martes, 1 de junio de 2010

Sentirse solo en la Iglesia

La clave de la felicidad es Jesucristo y el encuentro con Él, Jesucristo el Amado; la felicidad no es un algo, sino Alguien, Jesucristo. Y en Él, un gran amor a la Iglesia. Nunca estamos solos estando en ella. Somos una Comunión, un Cuerpo. El cristiano nunca está solo: “Quien cree, nunca está solo” (Benedicto XVI, Homilía inauguración del ministerio petrino, 24-abril-2005).

Y en la Iglesia, Madre, Maestra, recibimos a Cristo y toda gracia. ¿No os parece maravilloso? Porque eso es lo que da consistencia a la frágil vida de cada uno de nosotros.

La sensación aparente a la vez que amarga de soledad viene cuando, intentando ser fiel a la Iglesia, las corrientes van en contra y todo se halla agitado. ¿He sido defraudado? ¿La Iglesia me ha abandonado? Cuando todo es convulso, ¿me estoy equivocando? La sensación de soledad consume interiormente cuando, siguiendo las pautas de la Iglesia, todo alrededor está tan infectado por la secularización interna, que uno va solo y es cuestionado, considerado como desfasado, “antiguo”, poco “pastoral” y otras lindezas. Todo esto ocurre por no sumarse al carro del “buenismo”, de ser “simpático” callando la sana doctrina de la fe, de desacralizar la liturgia...

Me parece que un texto, tal vez muy largo, de Von Balthasar capta perfectamente el problema de esa “soledad” en la Iglesia. ¡Cuántos no se van a sentir retratados, reflejados, comprendidos!


“Las exposiciones descaminadas se denuncian a sí mismas por su peculiar esterilidad; “las espinas crecieron y ahogaron lo sembrado”: uno lo puede observar ya y lo verá todavía con más claridad. Esto puede decirse categóricamente de aquellas partes de las grandes órdenes que, infieles a su carisma fundacional, se transforman a sí mismas en un reino terrenal estéril, en el que es imposible crecer. “El que no recoge conmigo, desparrama”. Hasta que se imponga esta prueba de la vida y de su contrario a cada uno, a toda una comunidad, se le puede pedir mucha soledad; hay que soportar durante años una predicación sesgada, carente de raíces evangélicas, deformada por la moda, desde el púlpito y desde los medios de comunicación, y la conciencia cristiana, el instinto religioso del oyente, tiene que accionar el discernimiento de los espíritus. Los jóvenes a los que no se les propone la doctrina de ninguna manera, o no se les propone con su original fuerza iluminadora, lo tienen aún más difícil; se les exige que la desentierren de su sepultura y que examinen luego su peso específico frente a lo que se les ofrece como alternativa. En los países orientales esto tiene éxito, precisamente porque es difícil y exige un camino de exploración aventurado. Tanto más claramente puede irradiar entonces la luz evangélica original. Las insuficiencias cristianas, en cambio, se hacen converger automáticamente hacia sistemas no cristianos. Muchos proyectos progresistas sin contenido, que se llaman “críticos de lo católico”, se deslizan por sí mismos hacia una forma marxista total; o una doctrina de la redención, a la que se “disfuncionaliza”, consecuentemente, hacia una doctrina de liberación intramundana, patina de suyo de un Israel nuevo al antiguo...

Puede exigir [el católico] de la Iglesia el pan de la palabra y de los sacramentos. Pero no puede exigirle que viva previamente, en su totalidad, el camino infalible de la santidad. Basta que en esta Iglesia “de judíos y gentiles”, en esta Iglesia “compuesta sin distinción” (Agustín) de pecadores, a la que él mismo pertenece como pecador, reciba la orientación hacia el Dios que redime. Tiene, además, la Sagrada Escritura, que hoy puede leer en ediciones muy cuidadas, traducidas y comentadas con el mejor espíritu de la Iglesia, con tal que esté dispuesto a no tergiversarla y a no seleccionarla sectariamente según su propio espíritu. Debería ser lo bastante cristiano para saber que la soledad en la Iglesia forma parte de la existencia en la Iglesia, para no aumentar, por tanto, su soledad religiosa con un falso pathos contra la Iglesia existente y fundar pseudo-iglesias y anti-iglesias sectarias contra la catholica, las cuales sólo demostrarían que él huye de la soledad eclesial y se construye “tres tiendas” allí donde no hay albergue, porque en el Tabor se habló de la pasión del Señor y el mismo Jesús le pone un freno a su Iglesia naciente” (Balthasar, Pneuma e Institución, Ensayos teológicos IV, Encuentro-Cristiandad, Madrid 2008, pp. 225-226).


Esa soledad forma parte de la vida eclesial: ¡no hay porqué asustarse! Se va contracorriente cuando la secularización interna de la Iglesia es un torrente que con todo arrasa. Pero, igualmente, tampoco es solución crear grupos o pequeñas iglesias inmovilistas, cerradas en sí mismas, con afán de pureza exclusiva y excluyente. Toca orar, seguir sembrando, luchar, aunque sea solo, pero en comunión con la Católica y con Jesús crucificado.

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