3. Preces
3.1. Tiempo de preparación bautismal
El
origen primitivo de la
Cuaresma es puesto de nuevo de relieve: era –y es- el tiempo
de preparación más intensa e inmediata de los catecúmenos por los sacramentos
de la Iniciación
cristiana. La perspectiva de la
Cuaresma es bautismal con la meta de la santa Pascua.
Todos
los fieles cristianos se asocian al misterio sacramental preparándose a vivirlo
y renovarlo: “Cristo vida nuestra, tú que por el bautismo nos has sepultado
místicamente contigo en la muerte, para que contigo también resucitemos,
concédenos caminar hoy en una vida nueva” (Dom I). Recordamos el bautismo y
suplicamos actualizarlo y vivir bautismalmente: “Señor de misericordia, que en
el bautismo nos diste una vida nueva, te pedimos que nos hagas cada día más
conformes a ti” (Lun I).
Incluso
en las preces de Laudes, que no poseen el carácter de intercesión o súplica
universal, se recuerda y se ora por los catecúmenos que serán bautizados: “Tú
que en el arca salvaste a Noé de las aguas del diluvio, salva por el agua del
bautismo a los catecúmenos” (Dom II).
Y
así como los catecúmenos serán incorporados a la Iglesia, todos habremos de
descubrir el misterio de la
Iglesia, vivirlo, sentir eclesialmente: “Concédenos vivir con
toda plenitud el misterio de la
Iglesia, a fin de que nosotros y todos los hombres
encontremos en ella un sacramento eficaz de salvación” (Juev II).
3.2. Redención y sanación
Cristo
nos ha redimido y salvado. Es Médico y medicina y su pasión remedia nuestros
dolores, cura nuestras heridas. En Cuaresma reconocemos nuestras culpas y
pecados y suplicamos su redención curativa: “Tú, Señor, que eres médico de los
cuerpos y de las almas, sana las dolencias de nuestro espíritu, para que
crezcamos cada día en santidad” (Dom I).
No
podemos ocultarnos como Adán, sino reconocer, confesar el pecado y pedir
gracia: “Perdona, Señor, las faltas que hemos cometido contra la unidad de tu
familia” (Lun I). Descubrimos nuestro pecado ante Dios con actitud humilde y
penitencial: “Reconocemos, Señor, que hemos pecado; perdona nuestras faltas por
tu gran misericordia” (Mart I). Su misericordia no tiene límites: “Concédenos
la abundancia de tu misericordia, y perdona la multitud de nuestros pecados y
el castigo que por ellos merecemos” (Sab I).
La
acción de Jesucristo es sanadora, su redención nos rehace internamente:
“Maestro y Salvador nuestro, que nos revelaste con tu palabra el designio de
Dios y nos renovaste con tu gloriosa pasión, aleja de nuestra vida toda maldad”
(Vier I). Él cura, cual Médico verdadero: “Sana, Señor, nuestras voluntades
rebeldes y llénanos de tu gracia y de tus dones” (Vier I).
Sanados
y redimidos, andaremos en una vida nueva: “Perdona, Señor, todos nuestros
pecados y dirige nuestra vida por el camino de la sencillez y de la santidad”
(Juev II).
Esa
redención es curar las heridas del pecado en el hombre y restaurarlo: “Tú que
exaltado en la cruz quisiste ser atravesado por la lanza del soldado, sana
nuestras heridas” (Vier II). La cruz es árbol deleitoso con frutos de vida;
gustando de él, seremos salvados: “Tú que convertiste el madero de la cruz en
árbol de vida, haz que los renacidos en el bautismo gocen de la abundancia de
los frutos de este árbol” (Vier II).
Dejarnos ser nuevos. El olvido de si y el despojamiento radical. Tarea inhumana, que solo puede hacer la GRACIA. Alabado sea DIOS. Sigo rezando. DIOS les bendiga.
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