Que el Espíritu Santo actúa, es indudable, pero a veces parece que no lo viésemos ni sintiésemos. Su actuación es garantía de la presencia del Señor y de la eterna juventud de la Iglesia, que siempre se renueva, que siempre florece, que periódicamente nuevos tallos vienen a reverdecer. Pero a veces se nos olvida.
Los neoconversos han supuesto un impulso en la vida de la Iglesia; personas que no eran católicas han descubierto a Jesucristo y se han bautizado en la edad adulta; otros, provenientes del protestantismo o del anglicanismo, llegaron a la conclusión razonada y razonable que la Católica era la Iglesia fiel y original, el Tronco del que se desgajaron ramas y volvieron a su seno hallando en la Iglesia Católica su hogar, su Madre, su ámbito vital y salvífico; otros casos se producen por un acontecimiento de gracia siendo bautizados o incluso católicos con cierta vida cristiana, pero llega un momento de conversión tan fuerte que redescubre la vida católica, ¡con tanta alegría!, que viven entusiasmados (en su etimología griega: metidos en Dios).
Hay libros que recogen las grandes conversiones en la historia cristiana hasta nuestros días, y son revulsivos para la propia conciencia. Pero también hay conversiones pequeñas, silenciosas, anónimas, a fecha de hoy. En el confesionario de mi parroquia los he encontrado: son hermanos nuestros que viven apasionadamente la fe católica después de años de frialdad o indiferencia. Soy testigo de estos neoconversos, testigo feliz y siempre emocionado.
En todos los casos de neoconversos hay un dato común: un momento de gracia de Dios en la vida, ya sea una enfermedad o una circunstancia difícil donde recibió un testimonio de fe, ya sea un Cursillo de cristiandad, unos Ejercicios o algún tipo de Curso, convivencia o retiro. Este momento de gracia marca un antes y un después.
Otro punto común es lamentar sinceramente el tiempo perdido en su vida. Ven todo ahora con una nueva luz, van amando paso a paso a Jesucristo y se quieren entregar a Él, pero sienten –incluso lloran- el tiempo perdido porque conocían a Jesucristo muy poquito, lo vivían todo tal vez por rutina, por tradición, pero jamás con una fe personalizada, asumida e integrada en todo lo que eran y vivían. Sienten y de qué forma tan viva, las veces que han confesado rutinariamente en lugar de gozar de la Misericordia divina, las veces que han asistido pasivamente a la Misa, los momentos desperdiciados al escuchar las lecturas bíblicas y no dejarse interpelar por la Palabra, las predicaciones a las que no quisieron prestar atención, el déficit de formación que arrastran. Ahora quieren recuperar el tiempo perdido. Sienten que la experiencia de San Pablo en el camino de Damasco es tan real que ellos lo están viviendo ahora.
Asimismo, estos neoconversos descubren con mucha fuerza la vida interior. ¡Qué lección de entusiasmo ante tantos católicos apagados y “justitos” en todo! Hablan de su oración, del ofrecimiento de obras, de la lectura espiritual, de la visita al Sagrario, de la Misa diaria, del examen de conciencia, disfrutando de esos momentos y conscientes de que esa vida de oración y liturgia les da la vida, no pueden pasar sin ellos. Lo cuentan con sencillez, buscando entregarse del todo a Jesucristo. Se preocupan de la oración, de la vida litúrgica, del testimonio de vida, de amar más a Cristo cada día y también, cómo no, de formarse leyendo o en catequesis de adultos. ¡Qué diferencia con aquellos, tantos, que pudiendo tener todo esto, desaprovechan las ocasiones y se contentan con lo mínimo o con lo superficial!
Algunos en el confesionario incluso expresan que ahora que conocen a Jesucristo, sólo se ofrecen a Él y le preguntan cuál es su voluntad; quieren conocer qué misión les va a asignar el Señor, qué tarea, qué apostolado, porque piensan que si Jesucristo los ha llamado y convertido, será para algo.
Soy testigo de estos neoconversos. Vale la pena pasar tiempo en el confesionario esperando y disponible cuando de pronto llega alguien con una experiencia tan fuerte y que va dando los primeros pasos con entusiasmo y amor. Pero, por encima de los casos particulares, extraemos tres lecciones. La primera lección es que el Espíritu Santo actúa, y por tanto, jamás hemos de perder la esperanza. La segunda lección es que nos toca evangelizar muy en serio, mostrar a Cristo, llevar a los hombres al Corazón de Cristo y al seno de la Iglesia, porque tal vez nosotros, o la catequesis que llevamos adelante, el retiro que predicamos o el cursillo que impartimos, va a ser el instrumento que Dios emplee para tocar el corazón de alguien: por ello siempre habremos de emplearnos a fondo, dar sólidos conocimientos doctrinales, orar por quienes participen. La tercera lección sería aprender de quienes se convierten el entusiasmo y el amor cuando a veces venimos de vuelta del catolicismo y pretendemos ajustar el cristianismo a nuestra medida, con cierta dosis de apatía.
Los neoconversos han supuesto un impulso en la vida de la Iglesia; personas que no eran católicas han descubierto a Jesucristo y se han bautizado en la edad adulta; otros, provenientes del protestantismo o del anglicanismo, llegaron a la conclusión razonada y razonable que la Católica era la Iglesia fiel y original, el Tronco del que se desgajaron ramas y volvieron a su seno hallando en la Iglesia Católica su hogar, su Madre, su ámbito vital y salvífico; otros casos se producen por un acontecimiento de gracia siendo bautizados o incluso católicos con cierta vida cristiana, pero llega un momento de conversión tan fuerte que redescubre la vida católica, ¡con tanta alegría!, que viven entusiasmados (en su etimología griega: metidos en Dios).
Hay libros que recogen las grandes conversiones en la historia cristiana hasta nuestros días, y son revulsivos para la propia conciencia. Pero también hay conversiones pequeñas, silenciosas, anónimas, a fecha de hoy. En el confesionario de mi parroquia los he encontrado: son hermanos nuestros que viven apasionadamente la fe católica después de años de frialdad o indiferencia. Soy testigo de estos neoconversos, testigo feliz y siempre emocionado.
En todos los casos de neoconversos hay un dato común: un momento de gracia de Dios en la vida, ya sea una enfermedad o una circunstancia difícil donde recibió un testimonio de fe, ya sea un Cursillo de cristiandad, unos Ejercicios o algún tipo de Curso, convivencia o retiro. Este momento de gracia marca un antes y un después.
Otro punto común es lamentar sinceramente el tiempo perdido en su vida. Ven todo ahora con una nueva luz, van amando paso a paso a Jesucristo y se quieren entregar a Él, pero sienten –incluso lloran- el tiempo perdido porque conocían a Jesucristo muy poquito, lo vivían todo tal vez por rutina, por tradición, pero jamás con una fe personalizada, asumida e integrada en todo lo que eran y vivían. Sienten y de qué forma tan viva, las veces que han confesado rutinariamente en lugar de gozar de la Misericordia divina, las veces que han asistido pasivamente a la Misa, los momentos desperdiciados al escuchar las lecturas bíblicas y no dejarse interpelar por la Palabra, las predicaciones a las que no quisieron prestar atención, el déficit de formación que arrastran. Ahora quieren recuperar el tiempo perdido. Sienten que la experiencia de San Pablo en el camino de Damasco es tan real que ellos lo están viviendo ahora.
Asimismo, estos neoconversos descubren con mucha fuerza la vida interior. ¡Qué lección de entusiasmo ante tantos católicos apagados y “justitos” en todo! Hablan de su oración, del ofrecimiento de obras, de la lectura espiritual, de la visita al Sagrario, de la Misa diaria, del examen de conciencia, disfrutando de esos momentos y conscientes de que esa vida de oración y liturgia les da la vida, no pueden pasar sin ellos. Lo cuentan con sencillez, buscando entregarse del todo a Jesucristo. Se preocupan de la oración, de la vida litúrgica, del testimonio de vida, de amar más a Cristo cada día y también, cómo no, de formarse leyendo o en catequesis de adultos. ¡Qué diferencia con aquellos, tantos, que pudiendo tener todo esto, desaprovechan las ocasiones y se contentan con lo mínimo o con lo superficial!
Algunos en el confesionario incluso expresan que ahora que conocen a Jesucristo, sólo se ofrecen a Él y le preguntan cuál es su voluntad; quieren conocer qué misión les va a asignar el Señor, qué tarea, qué apostolado, porque piensan que si Jesucristo los ha llamado y convertido, será para algo.
Soy testigo de estos neoconversos. Vale la pena pasar tiempo en el confesionario esperando y disponible cuando de pronto llega alguien con una experiencia tan fuerte y que va dando los primeros pasos con entusiasmo y amor. Pero, por encima de los casos particulares, extraemos tres lecciones. La primera lección es que el Espíritu Santo actúa, y por tanto, jamás hemos de perder la esperanza. La segunda lección es que nos toca evangelizar muy en serio, mostrar a Cristo, llevar a los hombres al Corazón de Cristo y al seno de la Iglesia, porque tal vez nosotros, o la catequesis que llevamos adelante, el retiro que predicamos o el cursillo que impartimos, va a ser el instrumento que Dios emplee para tocar el corazón de alguien: por ello siempre habremos de emplearnos a fondo, dar sólidos conocimientos doctrinales, orar por quienes participen. La tercera lección sería aprender de quienes se convierten el entusiasmo y el amor cuando a veces venimos de vuelta del catolicismo y pretendemos ajustar el cristianismo a nuestra medida, con cierta dosis de apatía.
Me siento retratada en el precioso comentario de hoy. Así es, el Espíritu Santo actúa aunque ni lo veas ni lo sientas. Si " echas la vista atrás " en tu vida ,te das cuenta de que siempre ha estado actuando aunque no te dieras cuenta. Debe haber tantas formas de conversión como personas. Habla de un momento de gracia de Dios en la vida. En mi caso no identifico ese momento, ha sido largo, muy poco a poco pero en cualquier caso lloro por el tiempo perdido unas veces con lágrimas, otras sin ellas, con una pena honda y también con mucho agradecimiento por que El ha estado siempre ahí , esperando, llamándome - como nos llama a todos -.
ResponderEliminarSea como sea la conversión de cada uno , pienso que detrás siempre hay alguien que está rezando para que suceda , alguien que te quiere y también alguien que alomejor ni sospechas.No tenemos que cansarnos nunca de rezar por la conversión de nuestros hijos, amigos, hermanos, conocidos o desconocidos que se cruzan en nuestra vida como hace usted con sus cursillistas y rezar por los sacerdotes que dedican su vida a llevar a los hombres a Cristo y a su Iglesia en su parroquia, sus clases .... y como en este caso desde un blog . Gracias
María M.
María M.:
ResponderEliminarGracias por su testimonio.
El mío es que gracias a Él siempre he estado en sus atrios, en su casa, y su bondad me retuvo con amor junto a Él.
Pero constato, gozosísimamente en el confesionario, que sí hay conversiones más fulminantes que hablan con gozo y entusiasmo, ¡y es cuando más disfruto sentado en el confesionario de mi parroquia, las horas que me paso allí!
Le aclaro: puse también cursillos de cristiandad porque tengo muy buenos amigos vinculados a Cursillos que me cuentan esos momentos de gracia que ocurren, y algunos me han venido a confesar, fruto de los Cursillos, pero no soy cursillista. (¿Qué soy, Dios mío?)
Es menester orar; desde hace unos meses en Vísperas y en la Misa suelo pedir al Señor que le dé gracia suficiente a quienes estén en proceso de búsqueda y conversión para que lleguen a Él. A alguien le servirá, a alguien le llegará mi plegaria.
Pax!
Qué buena entrada Padre. Yo también tuve una conversión, aunque no fue tan dramática, sólo pasé de ser "católica" indiferente a católica que se dio cuenta de que Dios debe ser lo más importante en la vida. Lo más impresionante es que mi conversión fue tan repentina como inesperada; creo firmemente que recibí una gracia extraordinaria de Dios, pues un día cualquiera me "abrió los ojos" sin que yo se lo pidiera.
ResponderEliminarAunque seguramente la intercesión de la Virgen haya tenido mucho que ver, ya que estaba atravesando por un período de gran angustia(con manifestaciones físicas incluidas) por ciertas circunstnacias, así que empecé a rezar el Rosario buscando soluciones a lo que tanto me atormentaba. Jamás pensé que esto me llevaría de nuevo a Casa.
Victoria:
ResponderEliminar¡Bendito sea Dios!
Me agrada mucho su testimonio que puede servir a otras personas.
A este tipo de conversión el que me refería, el que me he encontrado más veces: personas católicas para quien Dios contaba poco hasta que de pronto reciben la gracia -¡por cuántos cauces distintos, extraños, únicos!- y se rinden, llenos de estupor, ante esa Presencia que los estaba amando desde siempre.
Cuando alguien me llega así al confesionario, con una buena confesión, lleno de amor de Dios, y cuentan cómo ahora han descubierto a Cristo después de años... me dan ganas de abrazarlo y besarlo (como el padre de la parábola), y me ha pasado varias veces que lo único que me sale del corazón es decirles: "¡Bienvenido a la Iglesia! ¡Bienvenido a tu Casa!".
Es cuando, como sacerdote, más he gozado de serlo y de estar hartito de sentarme en el confesionario; es cuando más sentido alcanza mi ministerio sacerdotal.
¡Hola!, pues, yo estoy leyendo en este blog por la falta de catequesis que reconozco me pasa y Vd. expone en el Neoconverso. Un abrazo Padre.
ResponderEliminar¡Hola!, soy la anónima del 7 enero 2010.
ResponderEliminarUn abrazo.
Paloma