1. El canto del Sanctus es una de
las intervenciones de los fieles en la plegaria eucarística, aclamando a Dios y
adorándolo. Su naturaleza exige el canto. A la acción de gracias que el sacerdote
ha entonado solemnemente en el prefacio, los fieles prorrumpen alabando a Dios.
Posee
una característica peculiar ya que explícitamente se afirma cómo en este canto
el cielo y la tierra se unen; la
Iglesia peregrina, los fieles presentes, comparten el himno
con los ángeles, los arcángeles y todos los santos, es decir, la Iglesia peregrina se une
al himno incesante de la
Iglesia del cielo: ¡la comunión de los santos! “Toda la
asamblea se une a la alabanza incesante que la Iglesia celestial, los
ángeles y todos los santos, cantan al Dios tres veces santo” (CAT 1360).
¿Cómo
concluyen los prefacios? ¡Destacando esa unión!:
Por eso, con
los ángeles y arcángeles y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar
el himno de tu gloria (Pf Común I)
Por él, los
ángeles y los arcángeles y todos los coros celestiales celebran tu gloria,
unidos en común alegría. Permítenos asociarnos a sus voces cantando
humildemente tu alabanza (Pf Común II)
Por él, los
ángeles te cantan con júbilo eterno, y nosotros nos unimos a sus voces cantando
humildemente tu alabanza (Pf Dominical III)
Por eso,
unidos a los coros angélicos, te aclamamos llenos de alegría (Pf Dominical
VIII).
El
canto del Santo en la liturgia permite paladear la liturgia celestial y estar,
adorantes, ante el Misterio. Es un “asomarse el cielo sobre la tierra” (cf.
Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, 35). Con palabras del Concilio Vaticano
II en la constitución Sacrosanctum Concilium:
“En la Liturgia
terrena preguntamos y tomamos parte en aquella Liturgia celestial, que se
celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como
peregrinos, y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del
santuario y del tabernáculo verdadero, cantamos al Señor el himno de gloria con
todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos esperamos tener
parte con ellos y gozar de su compañía; aguardamos al Salvador, Nuestro Señor
Jesucristo, hasta que se manifieste El, nuestra vida, y nosotros nos
manifestamos también gloriosos con El” (n. 8).
2.
El Santo es invariable en su letra; es un texto fijo que no admite retoques ni
paráfrasis ni sustituciones, porque ese himno es bíblico, tomado de las
Escrituras.
La
primera parte parece en Is 6,3. El profeta ve y narra una teofanía de Dios y
oye el canto de los serafines: “Santo, santo, santo es el Señor, Dios de los
ejércitos, llena está toda la tierra de tu gloria”. La segunda parte, con el
versículo del salmo 117 (“bendito el que viene en nombre del Señor”), se toma
de la entrada triunfal y gloriosa de Jesús en Jerusalén, aclamado por todos.
Según el evangelio de san Mateo: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que
viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mt 21,9), o como lo narra
san Marcos: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el
reino que viene, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!” (Mc
11,9-10).
La
primera parte canta la gloria de Dios, adorándolo, y la segunda parte es una
aclamación dirigida a Jesucristo, Aquel que viene ahora al altar y se hace
realmente presente en las especies sacramentales. Lo acogemos y lo proclamamos
bendito porque viene a nosotros en la Eucaristía. Posee,
así pues, una connotación cristológica bellísima.
3.
¡Hosanna! Palabra intraducible del arameo, rica en significado, que como otras
palabras –Amén, Aleluya- las cantamos en su lengua originaria. Significaría
“salva, ayuda”, a la vez que “viva”. Es un grito dirigido a un salvador, a un
rey bueno.
Al
comentar el Hosanna, san Agustín dirá: “Hosanna es la palabra del que se
alegra” (De doc. chr., II,11). También escribe:
“Los ramos de palma son loas que significan victoria porque el Señor,
muriendo, iba a vencer a la muerte y con el trofeo de la cruz iba a triunfar
sobre el diablo, príncipe de la muerte. Por otra parte, hosanna es, como dicen
algunos que conocen la lengua hebrea, voz suplicante, la cual indica un
sentimiento más bien que alguna realidad, como son en nuestra lengua [latina]
las que llaman interjecciones: por ejemplo, cuando dolientes decimos ‘¡ay!’, o
cuando algo nos gusta decimos ‘¡bien!’, o cuando nos asombramos decimos ‘¡oh,
cosa grande!’. De hecho ‘¡oh!’ no significa nada, sino el sentimiento de quien
se asombra. Ha de creerse, por tanto, que esto es así porque ni el griego ni el
latino pudieron traducirlo, como aquello: El
que llame a su hermano ‘raca’. De hecho, se dice que también ésta es una
interjección que muestra el sentimiento de quien se indigna” (In Ioh. ev.,
51,2).
Por
su parte, san Jerónimo, en su comentario al evangelio de san Mateo, dice:
“En fin, qué significa lo que sigue:
Hosanna al Hijo de David, recuero que
lo manifesté también hace muchísimos años en una breve carta a Dámaso, entonces
obispo de la Urbe
romana, y ahora la resumiré brevemente. En el salmo 117, que manifiestamente
fue escrito con referencia a la venida del Señor, entre otras cosas leemos
también esto: ‘La piedra que desecharon los constructores, ésta ha pasado a ser
cabeza del ángulo; por el Señor ha sido hecho eso: esto es cosa maravillosa a
nuestros ojos, éste es el día que hizo el Señor. ¡Regocijémonos y alegrémonos
en él’, y a continuación se añade: ‘¡Oh Señor, sálvame! ¡Oh Señor, danos buena
prosperidad! ¡Bendito el que vendrá en nombre del Señor! Os hemos bendecido
desde la casa del Señor’, y lo demás. En vez de lo que tenemos en los Setenta
Intérpretes: ‘¡Oh Señor, sálvame!’, leemos en hebreo: Anna Adonai osi anna, lo que con claridad fue traducido por
Sínmaco: ‘Lo suplico, Señor, sálvame, lo suplico’. Así que nadie piense que la frase
está constituida por dos palabras, a saber: una griega y otra hebrea, sino que
la totalidad es hebraica y significa que la venida de Cristo es la salud del
mundo… Asimismo con lo que se añade: Hosana
(esto es, ‘salud’) en las alturas
claramente se muestra que la venida de Cristo no es solamente la salvación de
los hombres, sino también la del mundo entero, uniendo los seres de la tierra a
los del cielo” (Com. ev. Mat., III,21; PL 26,185).
Su
uso es muy antiguo, a tenor del relato de Egeria, al revivir la procesión de
ramos y palmas en la misma ciudad de Jerusalén como inicio de la Semana Santa. Pero se incorporó
a la liturgia del sacrificio eucarístico, cantándose en el corazón de la
plegaria eucarística. La Didajé,
al ofrecer una oración eucarística, introduce el Hosanna:
Acuérdate,
Señor, de tu Iglesia para librarla de todo mal
y
perfeccionarla en tu amor
y a ella,
santificada, reúnela de los cuatro vientos
en el reino
tuyo, que le has preparado.
Porque tuyo es
el poder y la gloria por los siglos.
¡Venga la
gracia y pase este mundo!
¡Hosanna al
Hijo de David!
¡Si alguno es
santo, venga!;
¡El que no lo
sea, que se convierta!
Maranatha.
Amén. (Didajé, X,5-6).
En
el ámbito eucarístico, el Sanctus está unido al Benedictus. Clemente Romano
explicaba el canto de los serafines que la Iglesia hoy entona y parece que alude a un uso
litúrgico: “Estén en Él nuestra gloria y confianza. Obedezcamos a su voluntad.
Meditemos cómo toda la muchedumbre de sus ángeles, que están a su disposición,
sirven a su voluntad. Pues dice la
Escritura: Diez mil
miríadas le asistían y mil millares le servían y gritaban: Santo, Santo, Santo,
el Señor Sabaot, toda la creación está llena de su gloria. Por tanto,
nosotros, reunidos en concordia, en comunión de sentimientos, invoquemos
fervorosamente, como si de una sola boca se tratara a Aquél, para que nos haga
partícipes de sus grandes y gloriosas promesas” (I Clemente, 34,5-7).
Las
Constituciones Apóstolicas, tras un larguísimo prefacio pronunciado por el
obispo, señalan cómo todos aclaman con el canto del Sanctus:
“Por todo esto, a ti la gloria, Dueño todopoderoso. Te adora todo el
orden incorpóreo y santo. Te adora el Paráclito… Los querubines y los serafines
de seis alas (dos para cubrirse los pies, dos para la cabeza y dos para volar),
que junto a mil millares de arcángeles y miríadas de miríadas de ángeles, con
voces que nunca cesan ni callan, dicen –y diga todo el pueblo a la vez-: Santo,
santo, santo Señor Sabaot, lleno está el cielo y la tierra de su gloria. Eres
bendito por los siglos. Amén” (Cons. Ap., VIII,27).
Y al invitar a
la comunión con el clásico “Sancta Sanctis”, “Lo santo para los santos”, los
fieles respondían aclamando y ensalzaban la suma santidad de Dios con la
aclamación “Hosanna” a Cristo que viene en los dones eucarísticos:
“Un solo
santo, un solo Señor, Jesucristo, para gloria de Dios en el Espíritu Santo.
Eres bendito por los siglos. Amén. Gloria en las alturas a Dios, paz en la
tierra y beneplácito (de Dios) entre los hombres. Hosanna al Hijo de David,
bendito el Señor Dios que viene en nombre del Señor y se ha manifestado entre
nosotros, hosanna en las alturas” (Cons. Ap., XIII,13).
4.
Con leves variantes en el texto, el Sanctus es cantado en todas las liturgias,
dentro de la anáfora o plegaria eucarística.
En
el venerable rito hispano-mozárabe, tras la larga y solemne Illatio
(equivalente al prefacio), se entona así, con la versión de san Mateo (“Hosanna
al Hijo de David”) añadiéndole, además, el trisagio en lengua griega:
Santo, Santo, Santo,
Señor Dios del universo.
Llenos están el cielo y la tierra
de tu majestad gloriosa.
Hosanna al Hijo de David.
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Hosanna en el cielo.
Hágios, Hágios, Hágios, Kýrie o Theós.
Señor Dios del universo.
Llenos están el cielo y la tierra
de tu majestad gloriosa.
Hosanna al Hijo de David.
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Hosanna en el cielo.
Hágios, Hágios, Hágios, Kýrie o Theós.
También la
divina liturgia bizantina:
Te damos gracias por esta
Liturgia que
Te has dignado aceptar de
nuestras manos,
aunque Te asisten
miles de Arcángeles y miríadas de
Ángeles, los Querubines
y los Serafines de seis alas y de
muchos ojos,
que se remontan en las alturas
volteando...
...entonando el himno de la
victoria,
proclamando, voceando y diciendo:
Santo, Santo, Santo, Señor
Sabaoth,
Tu gloria llena los cielos y la
tierra.
Hosanna en las alturas,
bendito sea el que viene en
Nombre del Señor,
hosanna en las alturas.
Nuestro
rito romano es uno más cantando el Santo antes de la consagración, revelando
así la antigüedad de este canto y su uso universal en las distintas liturgias.
La Ordenación general
define el Sanctus como una “Aclamación: con la cual toda la asamblea, uniéndose
a los coros celestiales, canta el Santo. Esta aclamación, que es parte
de la misma Plegaria Eucarística, es proclamada por todo el pueblo juntamente
con el sacerdote” (IGMR 79b).
Y más
ampliamente lo trata el Directorio “Canto y música en la celebración”:
“El prefacio culmina y desemboca en
la aclamación jubilosa, unánime y solemne, que por su contenido se llama
‘trisagio’ (tres veces santo), canto de los serafines, etc. ‘Con ella toda la
asamblea, uniéndose a las jerarquías celestes, canta o recita el ‘Santo’. Esta
aclamación, que constituye una parte de la plegaria eucarística, la pronuncia
todo el pueblo con el sacerdote’. Es el principal de los cantos de la misa y
también el más antiguo, junto con el Salmo responsorial. Muchos prefacios
invitan expresamente a cantarlo. Es tradicional y muy propio acompañarlo con
instrumentos.
Conviene potenciarlo con la máxima
vibración posible, sin prolongarlo demasiado, aun en el caso de que se utilice
la técnica repetitiva del canon musical. El ‘hosanna’ tiene que ser
especialmente festivo y gozoso.
Una catequesis bíblica, teológica,
litúrgica e histórica nos haría interpretar mejor este canto cósmico, apretado
en contenidos que nos evoca entre otras cosas los hosannas entusiastas de la
entrada de Jesús en Jerusalén. Su sentido pleno no cabe en un mero recitado. La
venerabilidad del texto impide radicalmente su sustitución por otro”
(Directorio “Canto y música”, 165).
Siendo
su letra bíblica, es decir, palabra de Dios, nadie sensato osará cambiarla,
mutilarla, añadirle cosas, parafrasearla… Es un canto íntegro e invariable.
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