Es sugerente conocer el análisis o descripción que nuestros Obispos hicieron en el Plan Pastoral de 2002-2005 para impulsar la vida de la Iglesia en España. Los modos de evangelizar, anunciar, catequizar deben responder a las nuevas situaciones para que sea eficaz, y no pensar que podemos seguir haciendo lo mismo con los mismos métodos que hace años. El mundo hoy se transforma muy rápidamente y a él hemos de dirigirnos de modo inteligible.
Además, ni podemos ser ingenuos ni ignorantes, sino realistas y conscientes del mundo cultural de hoy.
"La cultura pública occidental moderna se aleja consciente y decididamente de la fe cristiana y camina hacia un humanismo inmanentista. Insertos como estamos en Europa, después de la caída del muro de Berlín se ha manifestado con más claridad que el complejo cultural, que podemos llamar globalmente “la cultura moderna”, presenta ante todo un rostro radicalmente arreligioso, en ocasiones anticristiano y con manifestaciones públicas en contra de la Iglesia. Los Medios de comunicación transmiten y en alguna manera generan esta cultura. La misma legislación de los países la favorece. Por ejemplo: la legislación pretendidamente “humanista”, pero sin relación al derecho natural, sobre la vida humana naciente, la eutanasia, la familia, las migraciones; o la marginación de la religión, reducida todo lo más a la esfera de lo privado y ni siquiera mencionada en la Carta de los derechos fundamentales de la Unión Europea. También en España las leyes a menudo se convierten en un factor que genera secularismo y alejamiento de la tradición cristiana. Una atenta lectura de este humanismo inmanentista difuso es fundamental, si se quiere acertar en el planteamiento de propuestas pastorales adecuadas.
Esta cultura inmanentista, que es el contexto actual en el que vive la Iglesia en España, se convierte en causa permanente de dificultades para su vida y misión. Influye directamente en aspectos tan graves como el cuestionamiento de Jesucristo en cuanto único Salvador, la crisis de fe, el debilitamiento de su transmisión, la escasez de vocaciones, o el cansancio de los evangelizadores. Por lo demás, tampoco un cristianismo calificado de “tolerante” o “actualizado” es comprendido ni aceptado en cuanto cristianismo, sino sólo en cuanto “abierto” a los principios de la mencionada cultura pública, es decir, a su disolución como fe religiosa y a su integración en la cosmovisión inmanentista dominante. Se da una situación de nuevo paganismo: El Dios vivo es apartado de la vida diaria, mientras los más diversos ídolos se adueñan de ella.
El humanismo inmanentista se manifiesta en diversas formas mentales o actitudes vitales, que no es necesario describir ahora, porque ya lo hemos hecho en otros documentos. Una mirada puramente sociológica encontraría aquí las dificultades y la opacidad para el anuncio del Evangelio. Pero nuestros ojos de testigos de Jesús han de saber descubrir en los “signos de los tiempos” las llamadas de Dios a su Iglesia y los reclamos de Buena Noticia que esta cultura muestra: “alzad los ojos y ved los campos que blanquean ya para la siega” (Jn 4,35). Como Iglesia, estamos llamados a aportar “alma” al mundo, según la autoconciencia de los primeros cristianos. La fe en Dios y la luz del Evangelio iluminan a la Iglesia y le otorgan capacidad de discernimiento, de anuncio salvífico y denuncia del pecado. Hemos de ofrecer a la sociedad nuestro sentido de la vida y las razones de nuestra esperanza. Es la mejor contribución que podemos hacer a nuestros hermanos los hombres" (CEE, Plan Pastoral 2002, nn. 7-9).
Además, ni podemos ser ingenuos ni ignorantes, sino realistas y conscientes del mundo cultural de hoy.
"La cultura pública occidental moderna se aleja consciente y decididamente de la fe cristiana y camina hacia un humanismo inmanentista. Insertos como estamos en Europa, después de la caída del muro de Berlín se ha manifestado con más claridad que el complejo cultural, que podemos llamar globalmente “la cultura moderna”, presenta ante todo un rostro radicalmente arreligioso, en ocasiones anticristiano y con manifestaciones públicas en contra de la Iglesia. Los Medios de comunicación transmiten y en alguna manera generan esta cultura. La misma legislación de los países la favorece. Por ejemplo: la legislación pretendidamente “humanista”, pero sin relación al derecho natural, sobre la vida humana naciente, la eutanasia, la familia, las migraciones; o la marginación de la religión, reducida todo lo más a la esfera de lo privado y ni siquiera mencionada en la Carta de los derechos fundamentales de la Unión Europea. También en España las leyes a menudo se convierten en un factor que genera secularismo y alejamiento de la tradición cristiana. Una atenta lectura de este humanismo inmanentista difuso es fundamental, si se quiere acertar en el planteamiento de propuestas pastorales adecuadas.
Esta cultura inmanentista, que es el contexto actual en el que vive la Iglesia en España, se convierte en causa permanente de dificultades para su vida y misión. Influye directamente en aspectos tan graves como el cuestionamiento de Jesucristo en cuanto único Salvador, la crisis de fe, el debilitamiento de su transmisión, la escasez de vocaciones, o el cansancio de los evangelizadores. Por lo demás, tampoco un cristianismo calificado de “tolerante” o “actualizado” es comprendido ni aceptado en cuanto cristianismo, sino sólo en cuanto “abierto” a los principios de la mencionada cultura pública, es decir, a su disolución como fe religiosa y a su integración en la cosmovisión inmanentista dominante. Se da una situación de nuevo paganismo: El Dios vivo es apartado de la vida diaria, mientras los más diversos ídolos se adueñan de ella.
El humanismo inmanentista se manifiesta en diversas formas mentales o actitudes vitales, que no es necesario describir ahora, porque ya lo hemos hecho en otros documentos. Una mirada puramente sociológica encontraría aquí las dificultades y la opacidad para el anuncio del Evangelio. Pero nuestros ojos de testigos de Jesús han de saber descubrir en los “signos de los tiempos” las llamadas de Dios a su Iglesia y los reclamos de Buena Noticia que esta cultura muestra: “alzad los ojos y ved los campos que blanquean ya para la siega” (Jn 4,35). Como Iglesia, estamos llamados a aportar “alma” al mundo, según la autoconciencia de los primeros cristianos. La fe en Dios y la luz del Evangelio iluminan a la Iglesia y le otorgan capacidad de discernimiento, de anuncio salvífico y denuncia del pecado. Hemos de ofrecer a la sociedad nuestro sentido de la vida y las razones de nuestra esperanza. Es la mejor contribución que podemos hacer a nuestros hermanos los hombres" (CEE, Plan Pastoral 2002, nn. 7-9).
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