La historia de la salvación
realizada por Dios se hace definitiva y de una vez para siempre en el Misterio
pascual de su Hijo. Él es nuestra salvación, Él es el Salvador del mundo, bajo
el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos (cf. 1Jn 4,15; Hch
4,12).
Esta
bellísima imagen ofrece una preciosa contemplación del Misterio mismo de la Iglesia y de la liturgia
en su vida y misión. Los sacramentos originan la Iglesia, la constituyen,
por ellos nace la Iglesia…,
y, naciendo, la Iglesia
recibe como vocación prolongar, entregar, distribuir, la salvación de Cristo a
los hombres:
“Pero la Iglesia
ha nacido principalmente del don total de Cristo por nuestra salvación,
anticipado en la institución de la Eucaristía y realizado en la cruz. "El agua
y la sangre que brotan del costado abierto de Jesús crucificado son signo de
este comienzo y crecimiento" (LG 3). "Pues del costado de Cristo
dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia" (SC 5). Del
mismo modo que Eva fue formada del costado de Adán adormecido, así la Iglesia nació del corazón
traspasado de Cristo muerto en la cruz (cf. San Ambrosio, Expositio
evangelii secundum Lucam, 2, 85-89)” (CAT 766).
Así,
la constitución Sacrosanctum Concilium da un paso más en los principios
fundamentales de la naturaleza teológica de la liturgia, tan indispensable para
conocerla, valorarla y celebrarla correctamente: la obra de la salvación
continuada por la Iglesia
se realiza en la liturgia. Es el modo sacramental en que la Iglesia obedece a Cristo
continuando el plan de salvación.
En
el número 6 de SC se desarrolla paso a paso la sucesión de la salvación de
Cristo hasta su entrega a la
Iglesia.
*
En primer lugar hay una entrega y una misión: Como Cristo fue enviado por el
Padre, así Cristo envía sus discípulos, llenos del Espíritu Santo.
*
En segundo lugar, se especifica el envío: se trata de predicar y anunciar el
Evangelio a todas las gentes, en todos los pueblos, y a proclamar de manera
clara, valiente, elocuente, “que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección,
nos libró del poder de Satanás y de la muerte y nos condujo al reino del Padre”
(SC 6). Evidentemente, este núcleo kerygmático, central, poco tiene que ver con
hablar de los valores y el buenismo moral, tan propios de la secularización, o
lenguajes similares, siempre contemporizadores (nunca exhortando a la
conversión, sino a lo políticamente correcto y acomodaticio).
*
Pero el envío no es sólo predicar, enseñar. No es mera ilustración,
adoctrinamiento o comunicación de ideas y verdades, sino comunicar y entregar
la salvación, la vida nueva y sobrenatural, la adopción filial, la gracia
santificante. Así lo especifica el Concilio: “Sino también a realizar la obra
de la salvación que proclamaban mediante el sacrificio y los sacramentos, en
torno a los cuales gira la vida litúrgica” (SC 6). Es decir, hay una voluntad
positiva y manifiesta de Cristo para su Iglesia: que realice la obra de la
salvación mediante los sacramentos y sin esto, o reduciéndose a aspectos
sociales o de beneficencia nada más, la Iglesia no estaría realizando el encargo del
Señor de transmitir la vida divina.
*
El Bautismo y la Eucaristía,
sacramentos mayores y principales, sostienen la vida de la Iglesia y dan toda gracia
a los fieles. El Misterio pascual se actualiza plenamente en ambos sacramentos.
“Por el bautismo los hombres son injertados en el misterio pascual de
Jesucristo: mueren con Él, son sepultados con Él y resucitan con Él: reciben el
espíritu de adopción de hijos por el que clamamos: Abba Padre, y se convierten
así en los verdaderos adoradores que busca el Padre” (SC 6). Junto al Bautismo,
la santa Eucaristía, memorial del Señor, sacrificio pascual de Cristo: “cuantas
veces comen la cena del Señor, proclaman su muerte hasta que vuelva” (SC 6,
citando 1Co 11,26).
La Iglesia de Cristo es
Iglesia de los sacramentos, la
Iglesia es litúrgica porque su vida gira en torno a la
liturgia (que es la actuación salvadora de Cristo). Ya desde el mismo día de
Pentecostés, la iglesia naciente vive de la liturgia: tres mil fueron
bautizados tras la predicación de Pedro. Esta Iglesia naciente “con
perseverancia escuchaban la enseñanza de los apóstoles, se reunían en la
fracción del pan y en la oración… y alababan a Dios” (Hch 2,41-47). La Iglesia apostólica daba la
primacía a los sacramentos y a la vida litúrgica y era un elemento constitutivo
e irrenunciable de su ser Iglesia, de lo que Cristo quiso para su Iglesia.
La
expresión máxima de la vida litúrgica es la celebración de la santísima
Eucaristía que configura y edifica la Iglesia (¡qué valor tiene, de qué modo solemne y
respetuoso debe celebrarse, qué cuidado hay que tener para no vulgarizarla, ni
menospreciarla celebrándola para todo y de cualquier manera![1]):
“Desde entonces, la Iglesia nunca ha dejado de
reunirse para celebrar el misterio pascual: leyendo cuanto a él se refiere en
toda la Escritura,
en la cual se hace de nuevo presente la victoria y el triunfo de su muerte, y
dando gracias al mismo tiempo a Dios por el don inefable en Cristo Jesús, para
alabar su gloria, por la fuerza del Espíritu Santo” (SC 6).
El
corazón de la vida de la
Iglesia es la liturgia: así la quiso su Señor y Cabeza.
Merece el máximo honor, un cuidado atento, solicitud pastoral, delicadeza
espiritual.
Se
equivocan quienes separan evangelización y sacramentos o incluso los oponen
como si hubiere que elegir entre ambos, o quienes, considerando los sacramentos
meramente simbólicos –o expresivos de la autoconciencia o del compromiso- los
ven como accesorios, secundarios, realmente no-importantes; éstos se decantan
sólo por evangelizar reduciendo la evangelización a una liberación social y
terrena, educando en valores humanos.
Pablo
VI salió al paso con la exhortación Evangelii Nuntiandi. No hay oposición entre
evangelización y sacramentos (cf. EN 47) sino que la evangelización conduce y
culmina en la vida sacramental: “Vivir de tal suerte los sacramentos hasta conseguir
en su celebración una verdadera plenitud, no es, como algunos pretenden, poner
un obstáculo o aceptar una desviación de la evangelización: es darle toda su
integridad. Porque la totalidad de la evangelización, aparte de la predicación
del mensaje, consiste en implantar la Iglesia, la cual no existe sin este respiro de la
vida sacramental culminante en la
Eucaristía” (EN 28).
Se
ve así cómo la Iglesia,
por su liturgia, continúa la obra de la salvación y por ella la liturgia es
función principalísima de la
Iglesia si quiere ser obediente a Cristo.
[1] Por ejemplo, la sucesión
de una Misa tras otra, breves y rápidas, aunque apenas haya fieles ni ministros
ni canto; o la pobreza de la vida litúrgica que para cualquier acto celebra la Misa, sin pensar en otras
variedades de la vida litúrgica según los libros litúrgicos aprobados:
Vísperas, adoración eucarística, Bendición de los catequistas, etc…
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