martes, 13 de octubre de 2009

El alma del teólogo (o hacer teología) - III


Del silencio brota la palabra del teólogo.
Del silencio de la oración se genera la reflexión teológica.

Orante ha de ser el teólogo si su palabra quiere ser palabra de sabiduría.
A la oración llevará el teólogo -y el aprendiz de teólogo- la materia sobre la que reflexiona, los datos que investiga, los textos sobre los que trabaja, y tratará con el Señor en la oración personal el estudio en que está sumergido.

Este silencio lo confrontará con la Verdad, y llegará a amar la Verdad, contemplándola en la oración y uniéndose a ella. ¡Y la Verdad es Jesucristo!

Tanto como en la mesa de estudio ante los libros o ante el ordenador o en la biblioteca, el teólogo se forja en la meditación personal, en la oración que escruta.

"Creo que esta es la virtud fundamental del teólogo: esta disciplina, incluso dura, de la obediencia a la verdad, que nos hace colaboradores de la verdad, boca de la verdad, para que en medio de este río de palabras de hoy no hablemos nosotros, sino que en realidad, purificados y hechos castos por la obediencia a la verdad, la verdad hable en nosotros. Y así podemos ser verdaderamente portadores de la verdad.

Esto me lleva a pensar en san Ignacio de Antioquía y en una hermosa frase suya: "Quien ha comprendido las palabras del Señor, comprende su silencio, porque al Señor se le conoce en su silencio". El análisis de las palabras de Jesús llega hasta cierto punto, pero permanece en nuestro pensar. Sólo cuando llegamos al silencio del Señor, en su estar con el Padre del que vienen las palabras, podemos también realmente comenzar a entender la profundidad de estas palabras.

Las palabras de Jesús surgieron en su silencio en la montaña, como dice la Escritura, en su estar con el Padre. De este silencio de la comunión con el Padre, de estar inmerso en el Padre, surgen las palabras; y sólo llegando a este punto, y partiendo de este punto, llegamos verdaderamente a la profundidad de la Palabra y podemos ser nosotros auténticos intérpretes de la Palabra. El Señor, hablando, nos invita a subir con él a la montaña, y a aprender así de nuevo, en su silencio, el auténtico sentido de las palabras.

Al decir esto, hemos llegado a las dos lecturas de hoy. Job había clamado a Dios, incluso había luchado con Dios frente a las evidentes injusticias con las que lo trataba. Ahora se encuentra ante la grandeza de Dios. Y comprende que ante la verdadera grandeza de Dios todo nuestro hablar es sólo pobreza y no llega, ni siquiera de lejos, a la grandeza de su ser; así dice: "He hablado dos veces y no añadiré nada". Silencio ante la grandeza de Dios, porque nuestras palabras son demasiado pequeñas.

Esto me lleva a pensar en las últimas semanas de la vida de santo Tomás. En esas últimas semanas ya no escribió ni habló nada. Sus amigos le preguntaron: "Maestro, ¿por qué ya no hablas?, ¿por qué ya no escribes?". Y él respondió: "Ante lo que he visto ahora todas mis palabras me parecen como paja".

El padre Jean-Pierre Torrel, gran conocedor de santo Tomás, nos dice que no debemos interpretar mal estas palabras. La paja no equivale a nada. La paja lleva el grano y este es el gran valor de la paja. Lleva el grano. Y también la paja de las palabras sigue siendo válida como portadora del grano. También para nosotros esto es una relativización de nuestro trabajo y a la vez una valorización de nuestro trabajo. Es asimismo una indicación para que nuestro modo de trabajar, nuestra paja, lleve realmente el grano de la palabra de Dios.

El evangelio concluye con las palabras: "Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha". ¡Qué advertencia, qué examen de conciencia implican estas palabras! ¿Es verdad que quien me escucha a mí escucha realmente al Señor? Oremos y trabajemos para que cada vez sea más verdad que quien nos escucha a nosotros escucha a Cristo" (Benedicto XVI, Misa con la Comisión Teológica Internacional, 6-octubre-2006).


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