La caridad, dice Dios, no me sorprende.
No me resulta sorprendente. Esas pobres criaturas son tan desdichadas que a menos de tener un corazón de piedra, cómo no iban a tener caridad unas con otras. Cómo no iban a tener caridad con sus hermanos. Cómo no iban a quitarse el pan de la boca, el pan de cada día, para dárselo a desdichados niños que pasan. Y ha tenido mi hijo una tal caridad con ellos. Mi hijo su hermano. Un caridad tan grande. Pero la esperanza, dice Dios, sí que me sorprende. A mí mismo. Sí que es sorprendente. Que esos pobres niños vean cómo pasa todo eso y crean que mañana irá mejor. Que vean cómo pasa eso hoy y crean que irá mejor mañana en la mañana. Sí que es sorprendente y seguro la más grande maravilla de nuestra gracia. Y yo mismo me quedo sorprendido.
Y mi gracia tiene que ser en efecto una fuerza increíble. Y brotar de una fuente y como un río inagotable. Desde esa primera vez en que brotó y siempre que brota. En mi creación natural y sobrenatural. En mi creación espiritual y carnal sin dejar de ser espiritual. En mi creación eterna y temporal sin dejar de ser eterna. Mortal e inmortal.
Y esa vez, oh esa vez, desde esa vez en que brotó, como río de sangre, del costado abierto de mi hijo. Qué grande tiene que ser mi gracia y la fuerza de mi gracia para que esa pequeña esperanza, vacilante al soplo del pecado, temblorosa a todos los vientos, ansiosa al menor soplo, sea tan invariable, se mantenga tan fiel, tan recta, tan pura; e invencible, e inmortal, e inextinguible; que esa llamita del santuario. Que arde eternamente en la lámpara fiel. Una llama temblorosa ha atravesado el espesor de los mundos. Una llama vacilante ha atravesado el espesor de los tiempos. Una llama ansiosa ha atravesado el espesor de las noches.
Desde esa primera vez que mi gracia corrió para la creación del mundo. Desde que mi gracia corre siempre para la conservación del mundo. Desde esa primera vez que la sangre de mi hijo corrió para la salvación del mundo. Una llama inextinguible, inextinguible al soplo de la muerte.
Lo que me admira, dice Dios, es la esperanza.
Y no me retracto. Esa pequeña esperanza que parece de nada.
Esa niñita esperanza. Inmortal. Porque mis tres virtudes, dice Dios. Las tres virtudes, criaturas mías. Niñas hijas mías. Son también como mis otras criaturas. De la raza de los hombres. La Fe es una Esposa fiel. La Caridad es una Madre. Una madre ardiente, toda corazón. O una hermana mayor que es como una madre.
La Esperanza es una niñita de nada... Pero esa niñita atravesará los mundos. Esa niñita de nada.
Sola, llevando a las otras, atravesará los mundos concluidos... Demasiadas veces se olvida, hija mía, que la esperanza es una virtud, que es una virtud teologal, y que de todas las virtudes, y de las tres virtudes teologales, es quizá la más agradable a Dios. Que es seguramente la más difícil, quizá la única difícil, y sin duda la más agradable a Dios... Pero la esperanza no marcha sola.
La esperanza no camina por sí misma.
Para esperar, hija mía, hace falta ser feliz de verdad, hace falta haber obtenido, recibido una gran gracia...
La pequeña esperanza avanza entre sus dos hermanas mayores y no se la toma en cuenta. Por el camino de la salvación, por el camino carnal, por el camino escabroso de la salvación, por la senda interminable, por la senda entre sus dos hermanas la pequeña esperanza. Avanza. Entre sus dos hermanas mayores. La que está casada. Y la que es madre. Y no se les presta atención, el pueblo cristiano no presta atención sino a las dos hermanas mayores. A la primera y a la última. Que van a lo más urgente. En el tiempo presente...
Arrastrada, colgada de los brazos de sus dos hermanas mayores, Que la llevan de la mano, La pequeña esperanza avanza. Y en medio entre sus dos hermanas mayores aparenta dejarse arrastrar.
Como una niña que no tuviera fuerza para andar. Y a la que se arrastraría por esa senda a pesar suyo.
Y en realidad es ella la que hace andar a las otras dos. Y las arrastra. Y hace andar a todo el mundo. Y lo arrastra...
Y la pequeña esperanza Es la que siempre comienza.
Muy Feliz Navidad y un año nuevo lleno de esperanza en el que seguiré visitando cada día este blog .
ResponderEliminarGracias por acompañarnos en este Adviento con sus catequesis . Que Dios le bendiga
Maria M.
A pesar de todos los avatares de la vida, sigo teniendo esperanza.
ResponderEliminar¿QUÉ ES NUESTRA VIDA SIN ESPERANZA?
ResponderEliminarCREO QUE ES LA MÁS IMPORTANTE DE LAS TRES Y QUE CON ELLA VIENEN DE REGALO LA FE Y LA CARIDAD.
EL ENCABEZAMIENTO DE HOY ME HA ABIERTO LOS OJOS Y HE CAÍDO EN LA CUENTA DE QUE TENGO UN MOTIVO MÁS PARA DAR GRACIAS A DIOS, PORQUE HASTA HOY NO LA CONSIDERABA UNA GRACIA, SINO EL MOTOR DE MI VIDA.
ELLA LLENA SOLEDADES,DA PACIENCIA,SUAVIZA LOS ACONTECIMIENTOS,DA ALEGRÍA A CADA DÍA,LO LLENA TODO DE SENTIDO,NOS HACE CONFIADOS...
FELIZ NAVIDAD EN EL SEÑOR.
MMSS
Por fin tengo Intenet (llevo dos días y medio sin conexión) y quiero contestar:
ResponderEliminarLa esperanza es fundamental. Pero no se puede identificar sin más con la ilusión o con el plano psicológico de la persona (unos más optimistas, otros más pesimistas).
La gran gracia que se recibe para poder esperar, es haber recibido a Jesucristo en la vida y haber visto muchas veces que Él ha actuado, ha salvado, ha tocado la propia vida. Si lo hizo una vez, lo volverá a hacer. ¡Esa es la gran gracia para poder esperar: es Jesucristo mismo!
Feliz Navidad a todos. Gracias por los comentarios. Pax, Pax, Pax.