lunes, 28 de septiembre de 2009

Santos Adolfo y Juan: ¿convivencia de las tres culturas?


Los santos Adolfo y Juan -celebrados hoy en la liturgia- son mártires cordobeses que sufrieron su martirio en 825, hermanos de Áurea, otra virgen y mártir de la etapa de dominación musulmana.

Pero, ¿por qué fueron mártires, si según la desmemoriada memoria histórica, aquello fue la etapa de la tolerancia y de la convivencia de las tres culturas? ¿Cómo si según la visión romántica, el Islam andalusí era esplendor, paz y majestuosidad artística en la tierra andaluza? ¿No habrá que ser realistas, suficientemente críticos, mirar la historia sin prejuicios ni ideologías que distorsionen la visión?

Adolfo, Juan y Áurea son hijos de un padre musulmán y de madre cristiana, ésta llamada Artemia. El padre era de origen sevillano aunque fueron criados y educados en Córdoba (Eulogio, Mem. III, 17,1). La madre, al enviudar, se entregó al Señor profesando como monja en Santa María de Cuteclara, donde fue abadesa durante mucho tiempo, después de haber educado cristianamente a sus hijos. Allí profesará santa Flora, que también alcanzará la gloria del martirio. San Eulogio al narrarnos este dato de Flora, nos informará asimismo de la abadesa Artemia. “[El padre de Flora] la consagró a Dios y la entregó al convento de Cuteclara, que brilla en memoria de la gloriosa y siempre Virgen santa María madre del Señor, colocándola junto a una mujer de la mayor santidad llamada Artemia, que también hacía tiempo había enviado al cielo por medio de una muerte en el martirio a sus dos hijos, Adolfo y Juan, que triunfaron varonilmente sobre su enemigo al principio del reinado del actual monarca”, fueron “sus gestas, brillantes como estrellas del cielo” (Mem., II, 8, 9).

Sabemos cómo Artemia, como Abadesa, educó a santa Flora y podemos imaginar así cómo educó a sus propios hijos: “Así pues, como Artemia destacaba sobre las demás mujeres que residían en dicho convento por mor de su santidad y avanzada edad, así como por motivo de sus hijos mártires, toda la virginal congregación del monasterio se hallaba bajo su mandato y autoridad. Por lo demás, enseñó a la niña, tal como ella sabía, a servir a Dios ocupando su ánimo en toda humildad, castidad, obediencia y temor del Señor” (Id., Mem., II, 8, 10).

En 822 sube al trono Abd-al-Rahman II y poco después, en 825, fueron martirizados los santos hermanos. El único delito atribuible es que según la ley coránica, hijos de un musulmán han de ser musulmanes y si se convierten, merecen, según el estatuto legal, la muerte. Esa es la tolerancia que se predica del Islam y se practica en aquellos siglos. No es la fe un resultado de la libertad que busca la Verdad, no puede entrar lo razonable. La conversión al cristianismo, siendo hijo de musulmán, está penado con la muerte y aquí acaba la tolerancia, el diálogo y el talante: ¡por eso sufrieron martirio Adolfo y Juan!

Es admirable cómo la Gracia de Dios puede modelar y forjar a una familia entera en una fe recia, en tiempos de persecución y marginación social: la madre Artemia y tres hijos mártires: Adolfo, Juan y Áurea. ¡Qué fuerza tiene una madre que llena del amor de Jesucristo sabe educar a sus hijos en la fe cristiana! ¡Qué cadena de transmisión tan sólida es la familia! La fe cristiana para ellos no era un sentimiento, ni costumbre, ni una distracción, ni algo superficial acomodándose luego al mundo, viviendo “lo justito” y poco más: ¡se jugaban la vida estos hermanos nuestros mozárabes! ¡Se exponían al peligro! No obstante, la madre los llevó hasta Jesucristo. ¡Cuánto bien hace una madre creyente por los cuatro costados! ¡Qué buen día para orar por las familias, por la fortaleza de su fe, por su comunión con Cristo!

Y no es menos llamativo el martirio conjunto de Adolfo y Juan; la fraternidad fue doble en ellos: por la carne y la sangre, y hermanos asimismo en el espíritu. ¿Hay algo más bello que la verdadera fraternidad, que la comunión de espíritus? Hermanos en la Cruz y en el Gozo, en el martirio y en la vida eterna.

¡Interceded por nosotros, santos hermanos mártires! ¡Fortaleced los vínculos fraternales de la misma sangre y la fraternidad cristiana en el Espíritu y no dejéis que nos engañemos con la tolerancia y el mundo relativista, sino ayudadnos a ser testigos vivos del amor de Jesucristo, que todo lo colma, todo lo plenifica!

1 comentario:

  1. me llamo Adolfo, soy gallego; debido a tradición familiar, no celebro mi Santo el 27 de sept.; que Dios bendiga a ese tocayo andaluz. Adolfo hijo de Artemia, pide por nosotros.

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