6. Dice
Cristo en el Evangelio: "Es necesario que el mundo entienda que amo
al Padre y que hago lo que me manda". Hemos de entrar en el Corazón de
Cristo y comprender su inmenso amor, hecho no de palabras, sino de
obras, de entrega. ¡Ama al Padre! Y nos ama a nosotros hasta dar su
vida.
¡Ojalá lo entendiéramos! ¡Ojalá viviéramos un amor así al Padre, a Cristo y a los hermanos! ¡Ojalá amáramos con entrega, con intensidad, con detalles, con desprendimiento, con cariño!
7. Epifanías
o manifestaciones del Señor: en Belén y ante unos pastores; los Magos
buscadores de la Verdad, de Dios; en el Jordán, la Trinidad entera; al siguiente domingo, las bodas de Caná, anuncio de las bodas de Cristo
con su Iglesia.
En su Bautismo, Cristo, es solidario con los pecadores y lleva su
humanidad a las aguas porque concentra en ella todos los pecados de los
hombres.
Santifica las aguas y así en el bautismo cristiano las aguas ya
han sido santificadas por Él (¡¡no hace falta traer una botellita de agua
del Jordán!!). Así nos hace hijos adoptivos; hermanos suyos.
8. "El
mirar de Dios es amar", dice san Juan de Ávila, y también lo escribe san
Juan de la Cruz en el cántico. La mirada de Dios es mirada de cariño.
Incluso cuando nos pide más, nos reclama más -como al joven rico de
hoy-, su mirada es siempre de cariño, buscando nuestro bien, santidad y
plenitud. Miremos a Cristo que nos mira y podremos obedecerle.
9. El amor no es ciego, sino que es clarividente, y ve la verdad del Amado mejor que nadie. Juan, por su amor a Cristo, lo descubre pronto: "¡Es el Señor!" El amor, enamorados del Señor, permite reconocer a Cristo. El amor ve más que los ojos y los sentidos.
10. Algunos se sienten muy seguros de sí mismos y desprecian a los demás. Dan gracias a Dios formalmente, pero Dios les importa poco. Están encantados de haberse conocidos y se consideran geniales, mejores que los demás porque no tienen las debilidades de los demás. Son egocéntricos, inmaduros y ciegos.
Pero... si somos sinceros con Dios y con uno mismo, sólo podemos decir: "Oh Dios, ten compasión". Sabes cómo soy, cuáles mis debilidades, cómo son mis heridas. "Ten compasión".
11. Y el publicano decía: "Oh Dios, en piedad de este pecador".
Así el misterio de mi miseria choca frontalmente con el misterio de Su Misericordia.
Sin olvidar, además, que "toda oración, por muy subida que sea, ha de terminar en conocimiento propio", en el conocimiento de la propia realidad y la desfiguración del propio pecado, en la verdad personal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario