lunes, 22 de noviembre de 2021

"Santo, Santo, Santo es el Señor..." (Respuestas - XXX)



1. El canto del Sanctus es una de las intervenciones de los fieles en la plegaria eucarística, aclamando a Dios y adorándolo. Su naturaleza exige el canto. A la acción de gracias que el sacerdote ha entonado solemnemente en el prefacio, los fieles prorrumpen alabando a Dios.

            Posee una característica peculiar ya que explícitamente se afirma cómo en este canto el cielo y la tierra se unen; la Iglesia peregrina, los fieles presentes, comparten el himno con los ángeles, los arcángeles y todos los santos, es decir, la Iglesia peregrina se une al himno incesante de la Iglesia del cielo: ¡la comunión de los santos! “Toda la asamblea se une a la alabanza incesante que la Iglesia celestial, los ángeles y todos los santos, cantan al Dios tres veces santo” (CAT 1360).



            ¿Cómo concluyen los prefacios? ¡Destacando esa unión!:

Por eso, con los ángeles y arcángeles y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria (Pf Común I)

Por él, los ángeles y los arcángeles y todos los coros celestiales celebran tu gloria, unidos en común alegría. Permítenos asociarnos a sus voces cantando humildemente tu alabanza (Pf Común II)

Por él, los ángeles te cantan con júbilo eterno, y nosotros nos unimos a sus voces cantando humildemente tu alabanza (Pf Dominical III)

Por eso, unidos a los coros angélicos, te aclamamos llenos de alegría (Pf Dominical VIII).

            El canto del Santo en la liturgia permite paladear la liturgia celestial y estar, adorantes, ante el Misterio. Es un “asomarse el cielo sobre la tierra” (cf. Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, 35). Con palabras del Concilio Vaticano II en la constitución Sacrosanctum Concilium:

“En la Liturgia terrena preguntamos y tomamos parte en aquella Liturgia celestial, que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero, cantamos al Señor el himno de gloria con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos esperamos tener parte con ellos y gozar de su compañía; aguardamos al Salvador, Nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste El, nuestra vida, y nosotros nos manifestamos también gloriosos con El” (n. 8).


            2. El Santo es invariable en su letra; es un texto fijo que no admite retoques ni paráfrasis ni sustituciones, porque ese himno es bíblico, tomado de las Escrituras.

            La primera parte parece en Is 6,3. El profeta ve y narra una teofanía de Dios y oye el canto de los serafines: “Santo, santo, santo es el Señor, Dios de los ejércitos, llena está toda la tierra de tu gloria”. La segunda parte, con el versículo del salmo 117 (“bendito el que viene en nombre del Señor”), se toma de la entrada triunfal y gloriosa de Jesús en Jerusalén, aclamado por todos. Según el evangelio de san Mateo: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mt 21,9), o como lo narra san Marcos: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!” (Mc 11,9-10).

            La primera parte canta la gloria de Dios, adorándolo, y la segunda parte es una aclamación dirigida a Jesucristo, Aquel que viene ahora al altar y se hace realmente presente en las especies sacramentales. Lo acogemos y lo proclamamos bendito porque viene a nosotros en la Eucaristía. Posee, así pues, una connotación cristológica bellísima.


            3. ¡Hosanna! Palabra intraducible del arameo, rica en significado, que como otras palabras –Amén, Aleluya- las cantamos en su lengua originaria. Significaría “salva, ayuda”, a la vez que “viva”. Es un grito dirigido a un salvador, a un rey bueno.

            Al comentar el Hosanna, san Agustín dirá: “Hosanna es la palabra del que se alegra” (De doc. chr., II,11). También escribe:

“Los ramos de palma son loas que significan victoria porque el Señor, muriendo, iba a vencer a la muerte y con el trofeo de la cruz iba a triunfar sobre el diablo, príncipe de la muerte. Por otra parte, hosanna es, como dicen algunos que conocen la lengua hebrea, voz suplicante, la cual indica un sentimiento más bien que alguna realidad, como son en nuestra lengua [latina] las que llaman interjecciones: por ejemplo, cuando dolientes decimos ‘¡ay!’, o cuando algo nos gusta decimos ‘¡bien!’, o cuando nos asombramos decimos ‘¡oh, cosa grande!’. De hecho ‘¡oh!’ no significa nada, sino el sentimiento de quien se asombra. Ha de creerse, por tanto, que esto es así porque ni el griego ni el latino pudieron traducirlo, como aquello: El que llame a su hermano ‘raca’. De hecho, se dice que también ésta es una interjección que muestra el sentimiento de quien se indigna” (In Ioh. ev., 51,2).

            Por su parte, san Jerónimo, en su comentario al evangelio de san Mateo, dice:

            “En fin, qué significa lo que sigue: Hosanna al Hijo de David, recuero que lo manifesté también hace muchísimos años en una breve carta a Dámaso, entonces obispo de la Urbe romana, y ahora la resumiré brevemente. En el salmo 117, que manifiestamente fue escrito con referencia a la venida del Señor, entre otras cosas leemos también esto: ‘La piedra que desecharon los constructores, ésta ha pasado a ser cabeza del ángulo; por el Señor ha sido hecho eso: esto es cosa maravillosa a nuestros ojos, éste es el día que hizo el Señor. ¡Regocijémonos y alegrémonos en él’, y a continuación se añade: ‘¡Oh Señor, sálvame! ¡Oh Señor, danos buena prosperidad! ¡Bendito el que vendrá en nombre del Señor! Os hemos bendecido desde la casa del Señor’, y lo demás. En vez de lo que tenemos en los Setenta Intérpretes: ‘¡Oh Señor, sálvame!’, leemos en hebreo: Anna Adonai osi anna, lo que con claridad fue traducido por Sínmaco: ‘Lo suplico, Señor, sálvame, lo suplico’. Así que nadie piense que la frase está constituida por dos palabras, a saber: una griega y otra hebrea, sino que la totalidad es hebraica y significa que la venida de Cristo es la salud del mundo… Asimismo con lo que se añade: Hosana (esto es, ‘salud’) en las alturas claramente se muestra que la venida de Cristo no es solamente la salvación de los hombres, sino también la del mundo entero, uniendo los seres de la tierra a los del cielo” (Com. ev. Mat., III,21; PL 26,185).

            Su uso es muy antiguo, a tenor del relato de Egeria, al revivir la procesión de ramos y palmas en la misma ciudad de Jerusalén como inicio de la Semana Santa. Pero se incorporó a la liturgia del sacrificio eucarístico, cantándose en el corazón de la plegaria eucarística. La Didajé, al ofrecer una oración eucarística, introduce el Hosanna:

Acuérdate, Señor, de tu Iglesia para librarla de todo mal
y perfeccionarla en tu amor
y a ella, santificada, reúnela de los cuatro vientos
en el reino tuyo, que le has preparado.
Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos.
¡Venga la gracia y pase este mundo!
¡Hosanna al Hijo de David!
¡Si alguno es santo, venga!;
¡El que no lo sea, que se convierta!
Maranatha. Amén. (Didajé, X,5-6).


            En el ámbito eucarístico, el Sanctus está unido al Benedictus. Clemente Romano explicaba el canto de los serafines que la Iglesia hoy entona y parece que alude a un uso litúrgico: “Estén en Él nuestra gloria y confianza. Obedezcamos a su voluntad. Meditemos cómo toda la muchedumbre de sus ángeles, que están a su disposición, sirven a su voluntad. Pues dice la Escritura: Diez mil miríadas le asistían y mil millares le servían y gritaban: Santo, Santo, Santo, el Señor Sabaot, toda la creación está llena de su gloria. Por tanto, nosotros, reunidos en concordia, en comunión de sentimientos, invoquemos fervorosamente, como si de una sola boca se tratara a Aquél, para que nos haga partícipes de sus grandes y gloriosas promesas” (I Clemente, 34,5-7).

            Las Constituciones Apóstolicas, tras un larguísimo prefacio pronunciado por el obispo, señalan cómo todos aclaman con el canto del Sanctus:

“Por todo esto, a ti la gloria, Dueño todopoderoso. Te adora todo el orden incorpóreo y santo. Te adora el Paráclito… Los querubines y los serafines de seis alas (dos para cubrirse los pies, dos para la cabeza y dos para volar), que junto a mil millares de arcángeles y miríadas de miríadas de ángeles, con voces que nunca cesan ni callan, dicen –y diga todo el pueblo a la vez-: Santo, santo, santo Señor Sabaot, lleno está el cielo y la tierra de su gloria. Eres bendito por los siglos. Amén” (Cons. Ap., VIII,27).

Y al invitar a la comunión con el clásico “Sancta Sanctis”, “Lo santo para los santos”, los fieles respondían aclamando y ensalzaban la suma santidad de Dios con la aclamación “Hosanna” a Cristo que viene en los dones eucarísticos:

“Un solo santo, un solo Señor, Jesucristo, para gloria de Dios en el Espíritu Santo. Eres bendito por los siglos. Amén. Gloria en las alturas a Dios, paz en la tierra y beneplácito (de Dios) entre los hombres. Hosanna al Hijo de David, bendito el Señor Dios que viene en nombre del Señor y se ha manifestado entre nosotros, hosanna en las alturas” (Cons. Ap., XIII,13).

            4. Con leves variantes en el texto, el Sanctus es cantado en todas las liturgias, dentro de la anáfora o plegaria eucarística.

            En el venerable rito hispano-mozárabe, tras la larga y solemne Illatio (equivalente al prefacio), se entona así, con la versión de san Mateo (“Hosanna al Hijo de David”) añadiéndole, además, el trisagio en lengua griega:

Santo, Santo, Santo,
Señor Dios del universo.
Llenos están el cielo y la tierra
de tu majestad gloriosa.
Hosanna al Hijo de David.
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Hosanna en el cielo.
Hágios, Hágios, Hágios, Kýrie o Theós.

            También la divina liturgia bizantina:

Te damos gracias por esta Liturgia que
Te has dignado aceptar de nuestras manos,
aunque Te asisten
miles de Arcángeles y miríadas de Ángeles, los Querubines
y los Serafines de seis alas y de muchos ojos,
que se remontan en las alturas volteando...
...entonando el himno de la victoria,
proclamando, voceando y diciendo:
Santo, Santo, Santo, Señor Sabaoth,
Tu gloria llena los cielos y la tierra.
Hosanna en las alturas,
bendito sea el que viene en Nombre del Señor,
hosanna en las alturas.

            Nuestro rito romano es uno más cantando el Santo antes de la consagración, revelando así la antigüedad de este canto y su uso universal en las distintas liturgias.

            La Ordenación general define el Sanctus como una “Aclamación: con la cual toda la asamblea, uniéndose a los coros celestiales, canta el Santo. Esta aclamación, que es parte de la misma Plegaria Eucarística, es proclamada por todo el pueblo juntamente con el sacerdote” (IGMR 79b).

            Y más ampliamente lo trata el Directorio “Canto y música en la celebración”:

            “El prefacio culmina y desemboca en la aclamación jubilosa, unánime y solemne, que por su contenido se llama ‘trisagio’ (tres veces santo), canto de los serafines, etc. ‘Con ella toda la asamblea, uniéndose a las jerarquías celestes, canta o recita el ‘Santo’. Esta aclamación, que constituye una parte de la plegaria eucarística, la pronuncia todo el pueblo con el sacerdote’. Es el principal de los cantos de la misa y también el más antiguo, junto con el Salmo responsorial. Muchos prefacios invitan expresamente a cantarlo. Es tradicional y muy propio acompañarlo con instrumentos.
            Conviene potenciarlo con la máxima vibración posible, sin prolongarlo demasiado, aun en el caso de que se utilice la técnica repetitiva del canon musical. El ‘hosanna’ tiene que ser especialmente festivo y gozoso.
            Una catequesis bíblica, teológica, litúrgica e histórica nos haría interpretar mejor este canto cósmico, apretado en contenidos que nos evoca entre otras cosas los hosannas entusiastas de la entrada de Jesús en Jerusalén. Su sentido pleno no cabe en un mero recitado. La venerabilidad del texto impide radicalmente su sustitución por otro” (Directorio “Canto y música”, 165).

            Siendo su letra bíblica, es decir, palabra de Dios, nadie sensato osará cambiarla, mutilarla, añadirle cosas, parafrasearla… Es un canto íntegro e invariable.




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