Te pedimos, Señor Jesucristo,
que, en tu venida,
se fortalezcan los corazones de tus fieles y que en tu nombre se afiancen las rodillas vacilantes.
Que con tu visita se curen las heridas de los enfermos,
y con tu contacto se iluminen los ojos de los ciegos.
Que bajo tu dirección se consoliden los pasos de los cojos,
y por tu misericordia se desaten los vínculos de los pecados.
A quienes ves acoger ahora con ardiente devoción
la venida de tu encarnación, un día místicamente realizada,
concédeles llegar con el espíritu lleno de gozo ante ti
en la segunda venida de tu juicio,
y hazlos entrar a gozar de la felicidad del paraíso.
Que por tu clemencia se vean libres de las penas eternas
y sean llamados a participar de la vida eterna,
para cantar, una vez coronados, el himno de tu gloria"
(Or. Admonitionis, III de Adv.).
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