A veces realizamos cosas que ni
sabemos entender ni valorar, pero que forman parte de nuestra liturgia y de
nuestra espiritualidad. Haciéndolas sin valorarlas hondamente, puede acarrear
mediocridad en la forma de realizarla, o falta de amor, o dejadez, lo cual
sería pernicioso, porque si no hay amor, conocimiento y atención, todo se va
devaluando, se hace por hacer, pero no se vive con una fe viva, ardiente y
amorosa.
La exposición del Santísimo y la oración, tanto personal
como comunitaria, ante el Señor en la custodia es una práctica que siempre ha
estado muy arraigada en la piedad, pero que a veces no se sabe valorar ni
descubrir el alto grado de espiritualidad que posee, su beneficio espiritual, y
se puede realizar mal si desconocemos cómo la Iglesia enseña a realizar la
exposición del Santísimo según su propio ritual, aprobado en 1973, pero que
apenas se pone realmente en práctica.
Conocer lo que dice dicho ritual puede ser iluminador.
Muchas parroquias afortunadamente exponen el Santísimo semanalmente al igual
que los Monasterios; también hay Asociaciones de fieles que giran en torno a la
vida eucarística, como la Adoración Nocturna, o su rama juvenil-infantil, los
Tarsicios, o la Unión Eucarística Reparadora... así como las Hermandades y
cofradías, incluso algunas son explícitamente Hermandades Sacramentales.
Conocer el ritual puede permitirnos amar y potenciar la adoración eucarística, vivirla en plenitud y realizarla con más fidelidad a las normas litúrgicas.
La adoración al Santísimo es una práctica, ya secular, de
la liturgia romana en la que, prolongando la “gracia del sacrificio” de la
Misa, la atención espiritual de la Iglesia Esposa se dirige a Cristo su Esposo
–presente en el Sacramento- y entra en coloquio espiritual con Él.
La dinámica
esponsal lleva a asumir y compartir su estado de Víctima glorificada, se repara
con Él, se intercede con Él y con Él se implora la salvación del mundo.
Es indudable el valor espiritual y pastoral de la adoración
al Santísimo. Allí donde el culto a la Eucaristía ha florecido y se ha cuidado
el silencio y la adoración, allí ha crecido el sentido eclesial y se han
fomentado las debidas disposiciones para la participación en el Sacrificio
eucarístico.
Ha sido siempre ocasión de innumerables gracias para la comunidad
cristiana y ha sido forja de almas de santos.
Pastoralmente
ha supuesto un empobrecimiento reducirlo todo a la celebración eucarística con
la que se abren y cierran numerosos actos y momentos de la vida litúrgica de la
comunidad y de pequeños grupos en lugar de emplear otros ritos más acordes con
cada momento (canto de una Hora litúrgica, celebración de la Palabra, bendición
de catequistas o niños..., adoración eucarística, etc.).
Este empobrecimiento
de la vida litúrgica –contrario al fin de la misma reforma litúrgica- con la
inflación de misas, ha forzado que los templos se abran sólo para las misas y
sea difícil encontrar iglesias abiertas para la oración privada ante el
Sagrario y más difícil aún hallar parroquias y comunidades que en su
programación semanal tengan la exposición del Santísimo durante un tiempo
razonable para orar (aunque haya cada vez más signos esperanzadores).
El papa Juan Pablo II, en la carta “Mane nobiscum
Domine”, trazando las pautas para el Año de la Eucaristía –e indicando así por
dónde debe caminar la Iglesia como fruto de aquel año- decía:
La adoración eucarística fuera de la Misa ha de convertirse, durante
este año, en compromiso especial de cada comunidad parroquial y religiosa.
Permanezcamos largo tiempo postrados ante Jesús presente en la Eucaristía,
reparando con nuestra fe y nuestro amor los abandonos, los olvidos y hasta los
ultrajes que nuestro Salvador sufre en muchas partes del mundo (n. 18).
Inculcar
esta conciencia espiritual y educar así como facilitar la oración la oración
privada ante el Sagrario como la exposición del Santísimo, es un camino
pastoral necesario, imprescindible, tal vez hasta urgente y desde luego ni es
opcional ni es secundario.
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