viernes, 25 de diciembre de 2009

Jesucristo, Tú nos eres necesario: ¡¡Navidad, Cercanía, Presencia!!

¡Es Navidad!
¡Elevemos al Señor un canto nuevo!

¡Es Navidad! ¡Gloria al Señor!
¡Es Navidad! ¡Toda la tierra queda iluminada!
¡Es Navidad! ¡Ha llegado el gozo, la paz y la salvación!
¡Es Navidad! ¡El Señor, verdaderamente está con nosotros!



Es ahí, en la sencillez de la Navidad,
donde podemos encontrar una verdadera teología,
una auténtica mística,
una liturgia embriagadora,
un precioso himno poético a Cristo,

que “por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo”.

Sabemos bien cómo nació, lo miramos, lo cantamos. Pero entremos en la espesura del Misterio. “¿Qué hay tras la escena externa del Pesebre? La Encarnación, Dios que baja a la tierra. Ésta es la sublime realidad; basta su simple enunciación para encender y nutrir nuestra meditación para siempre.
El primer comentario será una palabra, sencilla y también rica, tanto que despierta en las almas una ferviente contemplación llena de gozo.

¿Qué es la Navidad? Es la Encarnación, es la venida de Dios a la tierra. Esto es: podemos ver a Dios que entra en la escena del mundo, ¿cómo y por qué? Cualquiera que tenga un poco de sentido de la realidad que nos rodea, del universo, queda ciertamente admirado de su grandeza inconmensurable, de la arcana ciencia que lo ha dirigido. Las leyes que se reflejan en este universo son tan variadas, complejas e infalibles, que nos ofrecen, sí, una imagen del Creador, pero una imagen que nos deja llenos de consternación y casi de temor. Son tan inexorables estas leyes del universo, tan insensibles, tan fatales, que a veces nos dejan incapacitados para poner en el vértice, sobre ellas, a un Dios personal, a un Dios que siente, que habla, que nos conoce, a nosotros invitados al diálogo precisamente con las normas maravillosas que regulan lo creado.

Pero hay un punto en el complejo de la gran realidad que nosotros podemos conocer, y este punto brilla hoy de una forma especial, es la Navidad. En él Dios aparece en su infinita caridad: se muestra a Sí mismo. ¿De qué forma, de qué manera? ¿En la del poder, en la de la grandeza, en la de belleza? No; el Señor se ha revelado como amor, como bondad. “Dios amó tanto al mundo que le dio a su Hijo unigénito”. El corazón del Omnipotente se abre. Tras la escena del Pesebre está la infinita ternura del Creador que ama. En una palabra, está la bondad infinita. Dios, que nos ama, quiere entablar un diálogo con los hombres, establecer con nosotros relaciones de familiaridad. Quiere que lo invoquemos como Padre nuestro; se convierte en nuestro hermano y quiere ser nuestro huésped. Es la Santísima Trinidad que infunde sus rayos a aquellos que tienen ojos para distinguir y capacidad para comprender y admirar, de esta forma, el misterio patente de Dios.
(cf. PABLO VI, Homilía, 25-12-1963).

“Y ahora yo os diré algo que ya todos conocemos,
pero en cuya fundamental importancia e inexhausta fecundidad no meditamos lo suficiente; y es la siguiente: QUE JESUCRISTO NOS ES NECESARIO. Que no se diga que es el tema de siempre: es inagotable. Entre tantas proposiciones, en las que el cristianismo, por su admirable unidad y coherencia de doctrina, puede sintetizarse, ésta es la que a mí me parece hoy por hoy la más oportuna, tanto por su intrínseca importancia como también por la correspondencia que puede, en el momento actual, hallar en el mundo de los espíritus y los acontecimientos.

“Todo lo tenemos en Cristo”, exclama san Ambrosio;
“Cristo lo es todo para nosotros.
Si quieres curar tus heridas, él es médico.

Si te consume la fiebre, él es fuente.

Si estás oprimido por la iniquidad, él es justicia.
Si necesitas ayuda, él es vigor.
Si temes a la muerte, él es vida.

Si deseas el cielo, él es el camino.
Si huyes de las tinieblas, él es la luz.
Si buscas comida, él es alimento”. (...)


Sí, Cristo lo es todo para nosotros.

Y es un deber de nuestra fe religiosa,

necesidad de nuestra humana conciencia
reconocer esto, confesar y celebrar.
A él está ligado nuestro destino, a él nuestra salvación. (...)


Oh Cristo, nuestro único mediador,

Tú nos eres necesario: para entrar en comunión con Dios Padre;
para ser contigo, que eres Hijo Único y Señor nuestro, sus hijos adoptivos;

para ser regenerados por el Espíritu Santo.
Tú nos eres necesario,
oh único verdadero maestro
de las verdades recónditas e indispensables de la vida,
para conocer nuestro ser y nuestro destino,
el camino para conseguirlo.
Tú nos eres necesario, oh Redentor nuestro,

para descubrir nuestra miseria y para curarla;
para tener el concepto del bien y del mal y la esperanza de la santidad;
para deplorar nuestros pecados y conseguir el perdón.
Tú nos eres necesario, oh hermano primogénito del género humano,
para volver a hallar las razones verdaderas de la hermandad entre los hombres, los fundamentos de la justicia, los tesoros de la caridad, el bien sumo de la paz.
Tú nos eres necesario, oh gran paciente de nuestros dolores,
para conocer el sentido del sufrimiento
y para darle un valor de expiación y redención.
Tú nos eres necesario, oh vencedor sobre la muerte,
para liberarnos de la desesperación y la negación y para tener certezas que no traicionan en eterno.
Tú nos eres necesario,
oh Cristo, oh Señor, oh Dios-con-nosotros,
para aprender el amor verdadero
y para caminar en el gozo y en la fuerza de tu caridad,
por el camino de nuestra vía llena de fatigas,
hasta el encuentro final contigo, amado, contigo, esperado, contigo, bendito por los siglos”.

(PABLO VI, Carta pastoral en la archidiócesis de Milán, 1955).

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