jueves, 10 de junio de 2010

El Corazón de Cristo


¡Dueño de mi vida,
vida de mi amor,
ábreme la herida de tu Corazón!

¡Qué petición tan sublime y humilde,
tan trascendental y sentida!

El Corazón de Jesús,
el Corazón divino-humano
de Cristo Resucitado es el Dueño de nuestras vidas,
de todas y cada una,
no nos pertenecemos a nosotros mismos,
pertenecemos al Señor,
y en la vida y en la muerte somos del Señor.

Vida de mi amor,
pues sólo Él sacia, llena,
con bondad infinita
la vida de nuestro amor,
nos hace amar con su amor,
o en lenguaje de Sta. Teresita,
“nos presta su amor” “para llenar nuestras manos vacías”

“Ábreme la herida de tu Corazón”,
ábreme tu costado traspasado
del que salió sangre y agua;
ábreme –como explicaba S. Juan de Ávila, patrón del clero diocesano-
esas saetías que son tus llagas
para ver que tus entrañas
son amor,
sólo amor, un amor sacrificado,
un amor crucificado, un amor hasta el extremo.

¿Cómo hablar dignamente de Él?
¿Cómo expresar adecuadamente
el misterio insondable de su corazón,
de su presencia, de su persona?

Jesucristo es el centro de los corazones,
El que atrae a todos hacia Él, y, atrayéndolos,
los eleva y los lleva al Padre.

Jesucristo es la clave de la historia humana,
la Palabra pronunciada que conversa
amigablemente con nosotros,
que pasa a nuestro lado, ¡tan suavemente!,
y entabla una conversación sencilla,
que pasa a ser honda y sentida,
para terminar en Luz, Sabor, Agua, Vida, Verdad.
Él habla –siempre elocuente-
con tan gran amor
que atrae irresistiblemente la atención
de los sentidos interiores
y así nos muestra el Misterio de Sí mismo,
de su Corazón, de su Amor tan personal y cercano,
tan cercano y vital, tan hermoso y tan diverso,
que seduce y nos lleva consigo,
y se nos da y habita en nosotros.

Su Corazón quiere formar un pueblo de reyes,
de hombres libres y santos,
mirada limpia y corazón de niños,
que sirvan a la humanidad con amor de redención
bebiendo del costado abierto del Salvador (como cantaremos en el Prefacio),
las aguas vivas que, de su Corazón,
siguen manando. ¡Oh cristalina fuente!

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