura castellana así como una fuente indispensable para quien quiera tomarse en serio la oración y su unión de amor con Cristo. Siempre los clásicos son un referente, mejor que los autores contemporáneos que, de pronto, se ponen de moda.

Para santa Teresa la oración es un encuentro, un encuentro con Jesucristo, un encuentro de diálogo y amistad, un encuentro de presencia del Señor. La define como “tratar de amistad estando muchas veces a solas con Quien sabemos nos ama” (V 8,5). “Procuraba lo más que podía traer a Jesucristo dentro de mí presente” (V 9,4), “Se esté allí con Él” (V 13, 22) o como dice en otro lugar, en la oración “mire que le mira”, es una conciencia gozosa de que Jesucristo me mira con amor y respondo a su mirada. ¡Qué personal es la oración, qué lejana del vacío del deseo, del orientalismo que anula la persona para sumirla en la nada, en la relajación del no-ser! ¡Personalísima, humanísima es la oración, encuentro con la Humanidad gloriosa de Jesucristo! ¡Si pudiéramos extendernos en este punto...!


Cuatro grados o cuatro etapas señala ella en su Libro de la Vida, y en esas etapas seguro que nos vemos reflejados, pero que son un aliciente para avanzar, subir, crecer. Hace una comparación con un hortelano (el orante) que debe regar su huerto para que den fruto las semillas que Dios ha plantado.


El primer grado, cuando se inicia la vida de oración, es dificultoso. “De los que comienzan a tener oración podemos decir son los que sacan el agua del pozo, que es muy a su trabajo”, dice la santa en el libro de su vida (V 11,9). Todo cuesta: la oración se hace una pequeña lucha, nunca se acaba de sacar el tiempo suficiente, no se le ve fruto alguno a la oración, las distracciones son constantes, la imaginación no para de actuar.


El segundo grado: se va a regar no con cubos sacados de un pozo, sino “…con noria y arcaduces, que se saca con un torno (yo lo he sacado algunas veces), es a menos trabajo y sácase más agua” (V 11,7). Dios da alguna luz al alma, algún consuelo, alguna gracia, y la oración se hace más agradable y gustosa. Falta mucho trecho por recorrer, y algunos se paran aquí sin avanzar.

Tercer grado: se riega con agua de río, con un arroyo o acequia. “Es agua corriente de río o de fuente, que se riega muy a menos trabajo, aunque alguno da el encaminar el agua. Quiere el Señor aquí ayudar al hortelano de manera que casi él es el hortelano y el que hace todo” (V. 16,1). Dios actúa cada vez más en el orante, lo va uniendo a Él y no ya hacen falta tantas oraciones vocales o utilizar tanto la meditación o un libro para meditar.

Cuarto grado: ¡el agua de lluvia! Todo es gracia: “… es agua que viene del cielo para con su abundancia henchir y hartar todo este huerto de agua” (V 18,9). La oración es un sumergirse en el Misterio de Dios porque Dios mismo se entrega a la persona con sumo recogimiento, quietud y amor.


Pero, ¿esto de la oración no está reservado a unos monjes y unas monjas contemplativos, y como mucho, a los religiosos y sacerdotes? ¡No! Orar es cuestión vital, de vida verdadera para todos, incluidos seglares, matrimonios, catequistas, profesionales... Orar y hacerlo con “desasimiento de todo lo criado” (una gran libertad de espíritu en esta aventura), “amor y humildad” (amor a Cristo, humildad que es conocimiento propio) y “determinada determinación” (una firme voluntad de tener oración y no cejar en el empeño).


¡Madre de orantes! ¡Doctora de la Iglesia! ¿Nos animarás hoy, a nosotros desde este blog, a empezar a tener trato de amistad diario con Jesucristo?

1 comentario:

  1. una firme voluntad de no cejar en el empeño,desde aqui me uno a su oracion.Teresa ,Doctora de la Iglesia,intercede por nosotros,guianos en el camino de oracion.

    ResponderEliminar