Tu ejemplo, Amado mío,
a abajarme me invita y a despreciar honores. Para encontrarte, quiero permanecer pequeña.
Olvidándome a mí tu dulce corazón cautivaré.
No ambiciono otra cosa que en soledad vivir, donde encuentro mi paz y mi alegría.
En complacerte es sólo mi ejercicio
y mi felicidad... eres tú, mi Jesús.
Tú, el Dios inmenso,
a quien rendido adora el infinito cielo,
vives dentro de mí,
hecho mi prisionero noche y día.
Tu dulce voz me implora
y a cada instante me repite quedo:
“¡Yo tengo sed! ¡Yo tengo sed de amor!”
Yo también soy, Jesús, tu prisionera,
y a mi vez quiero repetirte siempre
tu emocionada imploración divina:
“Amado mío, hermano, ¡yo tengo sed de amor!”
Yo tengo sed de amor, colma mis esperanzas
y aumenta en mí, Señor, tu llama viva.
Yo tengo sed de amor,
mi sufrimiento es grande, a ti volar quisiera... ¡a ti, Dios mío!
Tu amor es mi martirio, mi único martirio.
Cuanto más él se enciende en mis entrañas,
tanto más mis entrañas te desean...
¡¡¡Jesús, haz que yo muera de amor por ti...!!!
(Sta. Teresa del Niño Jesús, Poesía nº 31,
Cántico de Sor María de la Trinidad y de la Santa Faz).
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