El sentimiento suele guiar nuestra vida, y estamos en una época vitalista, que todo lo viste de sentimientos. Éstos, que son gratificantes, al final se adueñan de la persona si no son discernidos y no se actúa inteligentemente. Cuando la razón no guía la voluntad, los sentimientos se convierten en tiranos de la persona, ésta se deja llevar por sus instintos más primarios dejando la voluntad muy debilitada.
Los sentimientos exaltados hoy tienen una nota común: que gratifiquen a la persona y la hagan sentirse bien, y todo se mide en función del sentimiento, por ejemplo, el amor se reduce a sentimientos, pero al ser éstos tan cambiantes, el amor nunca es entrega incondicional sino que se le pone el límite del propio sentimiento. La clave de actuación es si algo apetece o no apetece, si se tienen ganas de realizar algo o no se tienen las ganas. ¿El hombre puede arrinconar la inteligencia y la fe para guiarse por un guía ciego y apasionado como es el sentimiento? ¿O acaso muchas obligaciones de nuestra vida las vamos a efectuar sólo si hay sentimientos gratificantes: trabajo, cuidar un enfermo, atender con delicadeza y educación a alguien, ser puntual, etc., etc.? Es tal y tan grande la exaltación de los sentimientos, y únicamente de los sentimientos, que la hipocresía se define actualmente en el lenguaje cotidiano como hacer algo que no se siente, cuando en realidad es fingir con el fin claro de engañar. Los sentimientos tienen que ser guiados por la inteligencia y la fe para así mover a la voluntad a actuar. Es lo que diferencia a las personas de los animales, que mientras éstos se mueven por instintos, las personas son racionales y el uso adecuado de la razón la ennoblece.
Esta reflexión se deduce incluso de la liturgia de la Iglesia al celebrar (¡ay, si estuviéramos más atentos a los textos litúrgicos cuando se proclaman y los meditáramos luego!).
En la Misa “Por el perdón de los pecados”, hallamos una afirmación muy realista en la oración sobre las ofrendas: “para que perdones nuestros pecados y dirijas nuestros corazones inconstantes”.
El corazón es inconstante: momentos de fervor, de consolación y gozo en los que quisiéramos entregarnos a Dios y hacemos propósitos concretos para la vida cristiana, pero luego en momentos de oscuridad o de tibieza, ni nos movemos ni avanzamos en el seguimiento del Señor. La perseverancia y la fidelidad son dones del Señor que piden una voluntad firme y una determinada determinación para llevarlo todo adelante sin dejarse llevar por un corazón que es inconstante. Ha de ser Dios, con su Gracia, quien dirija nuestra vida.
¿Qué ha de mover nuestra vida? ¿Los sentimientos que varían de un día para otro? En una oración de post-comunión, rezamos: “La acción de este sacramento, Señor, penetre en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu, para que sea su fuerza, no nuestro sentimiento, quien mueva nuestra vida” (Dom. XXIV Tiempo Ordinario). Lo que mueve la vida cristiana es la fuerza del sacramento, no el sentimiento; quien se deja guiar por la fuerza y la gracia de Cristo avanzará siempre; los sentimientos ciegos nos pierden y hacen tropezar.
¡Tu gracia, Señor, sostiene nuestra vida: dirige, pues, nuestros pasos!
Los sentimientos exaltados hoy tienen una nota común: que gratifiquen a la persona y la hagan sentirse bien, y todo se mide en función del sentimiento, por ejemplo, el amor se reduce a sentimientos, pero al ser éstos tan cambiantes, el amor nunca es entrega incondicional sino que se le pone el límite del propio sentimiento. La clave de actuación es si algo apetece o no apetece, si se tienen ganas de realizar algo o no se tienen las ganas. ¿El hombre puede arrinconar la inteligencia y la fe para guiarse por un guía ciego y apasionado como es el sentimiento? ¿O acaso muchas obligaciones de nuestra vida las vamos a efectuar sólo si hay sentimientos gratificantes: trabajo, cuidar un enfermo, atender con delicadeza y educación a alguien, ser puntual, etc., etc.? Es tal y tan grande la exaltación de los sentimientos, y únicamente de los sentimientos, que la hipocresía se define actualmente en el lenguaje cotidiano como hacer algo que no se siente, cuando en realidad es fingir con el fin claro de engañar. Los sentimientos tienen que ser guiados por la inteligencia y la fe para así mover a la voluntad a actuar. Es lo que diferencia a las personas de los animales, que mientras éstos se mueven por instintos, las personas son racionales y el uso adecuado de la razón la ennoblece.
Esta reflexión se deduce incluso de la liturgia de la Iglesia al celebrar (¡ay, si estuviéramos más atentos a los textos litúrgicos cuando se proclaman y los meditáramos luego!).
En la Misa “Por el perdón de los pecados”, hallamos una afirmación muy realista en la oración sobre las ofrendas: “para que perdones nuestros pecados y dirijas nuestros corazones inconstantes”.
El corazón es inconstante: momentos de fervor, de consolación y gozo en los que quisiéramos entregarnos a Dios y hacemos propósitos concretos para la vida cristiana, pero luego en momentos de oscuridad o de tibieza, ni nos movemos ni avanzamos en el seguimiento del Señor. La perseverancia y la fidelidad son dones del Señor que piden una voluntad firme y una determinada determinación para llevarlo todo adelante sin dejarse llevar por un corazón que es inconstante. Ha de ser Dios, con su Gracia, quien dirija nuestra vida.
¿Qué ha de mover nuestra vida? ¿Los sentimientos que varían de un día para otro? En una oración de post-comunión, rezamos: “La acción de este sacramento, Señor, penetre en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu, para que sea su fuerza, no nuestro sentimiento, quien mueva nuestra vida” (Dom. XXIV Tiempo Ordinario). Lo que mueve la vida cristiana es la fuerza del sacramento, no el sentimiento; quien se deja guiar por la fuerza y la gracia de Cristo avanzará siempre; los sentimientos ciegos nos pierden y hacen tropezar.
¡Tu gracia, Señor, sostiene nuestra vida: dirige, pues, nuestros pasos!
La voluntad es algo que nos estan quitando día a día desde todos los ambitos de la sociedad, no lo dan todo hecho y pensado para que como ovejitas en rebaño pastoreadas por los señores del dinero a su antojo. Ellos nos llevan a donde les interesa manejando nuestros sentimientos y haciendonos sentir a gusto como guarros en charco. Como bien dices somos racionales aunque es una cualidad que usamos a veces y solo para algunas cosas. Un abrazo
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo.
ResponderEliminarMe parece que uno de los grandes errores de la modernidad, que venimos arrastrando al menos desde el romanticismo, es entender el amor como un sentimiento. Así, el doble precepto de la caridad queda completamente deformado y nuestra religión, desfigurada.
Cuestión aparte el daño que esta concepción ha hecho en la institución matrimonial y en la familia.
FIL
El cardenal Newman alertaba en uno de sus sermones que a mucha gente que acude a la iglesia le gustan "las emociones religiosas" que sus sentidos sean a la vez excitados y calmados, y que eso no tiene ningún valor, que si acaso son buenos los sentimientos es porque nos pueden mover a la acción, pero no siendo así, es como ud. dice, dejar que sean ellos los que condicionen nuestras acciones, es ponernos al nivel de los animales.
ResponderEliminarAgustín:
ResponderEliminarNo había caído en la cuenta en esa dimensión, muy sugerente: si vivimos de los sentimientos y éstos son el eje y motor de todo, entonces somos todos muy manipulables. Hoy los medios de comunicación son sistemas de propaganda ideológica que mueven los resortes afectivos y apenas quedamos indemnes.
FIL:
Gracias por sus palabras ponderadas. El tema "matrimonio y familia" es punto candente porque a base de exaltar los sentimientos -con lo mutables que son- la base del matrimonio se ha situado en arenas movedizas, con lo que se rompe con la misma facilidad que los sentimientos pueden mutar. La encíclica Deus caritas est explica sobradamente qué es el amor, qué el eros.
Anónimo:
Gracias por la aportación del gran Newman, al que venero pero no logro abarcar ni estudiar a fondo. Las emociones religiosas, si no se guían por el Logos, conducen a la idolatría del sentimiento y a otras idolatrías añadidas.
Y que conste, finalmente, que no quito valor a los sentimientos porque dan color y sabor a la vida, son una bendición de Dios y Dios mismo nos mueve por sentimientos, pero nunca aislados y considerados en sí mismos, sino guiados por lo razonable, por la "inteligencia emocional" si se puede hablar así.
Es muy importante la reflexión que nos propone es este post, efectivamente si son los sentimientos los que mueven nuestra vida , esta será un desastre , los sentimientos son caprichosos y en ellos no puede basarse ni un matrimonio, ni un trabajo , ni la Religión ,ni nada de lo que realmente tiene que ser el fundamento de nuestra vida , ayudan en el inicio pero nunca pueden ser la base
ResponderEliminarMaria M.