Se suele oír en ocasiones que la oración es para los consagrados, que los fieles bastante tienen con intentar santificarse con el trabajo profesional y un poco de apostolado. En otras ocasiones, la excusa es la falta de tiempo, muchas veces irreal, para dejar la oración y limitarse a recitar unas breves oraciones y salir del paso. ¡Pero la oración es para todos! La vida de oración es una gracia que Dios entrega en la vida para vivir en comunión de amor y amistad con Él y que su Gracia sostenga nuestra vida como lo más precioso que en la existencia podremos hallar.
Desechemos, así pues, la errónea idea de que la vida de oración está reservada en exclusiva para sacerdotes y religiosos. ¡El seguimiento de Cristo y la santidad de vida adquieren calidad en la oración!
Este convencimiento es el primer reto que ya tendríamos que haber superado. Juan Pablo II lo señalaba para el inicio de este Milenio: “Pero se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino «cristianos con riesgo». En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición. Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral” (Novo Millennio Ineunte, n. 34).
La vida de oración, diaria, ordenada, con sus tiempos en exclusiva para Jesucristo, es un don, una gracia y una exigencia para todo católico, ya que sino seríamos “cristianos con riesgo” de que el mundo nos absorba, el pecado nos devore, el Maligno nos enrede. ¡Cuánto bien hace la oración sosegada de Laudes y Vísperas, un rato de meditación con un buen libro, la visita y adoración en el Sagrario, diariamente!
Más aún, el papa Benedicto en una catequesis hila aún más fino, y explica cómo la vida mística es para todos. Si entendemos mística por los fenómenos extraordinarios que algunos santos experimentaron, la mística estaría muy alejada de nosotros; pero entendiendo la vida mística como la acción plena del Espíritu Santo en nosotros, entendiéndola como una vida de oración que sumerge en el Misterio, entonces la vida mística es para todos, la unión mística con Dios es accesible a todos.
Veamos la catequesis del Papa. Presentando la persona y obra de San Simeón el Nuevo Teólogo, un gran santo del Oriente en el siglo X-XI, resalta que “el verdadero conocimiento de Dios no viene de los libros, sino de la experiencia espiritual, de la vida espiritual. El conocimiento de Dios nace de un camino de purificación interior, que comienza con la conversión del corazón, gracias a la fuerza de la fe y del amor; pasa a través de un profundo arrepentimiento y dolor sincero de los propios pecados, para llegar a la unión con Cristo, fuente de alegría y de paz, invadidos por la luz de su presencia en nosotros. Para Simeón esa experiencia de la gracia divina no constituye un don excepcional para algunos místicos, sino que es fruto del Bautismo en la existencia de todo fiel seriamente comprometido” (Catequesis, 17-septiembre-2009).
La vida mística es la consecuencia última del Bautismo y de cómo el Espíritu habita en nuestra alma y va elevándonos. ¿Consecuencia? “Este es un punto sobre el que conviene reflexionar, queridos hermanos y hermanas. Este santo monje oriental nos invita a todos a prestar atención a la vida espiritual, a la presencia escondida de Dios en nosotros, a la sinceridad de la conciencia y a la purificación, a la conversión del corazón, para que el Espíritu Santo se haga realmente presente en nosotros y nos guíe. En efecto, si con razón nos preocupamos por cuidar nuestro crecimiento físico, humano e intelectual, es mucho más importante no descuidar el crecimiento interior, que consiste en el conocimiento de Dios, en el verdadero conocimiento, no sólo aprendido de los libros, sino interior, y en la comunión con Dios, para experimentar su ayuda en todo momento y en cada circunstancia” (Ibíd.).
Por tanto, el camino hoy es tener vida diaria de oración, crecer en la oración, dejarse santificar y regir por el Espíritu Santo y desear alcanzar esa vida mística que es un conocimiento nuevo, amoroso, con sabor, de Dios mismo. Nadie está excluido; la vida mística es para todos.
Sólo un punto más: una pastoral seria –no secularizada- sabrá educar en la oración y acompañar a todos en el crecimiento de esta vida mística. O, si no, mala pastoral estaríamos ejerciendo.
Desechemos, así pues, la errónea idea de que la vida de oración está reservada en exclusiva para sacerdotes y religiosos. ¡El seguimiento de Cristo y la santidad de vida adquieren calidad en la oración!
Este convencimiento es el primer reto que ya tendríamos que haber superado. Juan Pablo II lo señalaba para el inicio de este Milenio: “Pero se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino «cristianos con riesgo». En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición. Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral” (Novo Millennio Ineunte, n. 34).
La vida de oración, diaria, ordenada, con sus tiempos en exclusiva para Jesucristo, es un don, una gracia y una exigencia para todo católico, ya que sino seríamos “cristianos con riesgo” de que el mundo nos absorba, el pecado nos devore, el Maligno nos enrede. ¡Cuánto bien hace la oración sosegada de Laudes y Vísperas, un rato de meditación con un buen libro, la visita y adoración en el Sagrario, diariamente!
Más aún, el papa Benedicto en una catequesis hila aún más fino, y explica cómo la vida mística es para todos. Si entendemos mística por los fenómenos extraordinarios que algunos santos experimentaron, la mística estaría muy alejada de nosotros; pero entendiendo la vida mística como la acción plena del Espíritu Santo en nosotros, entendiéndola como una vida de oración que sumerge en el Misterio, entonces la vida mística es para todos, la unión mística con Dios es accesible a todos.
Veamos la catequesis del Papa. Presentando la persona y obra de San Simeón el Nuevo Teólogo, un gran santo del Oriente en el siglo X-XI, resalta que “el verdadero conocimiento de Dios no viene de los libros, sino de la experiencia espiritual, de la vida espiritual. El conocimiento de Dios nace de un camino de purificación interior, que comienza con la conversión del corazón, gracias a la fuerza de la fe y del amor; pasa a través de un profundo arrepentimiento y dolor sincero de los propios pecados, para llegar a la unión con Cristo, fuente de alegría y de paz, invadidos por la luz de su presencia en nosotros. Para Simeón esa experiencia de la gracia divina no constituye un don excepcional para algunos místicos, sino que es fruto del Bautismo en la existencia de todo fiel seriamente comprometido” (Catequesis, 17-septiembre-2009).
La vida mística es la consecuencia última del Bautismo y de cómo el Espíritu habita en nuestra alma y va elevándonos. ¿Consecuencia? “Este es un punto sobre el que conviene reflexionar, queridos hermanos y hermanas. Este santo monje oriental nos invita a todos a prestar atención a la vida espiritual, a la presencia escondida de Dios en nosotros, a la sinceridad de la conciencia y a la purificación, a la conversión del corazón, para que el Espíritu Santo se haga realmente presente en nosotros y nos guíe. En efecto, si con razón nos preocupamos por cuidar nuestro crecimiento físico, humano e intelectual, es mucho más importante no descuidar el crecimiento interior, que consiste en el conocimiento de Dios, en el verdadero conocimiento, no sólo aprendido de los libros, sino interior, y en la comunión con Dios, para experimentar su ayuda en todo momento y en cada circunstancia” (Ibíd.).
Por tanto, el camino hoy es tener vida diaria de oración, crecer en la oración, dejarse santificar y regir por el Espíritu Santo y desear alcanzar esa vida mística que es un conocimiento nuevo, amoroso, con sabor, de Dios mismo. Nadie está excluido; la vida mística es para todos.
Sólo un punto más: una pastoral seria –no secularizada- sabrá educar en la oración y acompañar a todos en el crecimiento de esta vida mística. O, si no, mala pastoral estaríamos ejerciendo.
Quisiera compartir con vosotros que aunque doy pasitos cortos en mi vida de oración, actualmente es más diaria y fluida, organizada y fructifera, ayudando a incrementar mi ralación y amor a Dios y a los demás. Un abraza fraterno para todos.
ResponderEliminarHe leido el tema publicado en este blog sobre la "AMISTAD": lo que nos enseña Jesús de cómo la vivió El con Lázaro, Marta y María. Verdaderamente se echa en falta esta vivencia de la amistad: el diálogo tranquilo, el momento de desahogo cuando tienes algún contratiempo, algún temor o una alegría. Te gusta tener esa persona que sabes que te comprende, que es como si fueras tú misma: esa persona con la que puedes "pensar" en alto. Esa persona que te acepta tal y como eres, que confía y te confía. Que jamás te abandona aunque esté lejos. Que cuentas con ella, que no necesitas decirle muchas cosas porque te conoce a la perfección, que aunque te enfades, no te va a dejar, que puedes enfadarte y desenfadarte con ella porque siempre lo vas a encontrar allí, dispuesto a abrazarte, acogerte, animarte... seguiría y seguiría.... SOLO JESÚS ES ESE VERDADERO AMIGO para mi.
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