Si pensamos que la fe es un sentimiento, una emoción, y la relegamos a la esfera privada y a los ratos que estamos en el templo, no entenderemos entonces que pueda guardar una relación con la cultura. Pero si consideramos la fe como un fenómeno complejo y fecundo, que toca a la persona en lo que es y vive, que se expresa y genera una nueva humanidad, entonces sí que tiene que ver con la cultura.
La cultura es el ambiente, las tradiciones, el pensamiento de una determinada sociedad, de un conjunto amplio de personas. Genera una cosmovisión. Crea una mentalidad. Incide en las relaciones humanas, en las metas y los deseos, en los logros y avances de la sociedad. Alcanza su cumbre en las obras artísticas, arquitectónicas, en la enseñanza y la investigación.
La fe, vivida en su totalidad, aceptada e interiorizada, influye de manera absoluta en la forma de ver y valorar el mundo, de situarse ante él y por eso se manifiesta en todas las actividades y circunstancias de las personas. La fe vivida crea cultura, modifica las expresiones culturales y la mentalidad deshumanizadora, crea nuevos elementos de cultura, enriqueciéndola. De hecho, bastaría repasar la historia de Occidente para ver las altas cotas que alcanzó gracias a la fe cristiana.
La cultura se empobrece y se deshumaniza cuando los creyentes retroceden y encierran la fe en el ámbito meramente afectivo. El reto hoy es evangelizar la cultura y volver a situar la fe como productora (¡valga la palabra!) de cultura verdadera.
Juan Pablo II, en 1982, dijo en la Universidad Complutense:
"El vínculo del Evangelio con el hombre es creador de cultura en su mismo fundamento, ya que enseña a amar al hombre en su humanidad y en su dignidad excepcional. Al crear recientemente el Pontificio Consejo para la Cultura, insistí en que la síntesis entre cultura y fe no es sólo una exigencia de la cultura, sino también de la fe... Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida".
Palabra autorizadísima es la de Benedicto XVI, que ha abordado en grandes discursos memorables esta relación entre fe y cultura.
Pide el Papa la presencia de los católicos en la cultura de su tiempo, de manera activa, participando, aportando.
"Esa forma de cultura, basada en una racionalidad puramente funcional, que contradice y tiende a excluir el cristianismo, y en general las tradiciones religiosas y morales de la humanidad, está presente y operante en Italia como, en cierta medida, por doquier en Europa. Pero aquí su hegemonía no es en absoluto total y mucho menos indiscutida: en efecto, incluso entre quienes no comparten, o de cualquier modo no practican nuestra fe, son muchos los que están convencidos de que esa forma de cultura constituye en realidad una funesta mutilación del hombre y de su misma razón. Sobre todo en Italia, la Iglesia mantiene una presencia capilar entre personas de todas las edades y condiciones, y por tanto puede proponer en las situaciones más diversas el mensaje de salvación que el Señor le ha confiado...La cultura es un terreno decisivo para el futuro de la fe y para la oreintación global del futuro de una nación... Es preciso que los católicos estén presentes en el debate cultural y que seamos capaces de elaborar a la luz de la fe las respuestas adecuadas a los problemas contemporáneos en los diversos ámbitos del saber y en las grandes opciones de vida" (Benedicto XVI, Disc. a la Conferencia episcopal italiana, 30-mayo-2005).
La razón de la fe ha de ser ofrecida y explicada en la cultura actual: dar razón de nuestra esperanza, mostrando lo razonable de la fe, en un diálogo que conduce a la Verdad y que purifica la razón, tan débil en la cultura contemporánea.
"La situación que el Concilio debía afrontar se puede equiparar, sin duda, a acontecimientos de épocas anteriores. San Pedro, en su primera carta, exhortó a los cristianos a estar siempre dispuestos a dar respuesta (apo-logia) a quien les pidiera el logos (la razón) de su fe. Esto significaba que la fe bíblica debía entrar en discusión y en relación con la cultura griega y aprender a reconocer, mediante la intepretación, la línea de distinción, pero también el contacto y la afinidad entre ellas en la única razón dada por Dios" (Benedicto XVI, Disc. a la curia romana, 22-diciembre-2005).
Pensemos en los logros de una cultura evangelizada, de una fe encarnada en la cultura y fecundándola, tal como el papa presenta haciendo un recorrido por la historia de la cultura de Occidente:
"La historia de la Iglesia es también inseparablemente historia de la cultura y del arte. Obras como la Summa Theologiae, de santo Tomás de Aquino, la Divina Comedia, la catedral de Chartres, la Capilla Sixtina o las cantatas de Juan Sebastián Bach, constituyen síntesis, a su modo inigualables, entre fe cristiana y expresión humana. Pero si bien estas son, por decirlo así, las cumbres de dicha síntesis entre fe y cultura, su encuentro se realiza diariamente en la vida y en el trabajo de todos los bautizados, en esa obra de arte oculta que es la historia de amor de cada uno con el Dios vivo y con los hermanos, en la alegría y en el empeño de seguir a Jesucristo en la cotidianidad de la existencia.Hoy, más que nunca, la apertura recíproca entre las culturas es un terreno privilegiado para el diálogo entre hombres comprometidos en la búsqueda de un humanismo auténtico, por encima de las divergencias que los separan. También en el campo cultural el cristianismo ha de ofrecer a todos la fuerza de renovación y de elevación más poderosa, es decir, el amor de Dios que se hace amor humano" (Disc. a los oficiales del Consejo pontificio para la cultura, 15-junio-2007).
Estos son los caminos que hoy deben interpelarnos y, por tanto, ayudarnos a salir de las catacumbas, de las sacristías, y de la subjetividad que todo lo guarda.