CONTEXTO DEL PASAJE: Ex 40,34-38.
El
pueblo ha estado peregrinando, vagando por el desierto y ha tenido el momento
constitutivo de su ser pueblo del Señor en la alianza en el Sinaí, según la
teología de la historia ("historia teologizada") posterior. Allí el
Señor se les hizo presente, les dio la
Ley, de tanta importancia para P en el destierro, y les
garantizó su presencia en el arca de la alianza. Esta presencia del Señor en
medio de su pueblo requería todo un ritual litúrgico de relación entre el
pueblo y el Señor Dios. Es, pues, en torno a la presencia del Señor en el arca,
como brota todo este ritual, descrito en Ex 35-40, perteneciente, todo él, a P.
El
arca para el pueblo de Israel tenía un significado hondo y profundo; sabían
perfectamente que el Señor no estaba en el arca, puesto que es inmenso e
infinito, y no es un dios como los de los pueblos vecinos. ¿Qué es pues el
arca?
El arca estaba concebida probablemente como el trono de Dios, y, por tanto, como un signo concreto y tangible de la presencia. Pero era un trono vacío, lo cual subraya la invisibilidad y la trascendencia de Dios. El arca era de este modo el símbolo del Dios escondido y revelado"[1].
Es el arca el centro de todas las prescripciones litúrgicas
que el Señor va ordenando a Moisés en el Sinaí, lugar principal de la alianza
del Señor con su pueblo. "El Sinaí está en el centro de la religión del
éxodo y, en general, de la hebrea; por eso espontáneamente se trasladó aquí todo
el aparato cultual de Israel, especialmente el del templo de Jerusalén. El
Sinaí envuelve en su aureola de santidad y de revelación todas estas
prescripciones, redactadas con la finura del bordado"[2].
El Sinaí no es un sitio cualquiera elegido por un individuo
concreto para adorar al Señor, por azar o por otra razón[3], sino que está elegido por
el mismo Señor para manifestarse a su pueblo. De ahí la tremenda importancia
que este monte tiene; el santuario -i.e. la tienda- es una transposición muy
posterior, realizada, fundamentalmente, por P. "No pensemos que cualquier
manifestación divina lleva automáticamente a la construcción de un santuario.
Abandonando las tradiciones patriarcales, el caso más famoso es el del monte
Sinaí (u Horeb, como se lo llama en otros casos). En él Dios se revela de forma
más impresionante y decisiva que en ningún otro sitio. Moisés debe quitarse las
sandalias, 'pues el sitio que pisas es sagrado' (Ex 3,5). Allí tiene lugar más
tarde la constitución del pueblo, la alianza y se entregan las leyes. Sin
embargo, en ningún momento dice la tradición bíblica que existiese en él un
templo ni nada parecido"[4], mas aunque no hubiese
nunca un templo o santuario como tal, la importancia del Sinaí es evidente.
Es toda una liturgia, en la que confluye, ciertamente, la fe
de todo un pueblo en que "el Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y
brazo extendido y ahora está con nosotros", realizando su presencia
revelada a Moisés: "'Yo
Soy' me envía a vosotros"; de ahí que el pueblo de Israel se relacione
con su Dios a través de una vida santa y a través de la liturgia. A primera
vista estas prescripciones litúrgicas pueden parecer una maraña incomprensible
y demasiado ritualista, y puede que sea cierto, pero lo importante es descubrir
lo importante que para el pueblo era la liturgia y el cuidado y amor que ponían
en ella: "esta selva de prescripciones, que se refieren también a todo lo
que guarda relación con el arca -desde los sacerdotes hasta los utensilios más
humildes-, atestigua el amor visceral del hebreo por la liturgia, en la que
confluía toda la historia humana de Israel y todo el contenido de su fe"[5]. Liturgia que pone en
contacto al israelita con el Señor, como relación personal en íntima de
comunión. La presencia del Señor está asegurada por la misma palabra divina en
el Sinaí, y porque el pueblo tiene un código moral muy estricto de santidad
como el mismo Señor es santo (cfr. Lv 19,2), y quiere que "Vosotros seréis para mí
un pueblo santo" (Ex 22,30a). De lo cual se deduce el papel santificador
de la misma liturgia y su carácter comunional con el Señor.
El carácter de comunión entre Dios y el pueblo, y la
presencia del Señor en medio de éste, es lo que da sentido a este gran código
litúrgico con el que se concluye el libro del Éxodo, aunque para algunos esto
no es un código litúrgico, como, v.gr., Auzou "No sería exacto decir, sin
más, que los caps. 25-31; 35-40 del Éxodo constituyen un ritual. Sus autores
han querido incluso convertirlos en un relato"[6].
Se suele muchas veces ridiculizar el papel de la liturgia en
el pueblo de Israel por las minuciosas prescripciones rituales que hallamos,
p.e., en este ritual (Ex 35-40), sin embargo tendremos que hacer una lectura
más profunda de este fenómeno de la liturgia. Todo ello garantizado, desde el
sacerdotal, por la presencia de la nube que rubrica, de forma abiertamente
manifiesta, la presencia y aceptación del Señor del culto que le tributa su
pueblo[7].
"El documento sacerdotal contiene... la revelación de
un orden sacro; ordena la vida cultual y todo el complicado aparato de los
sacrificios y ritos mediante el cual se realizará la comunión de Israel con
Dios. Esto se debe a que P considera la inhabitación de Dios en Israel, la
aparición de su 'gloria', como el acontecimiento decisivo de la revelación
sinaítica. Pues en ella Yahvé se había acercado de tal manera a Israel, que
eran necesarias toda clase de normas y garantías cultuales"[8]: es lo que vemos descrito
en esta parte final del Éxodo por parte de P: la institución del culto en Israel,
para garantizar la legitimidad y obligatoriedad del culto israelita que
proviene de la decisión libre y gratuita del Señor que decide habitar y
relacionarse con su pueblo. Así queda salvaguardado el carácter de institución
divina que tiene todo el culto y las instituciones. Quedará reafirmado todo
esto con la aparición sobre la tienda del arca de la gloria del Señor, en forma
de nube, al final del libro.
Este sería el
contexto del pasaje que tomamos como eje y columna vertebral de nuestro estudio
sobre la nube en el Éxodo. Un código litúrgico que garantiza la presencia del
Señor en medio de su pueblo, revelando unas relaciones de comunión, que ponen
de manifiesto el tremendo amor e importancia que para P tiene la liturgia. Con
estas premisas, y dentro de este marco, pasamos a analizar 40,34-38, culmen
pleno de todo lo que se ha ido narrando en el libro del Éxodo.
[6] AUZOU, Georges, De la servidumbre al servicio,
Madrid, 1966. pág. 379. Diferimos de la opinión de este autor ya que el texto
se presenta como un ritual que, desde la perspectiva de P, pretende garantizar
la autenticidad y legitimidad de las instituciones y ritos cultuales, dándoles
un carácter divino.
[7] Cfr. SICRE DÍAZ, José Luis, El culto..., p. 89
s. El autor lo reitera en la conclusión: "...los actos de culto, los
objetos y funcionarios, revela el interés que existió siempre en Israel por
buscar a Dios, entrar en contacto con Él y procurar agradarle... Detrás del
sudor de días de camino, del ahorro para ofrecer una tórtola o un cordero...
hay una dosis inimaginable de buena voluntad y de amor a Dios". p. 89.
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