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viernes, 27 de noviembre de 2009
La confesión, lo personal y la confusión de la absolución comunitaria
En la Iglesia, todo es personal a la vez que comunitario; se excluye tanto el individualismo que privatiza la salvación y la devoción, como el comunitarismo que diluye lo personal convirtiendo al cristiano en un número dentro de la masa eclesial. Así pues, la persona vive en la Comunión de los Santos como el ámbito de desarrollo y potenciación de su ser personal, tendente a su plenitud en la comunión.
Recordemos algunos datos: Dios llama a cada uno por su nombre y le asigna su propia misión; Él “modeló cada corazón y comprende todas sus acciones” (Sal 32); Cristo llama uno a uno por el propio nombre a los apóstoles y los agrega a la Iglesia; conoce a cada oveja; los encuentros con Cristo son personales y transformadores: Andrés y Juan, Pedro, Nicodemo, la Samaritana, María Magdalena; las curaciones son personales (¡signos de sanación espiritual del pecado!), uno a uno, con gestos y signos concretos para ser luego reintegrado a la comunidad como el leproso, los ciegos, el paralítico; San Pablo realza lo personal cuando exclama lleno de estupor: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2.20) y reconoce que “a cada uno” se le asigna una gracia y una misión para edificación del Cuerpo de Cristo (“en cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”, 1Co 12,7).
Todo es tan personal, que cada uno recibe el Bautismo uno a uno en el seno de la Iglesia, que cada uno debe profesar la fe común-eclesial personalmente y en singular (“Sí creo”, “Credo”), que cada uno personalmente ha de discernir previamente si puede o no participar de la comunión para no comer y beber su propia condenación (cf. 1Co 10).
Una expresión sublime de lo personal en la Comunión de los Santos es el sacramento de la Penitencia. Personalmente, con la mediación de la Iglesia (desde que Dios se revela en la Encarnación de Cristo, el método divino es la mediación), el cristiano celebra un sacramento en el que sólo ante un sacerdote reconoce y confiesa sus pecados concretos, sin escudarse en el anonimato de la masa, sino asumiendo conscientemente el propio pecado y presentándose ante Cristo que, por medio del ministro, va a sanar, recomendar, aconsejar, imponer una medicina espiritual o penitencia, y absolver.
Parecería más cómodo, y así algunos lo defienden, una absolución comunitaria... ¿pero dónde queda el encuentro personal con Cristo en el Sacramento? ¿Todo queda en una masa anónima, con pecados anónimos y genéricos, que se absuelven sin curar al pecador en lo concreto? Sería, en el fondo, una despersonalización de la salvación, la anulación del encuentro con Cristo (encuentro íntimo, único, irrepetible, en el hoy de ese pecador).
Algunos aducen que esa era la práctica de la Iglesia primitiva, así, tal cual, y que la celebración actual, la confesión con absolución individual, es imposición del concilio de Trento. En realidad, la penitencia en los primeros siglos es mucho más compleja que decir simplistamente que se impartía una absolución comunitaria. El pecador iba al obispo o al presbítero privadamente, reconocía su pecado (adulterio, homicidio, apostasía... ¡los grandes pecados!) y se le admitía en el Orden de los Penitentes. Por tanto, primer paso, verbalizar sus pecados. En el Orden de los Penitentes realizaría prácticas penitenciales durante cierto tiempo establecido por el Obispo (días de ayuno a pan y agua, cierto número de salmos diariamente, vestido penitencial), sería despedido de la Eucaristía dominical tras la homilía junto a los catecúmenos y entonces, en la oración de los fieles (de los bautizados) el diácono lo encomendaba en la plegaria común. Pasado el tiempo prudente, la mañana del Jueves Santo eran introducidos por las puertas de la iglesia hasta el presbiterio entre el canto de los fieles, y recibían la absolución del Obispo para poder celebrar la Pascua. No era camino fácil, ni indiscriminada la absolución, ni tampoco reiterable (una sola vez en la vida). La práctica penitencial con el transcurso de los siglos facilita su celebración, disminuye su rigor, se hace mucho más accesible. Se desvela el aspecto maternal de la Iglesia facilitando la gracia del Sacramento para vivir en santidad.
No, la absolución comunitaria que algunos presentan como más misericordiosa y “pastoral”, ni tiene raigambre en la Tradición de la Iglesia, ni tiene en cuenta lo personal, ni contribuye al crecimiento interior del penitente en el seguimiento de Cristo.
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