La rebelión de las masas que buscaba la igualdad, la ha degenerado en el igualitarismo. Se iguala por abajo, rebajando el nivel, por tanto, no por elevación sino por degradación. Este igualitarismo pone en crisis cualquier “autoridad”, ya sea la de los padres o la de los maestros, conduciendo al caos. El principio por el que ahora se rige todo es la “tolerancia”. Ésta era una virtud por la que se respeta, ayuda y ama al prójimo aun cuando esté equivocado y se procuraba que superase su equivocación; ahora la tolerancia ya no se dirige a la persona sino a las ideas, que deben ser todas admitidas como igualmente válidas y aceptables e incluso verdaderas (porque no existe la Verdad). Quien pretenda defender simplemente la existencia de la Verdad es calificado de intolerante y no ha lugar en esta sociedad.
La rebelión de las masas no conduce al progreso, sino únicamente al rechazo de todo aquello que es vida noble, del esfuerzo creador, del sacrificio por el deber y de cuanto hace al hombre una criatura superior, puesto que afirma como valores máximos la vulgaridad, la desobediencia –prohibido prohibir, se decía en el mayo del 68 francés- y el disfrute. El hombre-masa no tolera que le hablen de deberes, ¡porque considera que sólo tiene derechos!, derecho a todo, derecho incluso a lo más absurdo e inimaginable, derechos que reclama siempre, derechos sin el más mínimo fundamento racional en ocasiones.
La sociedad masificada reserva su admiración por la técnica, a la que confunde con la ciencia verdadera, porque la técnica es el instrumento hoy para la acumulación de bienes materiales, para ejercer la dominación del mundo y doblegar la naturaleza a los propios caprichos e instintos (el jugar con células embrionarias, la clonación...). En el fondo del alma de las masas se produce una radical violencia que las mueve a despreciar -¡y de qué forma!- todo cuanto es selecto o superior, noble o elevador. De ahí que confunda libertad con independencia absoluta de todo y de todos, obrando siempre al capricho de la propia voluntad guiada por el instinto. Pero progresar no es esto. Progresar no es acumular bienes materiales, o una voluntad que actúe desgajada del bien, la verdad y la razón. Progresar es crecer, es adquirir una mayor calidad para el ser humano, es elevarse y trascenderse, es enriquecer el propio espíritu, es reconocer la propia sed de infinito y beber de la Fuente que es Cristo.
Estamos situados en esta cultura provocada por la rebelión de las masas. Los católicos están en esa masa, pero no pueden ser un ingrediente más de esa masa, colaborando a esa rebelión. Los católicos van contra corriente en esta cultura, y no pueden asimilarla acríticamente, sino con un juicio racional iluminado por la fe. A veces parece tener más fuerza esta rebelión de las masas y sus principios en la mentalidad católica que la propia fe, creyente, convencida, formada, compacta. “Hay que saber tomar decisiones de fondo, estar dispuestos a renuncias radicales, si fuera necesario hasta el martirio. Hoy como ayer, la vida del cristiano exige el coraje de ir contra corriente” (Benedicto XVI, Homilía, Velletri, 23-septiembre-2007).
Contemplando la rebelión de las masas, analizándola, sólo cabe esperar que los católicos tengan una personalidad fuerte y madura, capaz de sostener y vivir según principios válidos y eternos, sin dejarse arrastrar por la corriente; convicciones personales bien arraigadas; juicio sólido e inteligente sobre la realidad a la luz de la fe.
“"¿También vosotros queréis marcharos?" (v. 67).
Esta provocadora pregunta no se dirige sólo a los interlocutores de entonces, sino que llega a los creyentes y a los hombres de toda época. También hoy no pocos se "escandalizan" ante la paradoja de la fe cristiana. La enseñanza de Jesús parece "dura", demasiado difícil de acoger y poner en práctica. Hay entonces quien la rechaza y abandona a Cristo; hay quien intenta "adaptar" su palabra a las modas de los tiempos desnaturalizando su sentido y valor. "¿También vosotros queréis marcharos?". Esta inquietante provocación resuena en nuestro corazón y espera de cada uno una respuesta personal; es una pregunta dirigida a cada uno de nosotros. Jesús no se conforma con una pertenencia superficial y formal, no le basta con una primera adhesión entusiasta; al contrario, es necesario tomar parte durante toda la vida "en su pensar y en su querer". Seguirlo llena el corazón de alegría y da pleno sentido a nuestra existencia, pero implica dificultades y renuncias porque con mucha frecuencia se debe ir a contracorriente” (Benedicto XVI, Ángelus, 23-agosto-2009).
La rebelión de las masas no conduce al progreso, sino únicamente al rechazo de todo aquello que es vida noble, del esfuerzo creador, del sacrificio por el deber y de cuanto hace al hombre una criatura superior, puesto que afirma como valores máximos la vulgaridad, la desobediencia –prohibido prohibir, se decía en el mayo del 68 francés- y el disfrute. El hombre-masa no tolera que le hablen de deberes, ¡porque considera que sólo tiene derechos!, derecho a todo, derecho incluso a lo más absurdo e inimaginable, derechos que reclama siempre, derechos sin el más mínimo fundamento racional en ocasiones.
La sociedad masificada reserva su admiración por la técnica, a la que confunde con la ciencia verdadera, porque la técnica es el instrumento hoy para la acumulación de bienes materiales, para ejercer la dominación del mundo y doblegar la naturaleza a los propios caprichos e instintos (el jugar con células embrionarias, la clonación...). En el fondo del alma de las masas se produce una radical violencia que las mueve a despreciar -¡y de qué forma!- todo cuanto es selecto o superior, noble o elevador. De ahí que confunda libertad con independencia absoluta de todo y de todos, obrando siempre al capricho de la propia voluntad guiada por el instinto. Pero progresar no es esto. Progresar no es acumular bienes materiales, o una voluntad que actúe desgajada del bien, la verdad y la razón. Progresar es crecer, es adquirir una mayor calidad para el ser humano, es elevarse y trascenderse, es enriquecer el propio espíritu, es reconocer la propia sed de infinito y beber de la Fuente que es Cristo.
Estamos situados en esta cultura provocada por la rebelión de las masas. Los católicos están en esa masa, pero no pueden ser un ingrediente más de esa masa, colaborando a esa rebelión. Los católicos van contra corriente en esta cultura, y no pueden asimilarla acríticamente, sino con un juicio racional iluminado por la fe. A veces parece tener más fuerza esta rebelión de las masas y sus principios en la mentalidad católica que la propia fe, creyente, convencida, formada, compacta. “Hay que saber tomar decisiones de fondo, estar dispuestos a renuncias radicales, si fuera necesario hasta el martirio. Hoy como ayer, la vida del cristiano exige el coraje de ir contra corriente” (Benedicto XVI, Homilía, Velletri, 23-septiembre-2007).
Contemplando la rebelión de las masas, analizándola, sólo cabe esperar que los católicos tengan una personalidad fuerte y madura, capaz de sostener y vivir según principios válidos y eternos, sin dejarse arrastrar por la corriente; convicciones personales bien arraigadas; juicio sólido e inteligente sobre la realidad a la luz de la fe.
“"¿También vosotros queréis marcharos?" (v. 67).
Esta provocadora pregunta no se dirige sólo a los interlocutores de entonces, sino que llega a los creyentes y a los hombres de toda época. También hoy no pocos se "escandalizan" ante la paradoja de la fe cristiana. La enseñanza de Jesús parece "dura", demasiado difícil de acoger y poner en práctica. Hay entonces quien la rechaza y abandona a Cristo; hay quien intenta "adaptar" su palabra a las modas de los tiempos desnaturalizando su sentido y valor. "¿También vosotros queréis marcharos?". Esta inquietante provocación resuena en nuestro corazón y espera de cada uno una respuesta personal; es una pregunta dirigida a cada uno de nosotros. Jesús no se conforma con una pertenencia superficial y formal, no le basta con una primera adhesión entusiasta; al contrario, es necesario tomar parte durante toda la vida "en su pensar y en su querer". Seguirlo llena el corazón de alegría y da pleno sentido a nuestra existencia, pero implica dificultades y renuncias porque con mucha frecuencia se debe ir a contracorriente” (Benedicto XVI, Ángelus, 23-agosto-2009).
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