Cuanto después en negras nubes
oscureció la noche de este mundo,
Tú, Rey del astro matutino,
alúmbralo con tu sereno rostro.
Tú, Santo, que tornas la pez negra
en la blancura de la leche
y haces cristal del ébano,
nuestros pecados negros purifica.
Toda una noche azul sombría
hasta apuntar la luz de la mañana,
sudó Jacob en desigual combate,
osado púgil contra un ángel;
mas a los claros primeros de la aurora,
con las rodillas vacilantes, cojo
y el débil fémur ya vencido,
perdió el vigor para la culpa nueva.
Temblábale la ingle herida,
parte más vil del cuerpo, y que,
al estar del corazón lejana,
fomenta la lujuria fiera.
Estas imágenes nos muestran
que el hombre, entre tinieblas soterrado,
si resistir a Dios pretende acaso,
las fuerzas pierde de su propia rebeldía.
Más dichoso habrá de ser aquel, en cambio,
cuyo cuerpo, privado de templanza,
al despuntar el nuevo día,
se encuentre herido y consumido por la lucha.
Por fin se aleje la ceguera que por largo
tiempo y con avieso engaño
nos arrastara al precipicio
cuando corríamos deslizados con funestos pasos.
Prudencio, Himno de la mañana, vv. 65-96.
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