lunes, 11 de octubre de 2021

"Demos gracias... Es justo y necesario" (Respuestas - XXIX)



1. El diálogo inicial del prefacio prosigue. Tras decir el sacerdote, elevando más las manos, “Levantemos el corazón” y la respuesta de todos (“lo tenemos levantado hacia el Señor”), sigue diciendo: “Demos gracias al Señor, nuestro Dios”, y los fieles contestan: “Es justo y necesario”.

            Tono vibrante, fuerte: así la voz del sacerdote motiva a los fieles presentes en el momento central de la celebración eucarística, así como los brazos más elevados que en las demás oraciones de la Misa.



            2. “Demos gracias al Señor nuestro Dios. –Es justo y necesario”.

            Esta invitación del sacerdote indica claramente la naturaleza de la plegaria eucarística: una gran oración “de acción de gracias y santificación” (IGMR 78). Los motivos de acción de gracias a Dios se expresan fundamentalmente en el prefacio: “darte gracias, siempre y en todo lugar, porque…” La naturaleza de esta pieza, el prefacio con su diálogo, se refuerzan más si se canta habitualmente en los domingos y solemnidades.


            “¡Demos gracias al Señor, nuestro Dios!” El sacerdote anima y orienta a los fieles presentes a que, levantando el corazón al Señor, con suma atención y recogimiento, con la esperanza puesta en Dios, den gracias al señor sin distracción alguna. Los fieles asienten a la invitación y reconocen que es verdad, ellos deben dar gracias a Dios: “¡Es justo y necesario!”

            Entonces comienza la gran plegaria eucarística y todos, en silencio y con devoción, nos unimos a ella: “La Plegaria Eucarística exige que todos la escuchen con reverencia y con silencio” (IGMR 78).


            3. En la catequesis a los neófitos lo explica san Cirilo de Jerusalén:

            “Después el sacerdote dice: ‘Demos gracias al Señor’. Y en verdad debemos dar gracias, ya que siendo indignos nos ha llamado a una gracia tan grande, porque siendo enemigos nos ha reconciliado, porque se ha dignado darnos el Espíritu de adopción. Después decís: ‘Es digno y justo’. Porque cuando damos gracias nosotros, hacemos una obra digna y justa; pero Él, obrando no sólo con justicia, sino sobre toda justicia, nos ha beneficiado y nos ha hecho dignos de tan grandes bienes” (Cat. Mist. V,5).


            4. San Agustín exhorta a dar gracias a Dios por su gracia, ya que es gracia ser elevados con Cristo:

           
“‘Lo tenemos levantado hacia el Señor’; y para que no atribuyáis a vuestra propias fuerzas, a vuestros propios méritos, a vuestros propios esfuerzos, el tener vuestros corazones en el Señor, porque don de Dios es tener levantados los corazones, por eso continúa el obispo o presbítero que ofrece el sacrificio: “Demos gracias al Señor nuestro Dios” por tener levantados nuestros corazones; y así lo confirmáis vosotros respondiendo: ‘Es justo y necesario’ que demos gracias a aquel que nos concede que tengamos nuestro corazón levantado donde está nuestra cabeza” (Serm. 227).

            En la misma dirección, y con el mismo sentido, predica san Agustín en otro sermón:

            “Oyendo al sacerdote decir: ‘Levantemos el corazón’, respondéis vosotros: ‘Lo tenemos levantado hacia el Señor’; lo tenemos en el Señor. Que la respuesta lleve dentro una verdad. No niegue la conciencia lo que dice la lengua, y porque esto mismo de tener en Dios el corazón es dádiva del cielo y no fruto de vuestras fuerzas, el sacerdote prosigue diciendo: ‘Demos gracias al Señor nuestro Dios’. ¿Por qué darle gracias? Porque tenemos arriba el corazón, y si Él no nos hubiera levantado, yaceríamos por tierra” (Serm. 229B,3).


            4. Como en el cielo los ángeles y los santos adoran a Dios, y constantemente le dan gracias, así nosotros en la Santa Misa no cesamos de dar gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia (cf. Sal 117).

            En el cielo resuena constantemente: “Gracias te damos, Señor, Dios omnipotente, el que eras y el que eras” (Ap 11,16-17). Los veinticuatro ancianos (Ap 4) dan gracias por la creación, la redención y el establecimiento del reinado de Dios y de su Cristo: “Eres digno, Señor, Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder…” (AP 4,11).

            La vida creyente es un constante dar gracias a Dios, reconociendo sus obras, su salvación y su gracia: “Te doy gracias, Señor, de todo corazón” (Sal 137); “¿cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación… Te ofreceré un sacrificio de alabanza” (Sal 115). ¡Cuántos salmos dan gracias e invitan a dar gracias constantemente a Dios!

            Esta acción de gracias se proclama en la Misa en el prefacio, la primera parte de la plegaria eucarística. Levantamos el corazón al Señor para darle gracias debidamente, con devoción y recogimiento, sabiendo que es justo y necesario reconocer sus beneficios y cantar su gloria.

            El papa Benedicto XVI también, mistagógicamente, nos llevó a una mayor profundidad al considerar este diálogo: “Tras la Liturgia de la Palabra, al inicio de la Plegaría eucarística durante la cual el Señor entra en medio de nosotros, la Iglesia nos dirige la invitación: “Sursum corda – levantemos el corazón”. Según la concepción bíblica y la visión de los Santos Padres, el corazón es ese centro del hombre en el que se unen el intelecto, la voluntad y el sentimiento, el cuerpo y el alma. Ese centro en el que el espíritu se hace cuerpo y el cuerpo se hace espíritu; en el que voluntad, sentimiento e intelecto se unen en el conocimiento de Dios y en el amor por Él. Este “corazón” debe ser elevado. Pero repito: nosotros solos somos demasiado débiles  para elevar nuestro corazón hasta la altura de Dios. No somos capaces. Precisamente la soberbia de querer hacerlo solos nos derrumba y nos aleja de Dios. Dios mismo debe elevarnos, y esto es lo que Cristo comenzó en la cruz. Él ha descendido hasta la extrema bajeza de la existencia humana, para elevarnos hacia Él, hacia el Dios vivo. Se ha hecho humilde, dice hoy la segunda lectura. Solamente así nuestra soberbia podía ser superada: la humildad de Dios es la forma extrema de su amor, y este amor humilde atrae hacia lo alto” (Hom. en el Domingo de Ramos, 17-abril-2011).





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