Los mecanismos y leyes de la liturgia, al ser explicados, nos iluminan para comprender la liturgia, vivirla mejor, realizar con solemnidad y con sentido.
La liturgia suele tener un esquema celebrativo fijo, unas partes concretas, donde luego se insertan otros ritos en días solemnes o en celebraciones sacramentales; partes más breves en días feriales, y más desarrolladas en las celebracions dominicales y solemnes.
5.
La liturgia tiene su ritmo y estructura
celebrativa. En líneas generales, cada acción litúrgica, de un modo más
desarrollado y amplio, o más breve, posee una estructura común:
Preparación
– Liturgia de la Palabra
– Liturgia sacramental – Ritos de conclusión
Esa
estructura se vuelve diáfana si celebra con ritmo y proporción, y no
desfigurando esa estructura prolongando excesivamente, por ejemplo, la Liturgia de la Palabra con moniciones,
explicaciones y homilía interminable, para luego reducir tiempo y apresurarse a
ejecutar la Liturgia
sacramental. Entonces es cuando la liturgia se vuelve complicada y extraña
porque se no adivinan cuáles son sus partes ni sus líneas claras.
No puede
haber 25 minutos de homilía y luego, sin más, emplear la plegaria eucarística
II por ser más breve, sin cantar nada, ni el prefacio ni las aclamaciones
(Sanctus, “Este es el sacramento de nuestra fe” “Por Cristo… Amén”), por
aligerar. Eso es lo que vuelve a la liturgia complicada y extraña.
En
el ritmo celebrativo de la liturgia hay elementos que requieren su cuidado:
Palabra, oraciones y silencio. La liturgia no es una catequesis ni es un
discurso, donde todo son palabras y más palabras dirigidas a los fieles para
aprovechar que están allí: eso es un verbalismo nefasto.
La
liturgia está constituida por la
Palabra de Dios que se proclama (lecturas) y se canta (salmo,
Evangelio) y deben tener el suficiente realce incluso en el lugar que se
proclaman (el ambón y no un mero atril inestable). Es la Palabra de Dios viva y
eficaz con la fuerza del Espíritu Santo –léase la Ordenación del
Leccionario de la Misa-.
La
liturgia está entretejida de oraciones y plegarias que el sacerdote recita en
nombre de todos a Dios Padre con las manos extendidas. Piden ser rezadas con
unción, con gravedad, sabiendo bien a Quién se dirigen y que todos se unan a
esas oraciones para contestar “Amén” de modo consciente.
El tono mismo de voz
es orante y no es el de una monición o un aviso, sino recogido y pausado ya que
estamos todos orando. Más aún con la plegaria eucarística en la Misa: el sacerdote extiende
las manos y luego las eleva al decir “Levantemos el corazón” y así prosigue,
bien elevadas las manos en forma de cruz; la forma de recitar la gran plegaria
eucarística (o la bendición del agua bautismal o la plegaria de bendición de
los esposos…) sería aquel tono de voz solemne, nunca apresurado, que era el
apropiado para una plegaria así. Los Pontificales antiguos advertían diciendo
que se recitaba “in tono praefationis”, distinto del tono de voz más recogido
de las oraciones. Si en esto no se advierte diferencia alguna, todas las
oraciones y plegarias se recitarán monótonamente, volviendo complicada la
liturgia, plana.
Pero
la liturgia también son sus silencios, “silencio sagrado”, para que resuene la
voz del Espíritu Santo y se medite en el corazón, haciéndose consciente del
momento santo que se está viviendo: en el acto penitencial, después de la
homilía, tras la comunión… pero cuando estas pausas orantes de silencio sagrado
se suprimen no hay modo de orar personalmente ni de meditar ni de integrar lo
que se está celebrando, sino que la liturgia se presenta como una sucesión
constante de palabras y más palabras, causando extrañeza y aburrimiento.
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