La Iglesia, en su oración cotidiana, la Liturgia de las Horas, pide en multitud de ocasiones que nuestro trabajo sea agradable a Dios, una ofrenda a Él: “danos tu gracia, para que todas nuestras acciones sean agradables a tus ojos y útiles a tu designio de amor y salvación universal” (Oración de Sexta, Martes I)y también: “haz que todas nuestras acciones te sean agradables y sirvan para manifestar al mundo tu redención” (Oración de Nona, Miércoles IV).
¿Cómo pueden ser agradables nuestras acciones a Dios?
En primer lugar, realizando todas y cada una de nuestras acciones con amor de Dios y pensando en Él, sin buscar ningún otro reconocimiento ni gratitud. Este primer sentido lo declara una lectura breve: “Lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor y no a los hombres” (Col 3,23; Nona, Miércoles IV).
En segundo lugar, el trabajo, las distintas obras y obligaciones cotidianas, realizarlas en el nombre de Cristo, ofreciéndolas y viviendo en su presencia continua: “todo lo que de palabra o de obra realicéis sea todo en nombre del Señor Jesús” (Col 3,17; Sexta, Miércoles IV), “Que la gracia del Espíritu Santo habite en nuestros corazones y resplandezca en nuestras obras, para que así permanezcamos en tu amor y en tu alabanza” (Preces Laudes, Miérc., II).
En tercer lugar, se santifica el trabajo cuando se realiza con perfección, con prontitud, entregados a las distintas tareas, sin dejarlas a medias o a medio acabar, o trabajando con dejadez y sin precisión; trabajo con diligencia, laboriosidad, honradez y justicia. La santificación del trabajo requiere hacerlas con perfección, conscientes de que redunda en beneficio de los demás y en el orden social, sea el trabajo que sea. Por eso pedimos al Señor: “Te consagramos este día como oblación agradable a tus ojos, y proponemos no hacer ni aprobar nada defectuoso” (Preces Laudes, Miérc., II).
Y en cuarto lugar, ofrecer nuestras obras y trabajos al Señor para que sea una ofrenda agradable a Él por la salvación del mundo, de esta forma nuestro trabajo se une al Trabajo del Señor, que es su Cruz: “Que santifiquemos el día entero con trabajos que sean de tu agrado” (Preces Laudes, Miérc., I), “acepta los deseos y proyectos de este día” (Preces Laudes, Jueves I). Asimismo, al ofrecer nuestro trabajo, lo encomendamos para que el Señor lo guíe y lleve a perfección: “Que baje hoy a nosotros tu bondad y haga prósperas las obras de nuestras manos” (Preces Laudes, Lunes I), “Danos tu sabiduría eterna, para que nos asista en nuestros trabajos” (Preces Laudes, Martes I).
Con la ofrenda del trabajo diario, con el ofrecimiento de obras, convertimos nuestro día y nuestra propia vida en una liturgia viva, en un culto espiritual agradable a Dios: “Rey todopoderoso, que por el bautismo has hecho de nosotros un sacerdocio real, haz que nuestra vida sea un continuo sacrificio de alabanza” (Preces Laudes, Martes I).
La liturgia nos guía en este camino de la santificación del trabajo, nos renueva en nuestra entrega a él y en el culto espiritual de toda nuestra vida y de cada una de nuestras acciones. ¡Qué importante es, espiritualmente, el ofrecimiento de obras y la oración de Laudes! Recordemos que la santificación y ofrecimiento del trabajo es doctrina de la Iglesia, tal como enseña el Concilio Vaticano II: “Pero aquellos a quienes asocia íntimamente a su vida y misión también les hace partícipes de su oficio sacerdotal, en orden al ejercicio del culto espiritual, para gloria de Dios y salvación de los hombres. Por lo que los laicos, en cuanto consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, tienen una vocación admirable y son instruidos para que en ellos se produzcan siempre los más abundantes frutos del Espíritu. Pues todas sus obras, preces y proyectos apostólicos, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso del alma y de cuerpo, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida si se sufren pacientemente, se convierten en "hostias espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo" (1 Pe 2,5), que en la celebración de la Eucaristía, con la oblación del cuerpo del Señor, ofrecen piadosísimamente al Padre. Así también los laicos, como adoradores en todo lugar y obrando santamente, consagran a Dios el mundo mismo” (LG 34).
¿Cómo pueden ser agradables nuestras acciones a Dios?
En primer lugar, realizando todas y cada una de nuestras acciones con amor de Dios y pensando en Él, sin buscar ningún otro reconocimiento ni gratitud. Este primer sentido lo declara una lectura breve: “Lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor y no a los hombres” (Col 3,23; Nona, Miércoles IV).
En segundo lugar, el trabajo, las distintas obras y obligaciones cotidianas, realizarlas en el nombre de Cristo, ofreciéndolas y viviendo en su presencia continua: “todo lo que de palabra o de obra realicéis sea todo en nombre del Señor Jesús” (Col 3,17; Sexta, Miércoles IV), “Que la gracia del Espíritu Santo habite en nuestros corazones y resplandezca en nuestras obras, para que así permanezcamos en tu amor y en tu alabanza” (Preces Laudes, Miérc., II).
En tercer lugar, se santifica el trabajo cuando se realiza con perfección, con prontitud, entregados a las distintas tareas, sin dejarlas a medias o a medio acabar, o trabajando con dejadez y sin precisión; trabajo con diligencia, laboriosidad, honradez y justicia. La santificación del trabajo requiere hacerlas con perfección, conscientes de que redunda en beneficio de los demás y en el orden social, sea el trabajo que sea. Por eso pedimos al Señor: “Te consagramos este día como oblación agradable a tus ojos, y proponemos no hacer ni aprobar nada defectuoso” (Preces Laudes, Miérc., II).
Y en cuarto lugar, ofrecer nuestras obras y trabajos al Señor para que sea una ofrenda agradable a Él por la salvación del mundo, de esta forma nuestro trabajo se une al Trabajo del Señor, que es su Cruz: “Que santifiquemos el día entero con trabajos que sean de tu agrado” (Preces Laudes, Miérc., I), “acepta los deseos y proyectos de este día” (Preces Laudes, Jueves I). Asimismo, al ofrecer nuestro trabajo, lo encomendamos para que el Señor lo guíe y lleve a perfección: “Que baje hoy a nosotros tu bondad y haga prósperas las obras de nuestras manos” (Preces Laudes, Lunes I), “Danos tu sabiduría eterna, para que nos asista en nuestros trabajos” (Preces Laudes, Martes I).
Con la ofrenda del trabajo diario, con el ofrecimiento de obras, convertimos nuestro día y nuestra propia vida en una liturgia viva, en un culto espiritual agradable a Dios: “Rey todopoderoso, que por el bautismo has hecho de nosotros un sacerdocio real, haz que nuestra vida sea un continuo sacrificio de alabanza” (Preces Laudes, Martes I).
La liturgia nos guía en este camino de la santificación del trabajo, nos renueva en nuestra entrega a él y en el culto espiritual de toda nuestra vida y de cada una de nuestras acciones. ¡Qué importante es, espiritualmente, el ofrecimiento de obras y la oración de Laudes! Recordemos que la santificación y ofrecimiento del trabajo es doctrina de la Iglesia, tal como enseña el Concilio Vaticano II: “Pero aquellos a quienes asocia íntimamente a su vida y misión también les hace partícipes de su oficio sacerdotal, en orden al ejercicio del culto espiritual, para gloria de Dios y salvación de los hombres. Por lo que los laicos, en cuanto consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, tienen una vocación admirable y son instruidos para que en ellos se produzcan siempre los más abundantes frutos del Espíritu. Pues todas sus obras, preces y proyectos apostólicos, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso del alma y de cuerpo, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida si se sufren pacientemente, se convierten en "hostias espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo" (1 Pe 2,5), que en la celebración de la Eucaristía, con la oblación del cuerpo del Señor, ofrecen piadosísimamente al Padre. Así también los laicos, como adoradores en todo lugar y obrando santamente, consagran a Dios el mundo mismo” (LG 34).
Nuestras obligaciones diarias son mucho mas llevaderas si se las ofrecemos continuamente a Dios. Que enseñanza mas hermosa nos das hoy en el blog, en estos tiempos tan dificiles en que la relatividad se está imponiendo y lo trascendente no existe para la sociedad consumista que nos ha tocado vivir.
ResponderEliminarOfrezcamos nuestro trabajo a Dios, seguro que seremos mucho mas felices.
Un fuerte abrazo D. Javier y sigue enseñandonos cada día la verdad del Evangelio, yo personalmente, lo necesito.
!Anda que no hay días que si no fuera porque Dios nos hecha una mano, no se yo como acabaríamos! Muchísimas gracias por recordarnoslo.
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