viernes, 9 de octubre de 2009

El alma del teólogo (o hacer teología) - II


En la teología Dios es el sujeto, no el objeto.

El teólogo más que hablar de Dios –como si poseyera la ciencia del arcano- debe permitir que sea Dios el que hable, se manifieste, se revele.

Jamás forzará el pensamiento para convertir la teología en su propia ideología, sino para adecuar su pensamiento a Dios y su lenguaje sea limpio, diáfano, para que Dios sea revelado, conocido, amado.

La teología no es proyección de ninguna filosofía, de ninguna ideología, de ningún sistema de pensamiento.

La teología, ciencia de Dios, es modo de expresarse Dios, si se puede decir así, cuando el teólogo se pone al servicio de Dios sin concesiones a la galería, inmunizado contra la secularización, sin pretender vaciar el contenido de la fe y de la revelación para una falsa modernización que haga “agradable” la teología (¿más sal que se ha vuelto sosa?) o para una crítica amarga y feroz nacida del disenso y la contestación, calificándose a sí mismo de “profeta”.

No. La teología es algo más bello que esos planes humanos.

“Santo Tomás de Aquino, juntamente con una larga tradición, dice que en la teología Dios no es el objeto del que hablamos. Esta es nuestra concepción normal. En realidad, Dios no es el objeto; Dios es el sujeto de la teología. El que habla en la teología, el sujeto que habla, debería ser Dios mismo. Y nuestro hablar y pensar sólo debería servir para que pueda ser escuchado, para que pueda encontrar espacio en el mundo el hablar de Dios, la Palabra de Dios.

Así, de nuevo, somos invitados a este camino de renuncia a palabras nuestras; a este camino de purificación, para que nuestras palabras sean sólo instrumento mediante el cual Dios pueda hablar, y de este modo Dios realmente no sea objeto, sino sujeto de la teología.

En este contexto me vienen a la mente unas hermosas palabras de la primera carta de san Pedro, en el primer capítulo, versículo 22. En latín dice así: "Castificantes animas nostras in oboedientia veritatis". La obediencia a la verdad debería hacer casta ("castificare") nuestra alma, guiándonos así a la palabra correcta, a la acción correcta. Dicho de otra manera, hablar para lograr aplausos; hablar para decir lo que los hombres quieren escuchar; hablar para obedecer a la dictadura de las opiniones comunes, se considera como una especie de prostitución de la palabra y del alma. La "castidad" a la que alude el apóstol san Pedro significa no someterse a esas condiciones, no buscar los aplausos, sino la obediencia a la verdad.

Creo que esta es la virtud fundamental del teólogo: esta disciplina, incluso dura, de la obediencia a la verdad, que nos hace colaboradores de la verdad, boca de la verdad, para que en medio de este río de palabras de hoy no hablemos nosotros, sino que en realidad, purificados y hechos castos por la obediencia a la verdad, la verdad hable en nosotros. Y así podemos ser verdaderamente portadores de la verdad” (Benedicto XVI, Misa con la Comisión Teológica Internacional, 6-octubre-2006).

1 comentario:

  1. Cuánta Sabiduria hay en SU PALABRA...de acuerdo contigo... Para mi obedecerle es obedecer a LA VERDAD...y esto lo hemos de llevar a nuestra vida... dandole honor con nuestras palabras...siendo veraces, sinceros, auténticos...dejando que ÉL hable en nosotros..para luego hablar a través de
    ÉL... ese espacio de silencio debe crecer en nuestro Corazón y Mente...silencio personal...para dar entrada y espacio a SU SILENCIO PRIMORDIAL... PRESENCIA DE LA VERDAD que en su Acción en nuestra Alma...nos purifica y eleva a ÉL con su Misterio...el Misterio de LA ACCION DEL ESPIRITU en cada hombre.

    Un sincero Abrazo, hermano...
    Voy a seguir tu blog.

    Carmen
    concienciaprimordial.blogspot.com

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