Las leyes de la liturgia nos ilustran y sirven para vivir mejor el misterio de la liturgia, celebrarla mejor, orarla con mayor fervor, participar con intensidad.
Ni es complicada ni es extraña. Lo que pasa es que muchas veces no se ha querido explicar ni se ha catequizado para vivirla.
Una de esas leyes de la ltiurgia es su carácter simbólico, es decir, llena de símbolos de las realidades eternas.
4.
La liturgia por su naturaleza es
simbólica. Expresa lo invisible de la Gracia y de la acción de Dios mediante signos
sensibles que significando causan:
“En ella [la liturgia] los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre” (SC 7).
La
naturaleza simbólica de la liturgia requiere que sus gestos y acciones rituales
sean expresivos, visibles, elocuentes en sí mismas, claras, patentes; pero si
se realizan de manera insignificante, apresurada, sin apenas verse, pierde toda
su fuerza plástica y entonces es cuando parece algo complicado y extraño.
El
Bautismo viene de “baño”, de “sumergir” en el agua. No es necesaria una gran
explicación y monición para explicarlo si se ve que después, al bautizar,
aunque sea por infusión, realmente se derrama agua sobre la cabeza a cada
invocación y no unas pocas gotas. La validez estará asegurada, pero nadie se
baña con cinco gotas de agua: es un bautismo que es poco significativo.
Otro
tanto se podría decir del sacramento de la Unción de los enfermos: si ya pastoralmente es
difícil por las circunstancias que pueden rodear al enfermo, se convierte en
algo más extraño aún si el sacerdote con poquísimo aceite traza una señal de la
cruz rápida en la frente y en las manos del enfermo para, a continuación,
secarlo inmediatamente. Eso sería un gesto complicado y extraño. Sin embargo,
para el enfermo y la familia, resultará más claro si se traza pausadamente la
cruz con suficiente óleo en la frente y en las manos y se deja que la piel
absorba el aceite; el Espíritu Consolador irá penetrando en su alma y el signo
sensible de la Unción
se verá claro.
La
epíclesis es la invocación del Espíritu Santo, extendiendo las manos,
imponiéndolas, de manera orante. Si el gesto es discretísimo, mientras
apresuradamente se recitan las palabras antes de la consagración o en la
absolución, esta dimensión pneumatológica, espiritual, ni se verá ni se
entenderá. Algo mal realizado, de manera apresurada, sin una gestualidad
suficiente, convierte ese momento en algo complicado y extraño; si se hace
bien, es fácil, sencillo y comprensible.
Cuando
se ve orar profundamente inclinado al sacerdote (así lo dicen las rúbricas:
“profundamente inclinado”) ante el altar, rápidamente se percibe que es una
oración en la presencia de Dios y que el sacerdote es el primero en rezar
pausadamente al Señor cuando ofrece la Eucaristía. Ora
así, profundamente inclinado, antes del Evangelio (“Purifica, Dios
todopoderoso…”), después de haber presentado la oblata (“Acepta, Señor, nuestro
espíritu humilde…”) y también en el Canon romano (“Te pedimos humildemente…”).
Todos ven que es momento de oración, espiritual, y que se está en presencia de
Dios. Pero si en vez de una inclinación profunda para recitar así una plegaria,
ven una levísima inclinación de cabeza sin tiempo para rezar, entonces no se
comprende qué está pasando en el altar ni qué hace el sacerdote. Eso sí es algo
extraño.
La Eucaristía es llamada
en los escritos de san Lucas “la fracción del pan” y, en efecto, en todas las
familias litúrgicas se ha partido el Pan ya consagrado de modo destacado y
solemne. En el rito romano, la
Hostia consagrada se parte en diversos trozos de manera que
al menos algunos fieles puedan comulgar de ella, mientras el coro entona el
“Agnus Dei”. Es un gesto sacrificial claro, es el Cordero inmolado que quita el
pecado del mundo por el sacrificio de la cruz. Pero su simbolismo se difumina
si la fracción se realiza apresuradamente, en apenas tres trozos y sin esperar
a que los fieles terminen el saludo de paz ni que el coro cante el Cordero de
Dios. ¿Se puede reconocer de esa manera que la Eucaristía es “la
fracción del pan”, que Cristo es el Cordero inmolado? ¿No se vuelve todo más
complicado y extraño si no se ve ni se sabe qué está haciendo el sacerdote
porque no ha esperado a que todos estén ya atentos al rito y el coro cante el
“Agnus Dei”?
Cuando
se minimizan los signos sacramentales y los ritos litúrgicos, entonces la
liturgia se empobrece paulatinamente y se vuelve incomprensible:
“La revisión de los ritos ha buscado una noble sencillez y unos signos fácilmente comprensibles, pero la sencillez deseada no debe degenerar en empobrecimiento de los signos, sino que los signos, sobre todo los sacramentales, deben contener la mayor expresividad posible. El pan y el vino, el agua y el aceite, y también el incienso, las cenizas, el fuego y las flores, y casi todos los elementos de la creación tienen su lugar en la Liturgia como ofrenda al Creador y como aporte a la dignidad y belleza de la celebración” (Juan Pablo II, Vicesimus Quintus annus, n. 10).
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