jueves, 3 de diciembre de 2009

Año sacerdotal. Psicología nueva


El Orden y su sello sacramental, el carácter, han dado lugar a una personalidad del sacerdote, una configuración interior nueva que pone en juego todos los dinamismos psíquicos, morales y espirituales. Ya no es un aspecto o una faceta, ya es todo el hombre el que queda marcado y transformado; por eso, en todo lo que él es, ama, sufre, goza, siente, se ocupa y preocupa, en su modo de relacionarse con los demás, con Dios y consigo mismo, en su forma de estar y comportarse, adquiere un nuevo estilo, un nuevo ser, que puede denominarse “personalidad sacerdotal” que lo determina todo. No queda reservado para un acto cultual o docente, es su vida misma, y nada ajeno a esta personalidad sacerdotal puede aceptarse ni mezclarse ni legitimarse. En todo y para todos, siempre sacerdote.

"Este signo [el carácter], marcado en lo más profundo de nuestro ser humano, tiene su dinámica “personal”. La personalidad sacerdotal debe ser para los demás un claro y límpido signo a la vez que una indicación. Es ésta la primera condición de nues-tro servicio pastoral. Los hombres, de entre los cuales hemos sido elegidos y para los cuales somos constituidos, quieren sobre todo ver en nosotros al signo e indicación, y tienen derecho a ello” (Juan Pablo II, Carta Novo Incipiente, n. 7). La misma experiencia diaria de vida pastoral ratifica las afirmaciones del Papa. El sacerdote es signo y debe serlo de forma transparente y elocuente, significativa, que remita a Cristo.
La postmodernidad, que reniega de toda trascendencia, pretende volverlo todo “normal”, intramundano, con razonamientos que justifiquen dichas posturas. En la Iglesia se ha infiltrado en la forma de secularización interna y al mismo sacerdote se le quiere transformar en un laico, un agente social, un promotor sólo de causas temporales, que viva, se comporte, se vista, como un laico perdiendo así la eficacia de su ser signo so pretexto de igualdad, de cercanía pastoral, de desacralización. El sacerdote entonces es un laico en todo perdiendo su identidad que se disuelve por completo en una pretendida modernización que a todas luces, viendo los resultados, es un engaño que nada bueno ha traído, un experimento fracasado. El Papa en esta Carta marca un nuevo rumbo: “los hombres... quieren sobre todo ver en nosotros tal signo e indicación, y tienen derecho a ello. Podrá parecernos tal vez que no lo quieran, o que deseen que seamos en todo “como ellos”; a veces parece incluso que nos lo exigen. Es aquí necesario un profundo sentido de fe y el don del discernimiento. De hecho, es muy fácil dejarse guiar por las apariencias y ser víctima de una ilusión en lo fundamental. Los que piden la laicización de la vida sacerdotal y aplauden sus diversas manifestaciones, nos abandonarán sin duda cuando sucumbamos a la tentación. Entonces dejaremos de ser necesarios y populares” (n. 7). Los hechos y la vida cotidiana de cualquier sacerdote saben cuánta verdad hay en estas palabras.

Si escrutásemos con tranquilidad y en diálogo profundo qué esperan encontrar los fieles en sus sacerdotes nos encontraríamos algo muy diferente de lo que los proyectos de modernización lanzan como consigna. Los fieles esperan encontrar al sacerdote “que es consciente del sentido pleno de su sacerdocio: el sacerdote que cree profundamente, que manifiesta con valentía su fe, que reza con fervor, que enseña con íntima convicción, que sirve, que pone en práctica en su vida el programa de las Bienaventuranzas, que sabe amar desinteresadamente, que está cerca de todos y especialmente de los más necesitados” (Id., n. 7).

Sabiendo con claridad lo que el sacerdote es, se acercará a los hombres y estará a su lado en sus gozos y esperanzas, tristezas y angustias, siempre y en todo como sacerdote. No es que huya del mundo ni ponga barreras, al revés, estará más cercano cuanto más sacerdote sea. En este marco se encuadra la necesidad, el bien espiritual que reporta y la obligación de que el sacerdote se vista como tal y sea reconocible. En nota a pie de página (nº 26), el papa cita unas primeras palabras de su pontificado, al mes de su elección: “no nos hagamos la ilusión de servir al Evangelio, si tratamos de “diluir” nuestro carisma sacerdotal a través de un interés exagerado hacia el amplio campo de los problemas temporales, si deseamos “laicizar” nuestra manera de vivir y actuar, si cancelmos hasta los signos externos de nuestra vocación sacerdotal. Debemos mantener el significado de nuestra vocación singular, y tal “singularidad” se debe manifestar también en nuestra manera de vestir. ¡No nos avergoncemos de ello! Sí estamos en el mundo. ¡Pero no somos del mundo!”.

Sólo de esta forma, sólo siendo así, un sacerdote podrá ejercer su ministerio, “vivir sacerdotalmente” para los demás. “Nuestra actividad pastoral exige que estemos cerca de los hombres y de sus problemas, tanto personales y familiares como sociales, pero exige también que estemos cerca de estos problemas “como sacerdotes”. Sólo entonces, en el ámbito de todos esos problemas, somos nosotros mismos. Si, por lo tanto, servimos verdaderamente a estos problemas humanos, a veces muy difíciles, entonces conservaremos nuestra identidad y somos de veras fieles a nuestra vocación” (Id., n. 7).

Hemos de orar para vivir así el sacerdocio en la Iglesia:
"Tú que hiciste a tus sacerdotes ministros de Cristo y dispensadores de tus misterios,
concédeles un corazón leal, ciencia y caridad" (Preces Vísp. Miérc. IV).

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