San Bernardo participa de las corrientes espirituales de su tiempo en las que, abandonando en gran medida el lenguaje “mistérico-simbólico” de la patrística sobre la persona de Cristo, se centra mucho más en su humanidad salvadora que le lleva a adorar su divinidad, sin caer en los excesos del devocionalismo.
1. Respuesta de Bernardo a su época
Para este Doctor medieval, Jesucristo ocupa un lugar eminente en su pensamiento, en su teología y en su vida interior. ¡Cristo lo es todo! A Él se dirige con expresiones afectuosas, en Él contempla la salvación y en Él se refugia. El cristocentrismo de san Bernardo, con su modo de expresión tierno y suave, resulta hoy un lenguaje impactante, sugerente. Leyendo a san Bernardo, entrando en estilo, se puede llegar a vivir una experiencia real de Jesucristo, un encuentro con la persona del Salvador.
Su forma de tratar sobre Jesucristo, hablar y escribir de Él, y su modo personal de tratar con Cristo, hablar con Él y contemplarle en la oración, es una luz en el tiempo en que vivió.
Donde no esté Jesucristo, sino el simple y árido razonamiento humano, Bernardo se halla a disgusto. En todo tiene que saborear a Cristo, en todo ha de gustarle. La filosofía humana de su época, viciada en su método, le provoca rechazo.
“Sólo Jesús —insiste san Bernardo ante los complejos razonamientos dialécticos de su tiempo—, sólo Jesús es "miel en la boca, cántico en el oído, júbilo en el corazón" (mel in ore, in aure melos, in corde iubilum)". Precisamente de aquí proviene el título, que le atribuye la tradición, de Doctor mellifluus: de hecho, su alabanza de Jesucristo "fluye como la miel". En las intensas batallas entre nominalistas y realistas —dos corrientes filosóficas de la época— el abad de Claraval no se cansa de repetir que sólo hay un nombre que cuenta, el de Jesús Nazareno. "Árido es todo alimento del alma —confiesa— si no se lo rocía con este aceite; insípido, si no se lo sazona con esta sal. Lo que escribes no tiene sabor para mí, si no leo allí a Jesús". Y concluye: "Cuando discutes o hablas, nada tiene sabor para mí, si no siento resonar el nombre de Jesús" (Sermones in Cantica canticorum xv, 6: PL 183, 847). Para san Bernardo, de hecho, el verdadero conocimiento de Dios consiste en la experiencia personal, profunda, de Jesucristo y de su amor. Y esto, queridos hermanos y hermanas, vale para todo cristiano: la fe es ante todo encuentro personal íntimo con Jesús, es hacer experiencia de su cercanía, de su amistad, de su amor, y sólo así se aprende a conocerlo cada vez más, a amarlo y seguirlo cada vez más. ¡Que esto nos suceda a cada uno de nosotros!” (Benedicto XVI, Audiencia general, 21-octubre-2009).
2. El nombre de Jesús
Entre los múltiples aspectos de la cristología, tomemos uno para ver qué y cómo lo presenta san Bernardo ofreciendo a nuestra consideración una teología espiritual-afectiva: el nombre de Jesús.
Toda la historia de la humanidad, todas las esperanzas del pueblo de Israel sostenidas por las palabras de los profetas, todos los deseos, inquietudes, preguntas y búsquedas del corazón humano, encuentran una respuesta definitiva en un nombre bendito: “Jesús”. Jesús, el Señor, el Verbo encarnado, Hijo de Dios nacido de María Virgen por obra del Espíritu Santo.
Profundizar saboreando inteligentemente -con la mente y el corazón- el nombre de Jesús, permite la verdadera libertad y liberación, se toca la salvación: “Me fío totalmente de quien quiso, supo y pudo salvarme”.
La humanidad salvadora del Redentor es buscada por san Bernardo: en Cristo deposita su confianza, porque Jesús lo supera todo y los supera a todos. Y la confianza nace de verlo hombre: “hermano mío y carne mía”. No nos desprecia porque nos entiende, nos comprende, ha compadecido nuestra propia existencia viviéndola Él plenamente.
Profundizar saboreando inteligentemente -con la mente y el corazón- el nombre de Jesús, permite la verdadera libertad y liberación, se toca la salvación: “Me fío totalmente de quien quiso, supo y pudo salvarme”.
La humanidad salvadora del Redentor es buscada por san Bernardo: en Cristo deposita su confianza, porque Jesús lo supera todo y los supera a todos. Y la confianza nace de verlo hombre: “hermano mío y carne mía”. No nos desprecia porque nos entiende, nos comprende, ha compadecido nuestra propia existencia viviéndola Él plenamente.