6.
Los añadidos y creatividades sí que
hacen complicada la liturgia. Interrumpiendo el ritmo celebrativo, y por
encima de las normas del Misal o de los respectivos libros litúrgicos, se
introducen en la liturgia elementos extraños que requieren de sus
correspondientes palabras (llamadas moniciones) para explicarlos.
Sólo dos
ejemplos pueden ilustrarnos.
La
presentación de las ofrendas siempre, ¡siempre!, ha consistido en una procesión
en que los fieles aportaban el pan y vino necesarios para el Sacrificio
eucarístico y dones para la iglesia o los pobres. El diácono los recogía y
mientras se entonaba un canto que acompañaba la procesión. Pero se introdujeron
las ofrendas “simbólicas”, tanto que ya no hay canto sino una monición
explicatoria de qué significa lo que se ofrece (un libro, un rosario, una flor,
unas sandalias, una guitarra, un balón…), y en lugar de una procesión, van de
dos en dos, recorriendo la iglesia mientras está la monición. Terminado este
nuevo rito, entonces se introduce un canto.
¿No es esto complicar la liturgia?
¿No es más claro realizar una verdadera procesión, uno tras otro mientras suena
el canto o el órgano, aportando al altar toda la materia del sacrificio (sean
dos, cinco o diez copones más el vino y el agua)? ¿Requiere mucha explicación
ver avanzar una procesión que lleva al altar todo el pan y vino necesarios para
disponer el sacrificio de la
Eucaristía?
Simplemente,
leamos lo que dice el Misal:
73. Se traen
las ofrendas: el pan y el vino, que es laudable que sean presentados por los
fieles. Cuando las ofrendas son traídas por los fieles, el sacerdote o el
diácono las reciben en un lugar apropiado y son ellos quienes las llevan al
altar. Aunque los fieles ya no traigan, de los suyos, el pan y el vino
destinados para la liturgia, como se hacía antiguamente, sin embargo el rito de
presentarlos conserva su fuerza y su significado espiritual.
También pueden
recibirse dinero u otros dones para los pobres o para la iglesia, traídos por
los fieles o recolectados en la iglesia, los cuales se colocarán en el sitio
apropiado, fuera de la mesa eucarística.
74. Acompaña a
esta procesión en la que se llevan los dones, el canto del ofertorio (cfr. n.37
b), que se prolonga por lo menos hasta cuando los dones hayan sido depositados
sobre el altar”.
En
ningún momento se piensa en moniciones por cada ofrenda ni que ésta sea
“simbólica”.
Otro
momento que se alarga y se complica es el llamado de “acción de gracias”. Aquí
parece que lo importante es que alguien suba y lea un escrito de acción de
gracias, largo, con el falso argumento de que así eso es “participar”.
Sin
embargo, de nuevo esto es complicar la liturgia y alargarla, rompiendo el ritmo
celebrativo, dándose casos de una distribución de la Sgda. Comunión
demasiado apresurada, casi con poco respeto para que no dure mucho, y un parón
grande para que alguien lea esa acción de gracias. Se invierten las cosas: lo
importante pasa a ser secundario y lo secundario a ser lo importante.
Pero
si vamos otra vez al Misal descubriremos las líneas maestras de este momento
después de la Comunión:
se purifican los vasos sagrados y después hay silencio o un canto o salmo o
himno de acción de gracias, terminando el sacerdote con la oración de
postcomunión (que es la acción de gracias común, de todos):
88. Terminada
la distribución de la
Comunión, si resulta oportuno, el sacerdote y los fieles oran
en silencio por algún intervalo de tiempo. Si se quiere, la asamblea entera
también puede cantar un salmo u otro canto de alabanza o un himno.
89. Para
terminar la súplica del pueblo de Dios y también para concluir todo el rito de la Comunión, el sacerdote
dice la oración después de la
Comunión, en la que se suplican los frutos del misterio
celebrado.
Es
mucho más sencillo, más íntimo y más orante.
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