jueves, 27 de marzo de 2014

El pecado y el desierto, temas cuaresmales (Preces de Laudes de Cuaresma - IV)



3.3. El pecado presente

            Como sólo necesitan médico los enfermos, no los sanos (cf. Mt 9,12), el primer paso es mostrar las llagas del pecado y no esconderlas, descubrir ante el Salvador la propia verdad personal.

            La Cuaresma es tiempo de perdón y reconciliación y por ello es tiempo de confesión del propio pecado. Este aspecto penitencial está muy presente para que se dé un verdadero proceso de conversión.


           Se confiesa una situación de debilidad interior, de un espíritu herido y sufriente por el pecado: “Tú, Señor, que eres médico de los cuerpos y de las almas, sana las dolencias de nuestro espíritu, para que crezcamos cada día en santidad” (Dom I). Se comienza la jornada cuaresmal con una viva conciencia del pecado e impetrando misericordia: “Reconocemos, Señor, que hemos pecado; perdona nuestras faltas por tu gran misericordia” (Mart I). No ocultamos ni creemos, farisaica y soberbiamente, que somos buenos, justos e impolutos, sino que descubrimos nuestro ser pecador ante Dios: “Perdona, Señor, nuestros pecados, y dirige nuestra vida por el camino de la sencillez y de la santidad” (Juev II).

            Y como los pecados no son neutros, sino que afectan al orden y lesionan la justicia, merecen su castigo justo que retribuya el daño hecho. Sólo reconociéndolo y pidiendo perdón podemos hallar misericordia y salvación: “Concédenos la abundancia de tu misericordia, y perdona la multitud de nuestros pecados y el castigo que por ellos merecemos” (Sab I).

            La confianza radica en Jesús crucificado que ofrece el perdón: “Tú que clavado en la cruz perdonaste al ladrón arrepentido, perdónanos también a nosotros, pecadores” (Vier II).

            Los pecados siempre son concretos y no generalidades abstractas, difusas. En las preces de Laudes tenemos ejemplos claros, pidiendo perdón por pecados concretos que iluminan la conciencia moral y, de paso, la forman. Un pecado real es todo aquello que genera divisiones y enfrentamientos, rompiendo la concordia y la comunión, también los que afectan a la comunión eclesial: “Perdona, Señor, las faltas que hemos cometido contra la unidad de tu familia y haz que tengamos un solo corazón y un solo espíritu” (Lun I), “haz que, con tu ayuda, venzamos toda disensión” (Dom II).

            El pecado es malicioso, es decir, contiene maldad e intención y no es meramente un fallo de carácter, por eso se ruega: “aleja de nuestra vida toda maldad” (Vier I). Es la voluntad personal que se opone a Dios y al Bien, lo rechaza, no se somete y emprende caminos tortuosos, como Israel, “casa rebelde” (Ez 2,5; 12,1): “sana, Señor, nuestras voluntades rebeldes y llénanos de tu gracia y de tus dones” (Vier I).
           
Dios mismo, por su gracia, nos corrige y educa de nuestros pecados; confiamos en su acción y suplicamos vernos libres de pereza, orgullo y vanidad: “Enséñanos, Señor, a corregir nuestra pereza y nuestra desidia y a poner nuestro corazón en los bienes eternos” (Mier I), así como: “Líbranos del mal y presérvanos de la fascinación de la vanidad, que oscurece la mente y oculta el bien” (Mier I).

            Pecado es el orgullo y la cerrazón en uno mismo, haciendo que el egoísmo crezca y no nos permite ver la necesidad del otro y salir a su encuentro socorriéndolo; ante el egoísmo y el egocentrismo, pedimos: “Perdónanos por haber ignorado la presencia de Cristo en los pobres, los sencillos y los marginados, y por no haber atendido a tu Hijo en estos hermanos nuestros” (Lun II).


            3.4. Para el camino del desierto: Pan y Palabra


            Siguiendo la teología bíblica del libro del Éxodo y del Deuteronomio, que se escucha durante la Cuaresma, y que inspira el prefacio V cuaresmal, el santo tiempo cuaresmal es un desierto por el que la Iglesia avanza, con sus hijos, hasta la montaña de la santa Pascua, donde se sella la Alianza nueva y eterna.

            Como Israel en desierto es alimentado gratuitamente por Dios con el maná, así la Iglesia, nuevo, verdadero y definitivo Israel, recibe del cielo un Pan vivo y verdadero, no como el maná “que lo comieron y murieron” (Jn 6,58), sino el mismo Cuerpo del Señor, “pan de vida” (Jn 6,35).

            En Cuaresma, la Eucaristía adquiere un fuerte carácter de viático, alimento de peregrinos para el camino. Los ayunos corporales son, también, indicación de cuál es el verdadero alimento, único y necesario, elevando el nivel ascético, siempre sano, a un deseo interior: “Danos hambre del alimento que perdura y da vida eterna, y que tú diariamente nos proporcionas” (Sab II).

            A nuestra hambre interior, Dios siempre responde proporcionándonos lo necesario y uniéndonos, eucarísticamente, al misterio pascual del Señor: “Señor, sacia nuestra hambre en el banquete de tu eucaristía y haz que participemos plenamente de los bienes de tu sacrificio pascual” (Mart I).

            Junto a la Eucaristía, el pueblo cristiano sabe que “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4) y que Dios, en el desierto cuaresmal, habla abundantemente a su Pueblo, revelándose, conduciéndolo. Alimentado con el maná, Israel en el desierto es convocado para escuchar a Dios que se revela y entrega su Ley, entablando un diálogo con su Pueblo: “¡ojalá escuchéis hoy su voz!” (Sal 94).

            Todo esto se cumple en la Iglesia; se alimenta con la Eucaristía y escucha su voz en el desierto cuaresmal. Se dispone a recibir su Palabra, incluso la desea, como norma santa: “Que tu palabra sea siempre luz en nuestro sendero para que, realizando siempre la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas en ti” (Juev I). La súplica se hace ferviente: “Concédenos vivir no sólo de pan, sino de toda palabra que sale de tu boca” (Dom II).

            La Palabra va dando forma –la forma de Cristo- al cristiano y lo forja en un proceso de conversión y maduración. Se va logrando así una cristificación que tiene su meta y su cumbre en la santa Pascua: “Concédenos escuchar con más frecuencia tu palabra en este tiempo cuaresmal, para que, en la gran solemnidad que se avecina, nos unamos con mayor fervor a Cristo, nuestra Pascua” (Mart II).

            Hemos de escuchar la Palabra con plena disponibilidad a sus exigencias: “Concédenos, Maestro bueno, escuchar tu palabra con un corazón noble y haz que perseveremos hasta dar fruto” (Mart I). Es el fruto de la conversión el que deseamos alcanzar.

2 comentarios:

  1. Apreciaciones personales a la vista de la percepción de algunas de las preces por el común de los católicos en lo que ya se puede considerar equívocos tópicos:

    Si no se debe confundir pecado y defecto de carácter tampoco se deben relativizar los defectos de carácter pues el carácter no es sólo la identidad de nacimiento, también se forja y los defectos de carácter se encauzan hacia su opuesto, la virtud. Además, los defectos disfrazan a veces tendencias al mal y nuestro espíritu puede dominarlos con esfuerzo, paciencia y ayuda divina en contra de lo que se propugna por la moderna psicología.

    En todo hombre, no sólo en el hombre de un determinado grupo sociológico, debemos ver a Cristo porque nuestro Señor es el verdadero hombre al que todos debemos asemejarnos mediante una unión verdadera con Él: Todo hombre, lo admita o no, necesita nuestra ayuda porque todos necesitamos ayuda, todos somos necesitados. Cambia el tipo de ayuda porque cambia el tipo de necesidad tanto en el espacio como en el tiempo.

    La comunión no es una llamada al “consenso” entendido en términos seculares pues, si así fuera, sería pecado la apelación a la verdad cuando la resistencia de algunos o muchos a ella generara “división y enfrentamiento”. La paz no es una mera ausencia de conflicto visible; la verdadera paz no es ajena a la verdad. No deben ser opciones recurrentes el “mal menor”, el “punto medio”, el “sensus fidelium” y “consensus fidelium” si todos ellos son mal entendidos.

    “Concédenos la abundancia de tu misericordia, y perdona la multitud de nuestros pecados”. “Concédenos vivir no sólo de pan, sino de toda palabra que sale de tu boca”

    ¡Danos tu verdadero pan, Señor!

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    1. Julia María:

      "Desgraciadamente", estoy de acuerdo con vd., especialmente el primer párrafo con la distinción entre pecado y cáracter a la vez que sus relaciones.

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